Zoom en tiempos de coronavirus (I)

Zoom en tiempos de coronavirus (I)

Gracias a la cuarentena, el mundo ha podido descubrir lo que comenzó por considerar la octava maravilla en el tema de relaciones sociales virtuales

Por: Rolando Andrés López Pereira
mayo 29, 2020
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Zoom en tiempos de coronavirus (I)
Foto: Pixabay

Zoom es una herramienta informática que permite hacer reuniones de hasta 100 personas en directo. Hasta ese momento Zoom era un desconocido para gran parte de las personas del ciberespacio, por lo menos en estas latitudes. Pero de un momento a otro se convirtió en la panacea para muchas de los meetings que se deben hacer por trabajo o, incluso, para fines de cultivar las relaciones parentales y de amistad.

De un momento a otro, más o menos entre la segunda y tercera semana de confinamiento preventivo, empezaron las redes sociales a mover la moda del Zoom. Claro, las primeras en aprovecharlo fueron las empresas. A los correos institucionales empezaron a llegar mensajes más o menos parecidos a lo siguiente: “Estimados amigos y amigas, a través de la presente me permito invitarlos a la reunión en Zoom programada para las 7:30 de la mañana de este lunes con el fin de discutir cómo abrir nuevas líneas de negocios en el actual momento de cuarentena. Les envió el siguiente link en el cual podrán ingresar para poder realizar el encuentro del que les hablo. Gracias por su atención. Los esperamos mañana a la hora sugerida. Cordialmente, el jefe”.

Recibir este mensaje a las 8:00 p.m. del domingo previo a la reunión es bastante problemático. Pero… en fin, qué le vamos a hacer. A prepararse para la reunión. Ya el lunes empieza el calvario pues el link lleva a una página que pide contraseña. Yo, angustiado, no sé que hacer. Entro a las 7:25 a.m. y llevo 15 minutos bregando a ingresar a la reunión. Por fin acierto a escribir por WhatsApp a un compañero para que me ayude.

—Bermúdez, ¿qué hago? No logro encontrar ninguna contraseña. A mí no me dieron ninguna.

—Hombre, López. La contraseña está en el correo que nos mandó el jefe. Mírela, cópiela, péguela y ya.

Renglón seguido, por fin se puede entrar. Se escucha un barullo de los mil demonios. Por allá se escucha que alguien dice que López ya entró. Yo empiezo a decir que sí, que ya estoy adentro. Trato de escribir para que sepan que los escucho, pero este no es un chat escrito. Le tocó a Bermúdez otra vez por whatsapp.

—Oiga, Bermúdez. Esto es la tapa. Ya entré pero nadie me escucha. No sé que hacer.

—Mira, viejo. Fácil. Hay una opción en pantalla que te dice que si autorizas video. Dale clic y ya.

Pues claro. Muy fácil para el que sabe. Veo con preocupación la hora. Son las 7:55 de la mañana. Ya han pasado 25 minutos de la reunión y no he logrado ingresar. Por fin activo el video y los veo a unos pocos compañeros. Falta más de la mitad del grupo de la oficina. Veo y oigo a mis colegas. Me saludan con alegría. De pronto Valeria, la practicante, dice en voz más alta que me ven pero no me escuchan. Asumo que estoy lejos del computador y me acerco lo más posible a la pantalla. Prácticamente grito.

—HOLAAAAAAAAA...

Escucho que siguen diciendo que a López no se le escucha nada. Me hacen señas que no comprendo y reviso mi computador porque seguro que debe tener algún problema. Me va a tocar reiniciarlo, pero antes, Bermúdez por tercera vez.

—Ole, Álvaro. Esto es la m… Ya los veo a todos pero dicen que no me escuchan. ¿Reinicio el computador.

—No sea bruto. En el pantallazo de entrada hay una opción para autorizar el audio. Haga clic ahí y listo.

Por fin encuentro el bendito botón para hacer clic. Son las 8:05 a.m. Aplauso general. Saludo y… ¡todos me escuchan! Esto es una maravilla tecnológica. Todos desde sus casas me dan la bienvenida, preguntan por mi señora, por mis hijos, hasta por el perro. Yo también los saludo con alborozo. Es que la pandemia lo vuelve a uno más sentimental.

Una voz estentórea interrumpe el corrillo de compañeros de trabajo. El jefe. Y empieza a coordinar la reunión.

—Bueno, estimados y estimadas. Ya suficiente guachafita por hoy. Basta de saludos y vamos al grano. La razón de citar a esta reunión es que debemos comenzar a…

Son las 8:40 a.m. De pronto se corta la reunión. Carajo, tanto esfuerzo para nada. Por cuarta vez le escribo a Bermúdez por el WhatsApp para compartirle mi frustración.

—Mire, Bermúdez. De verdad, yo estoy que me trabajo y justo tiene que pasar esto. Ya el virus contagió hasta el wifi.

—No, López, no se preocupe. La cuestión es que el jefe no le metió la tarjeta de crédito a la reunión. Nos invitó a una reunión gratuita por Zoom y Estas se cortan después de 40 minutos. Fresco.

Miro por última vez el reloj. Son las 8:42 a.m. y se acabó el meeting. Gajes de los tiempos del coronavirus.

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