Zoom y el simulacro de participar
Opinión

Zoom y el simulacro de participar

Con el micrófono y la cámara suspendidos durante una reunión virtual, especialmente cuando hay muchos participantes, quienes no ponen atención o hacen otras cosas, pueden pasar agachados.

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julio 20, 2020
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Virtualidad para todo, aunque no para todos. Para el estudio y el trabajo, "compartimos el link de zoom para la reunión del comité...”,”... unirse a la sesión de google meet para la celebración del grado de ...”;  también, espacio digital para los sacramentos, “... los invitamos a las exequias de ...” y, aunque con poco éxito, hasta para la democracia, ya que las sesiones del Congreso han transcurrido por el ciber-espacio.

Herramientas virtuales para trabajar y estudiar en épocas de pandemia, aunque también, para muchos, la oportunidad para dar rienda suelta a las distracciones: una de las posibilidades que el mundo de las comunicaciones digitales también ofrece.

Zoom, una de las suites virtuales que se han hecho aún más famosas en tiempos de confinamiento, además de facilitar que la educación y el trabajo puedan transcurrir de manera virtual, también ofrece la alternativa a los asistentes de las sesiones virtuales de  aparentar que se participa. Por supuesto, no es problema de la aplicación sino de profesores y jefes laborales y, claro, de la falta de autodisciplina.

Es difícil, para los organizadores de las sesiones virtuales, darse cuenta de quién pone atención y participa activamente, a diferencia de los espacios presenciales. Con el micrófono y la cámara suspendidos durante una reunión virtual, especialmente cuando hay numerosos participantes, quienes no ponen atención o hacen otras cosas, pueden pasar agachados.

La pandemia ha dejado en claro que el teletrabajo y las clases virtuales son imposibles para la mitad de los hogares colombianos, bien porque carecen de conectividad a internet, bien porque no tienen computador o tableta.  En amplias zonas urbanas, antes de la cuarentena, los niños y jóvenes accedían a internet en los colegios.  En las zonas rurales el desamparo digital, con o sin pandemia, es casi total.

Sin embargo, el uso de los recursos digitales refleja paradojas. Los que no tienen sacan el máximo provecho;  muchos de los que tienen, lo desperdician.

Estudiantes de primaria, de familias humildes, y docentes en remotas áreas rurales colombianas, en el Caquetá, Córdoba, Santander, aprovechan la más mínima señal de conectividad para comunicarse entre sí a través de whatsapp, muchas veces compartiendo los costos de la recarga del celular, para informarse de las tareas y hacerlas.  Niños que aprenden a contar historias, dibujarlas, realizar pequeños videos que acompañan con sus voces en medio de la mayor adversidad.

En cuanto a quienes se pueden conectar desde sus hogares, el uso de los recursos digitales ha sido en parte, una maravilla. Gracias a ello, empresas que han podido continuar sus labores mediante el teletrabajo, realizar sus juntas directivas sin que los miembros salgan de sus residencias; universidades que han procurado cumplir con su oferta de valor por la vía “on-line”.

La relación con la familia (“almuerzos virtuales”) y los amigos, con aquellos que piensan parecido, ha conservado fluidez gracias a los formidables recursos de las tecnologías de la información.

Los entierros en estos meses han estado sujetos a la estricta observación de protocolos. Una decena de familiares alrededor de un féretro, cura y cantante con tapabocas y, detrás, el infaltable zoom para que otros parientes y amigos puedan dar la última despedida.

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Desde mediados de marzo se vio la irrupción de las “suites”, especialmente zoom, microsoft teams y google meet: aunque algunos las conocían, su uso se disparó

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Durante las primeras semanas a partir de mediados de marzo se vio la irrupción de las “suites”, especialmente zoom, microsoft teams y google meet: aunque algunos las conocían, su uso se disparó. Con ellas o con plataformas propias, las universidades y algunos colegios , además de las clases virtuales, pasaron a que los jurados de tesis examinaran a los graduandos y los calificaran en las suites, incluido el uso de sus salas de espera mientras se daban las deliberaciones.  Así, los grados también se otorgan, ahora, de forma virtual.

En la medida en que fue afianzándose el uso de las suites, se aprendió que, para economizar bits, había que suspender el micrófono y la cámara que, en principio,  sólo se pueden utilizar una vez se haya pedido, digitalmente y de manera ordenada, la palabra. Sana costumbre que, sin embargo, está sacando a flote un problema crónico que se puede desplegar sin sanción en el mundo digital: la falta de atención.

El primer distractor de los usuarios urbanos es, desde luego, el celular. El tic de mirar constantemente los mensajes de Whatsapp y Twitter se puede materializar, con facilidad, en una reunión virtual.  Costumbre arraigada en personas de cualquier nivel educativo.

La enorme capacidad de distracción no es, desde luego, resultado de la pandemia. Nada más complicado para los profesores de universidades que ofrecer clases presenciales a medio de estudiantes que se encuentran chateando, o jugando.

También es cierto que, al menos en lo que respecta al telestudio, la mayoría de los docentes se encargan de aburrir a los alumnos porque han creído que el nuevo modelo se reduce a echar el mismo cuento de la clase presencial en el ámbito virtual.

El problema, como en el caso de los protocolos de seguridad es, sin embargo, el de la autodisciplina y la capacidad de concentración.  Qué dieran docentes y niños de zonas apartadas por contar con una pequeña fracción de la conectividad a la que muchos, en las ciudades, tenemos acceso.

 

 

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