El presente texto tiene por objeto realizar una aproximación a episodios literarios donde está representada Zipaquirá en la obra Cien años de soledad de Gabriel García Márquez. Para esto es pertinente recordar que el mismo García Márquez declaró que: “Zipaquirá (…) es el mismo pueblo lúgubre, a mil kilómetros del mar, donde Aureliano Segundo fue a buscar a Fernanda del Carpio” (Apuleyo, 1982, pág. 52). Desde este horizonte es posible rastrear en la obra del Nobel episodios donde está representada la ciudad.
Para este propósito es conveniente recordar que en la obra Cien años de soledad hay un personaje amante de las parrandas y de las comilonas llamado Aureliano Segundo, que en el marco de un reinado que se realizó en Macondo quedó fascinado con la belleza de Fernanda del Carpio, quien es “la mujer más fascinante que hubiera podido conocer la imaginación” (Márquez, 2014, pág. 247). Inclusive se cuenta que los habitantes de Macondo participantes del carnaval se quitaron las máscaras para apreciar a la deslumbrante niña que era portadora de una corona de esmeraldas y una capa de armiño:
La habían seleccionado como la más hermosa entre las cinco mil mujeres más hermosas del país, y la habían llevado a Macondo con la promesa de nombrarla reina de Madagascar (pág. 249).
En el desarrollo del reinado hubo un incidente que aparentemente estuvo marcado por tintes políticos, vale mencionar que hubo una masacre, que puso fin al evento; situación que movió a Aureliano Segundo para que se llevara en brazos a su casa a “la soberana intrusa” que tenía el traje desgarrado y la capa de armiño embarrada de sangre.
A partir de esta situación se genera el deseo por parte de Aureliano Segundo, luego de transcurridos de seis meses de los hechos, por ir a buscar a Fernanda del Carpio a esa ciudad distante donde vivía con su padre. En la obra Cien años de soledad se encuentran las siguientes descripciones del viaje que realizó Aureliano hasta dar con el paradero de Fernanda:
Las únicas pistas reales de que disponía Aureliano Segundo cuando salió a buscarle eran su inconfundible dicción del páramo y su oficio de tejedora de palmas fúnebres. La buscó sin piedad. Con la temeridad atroz con que José Arcadio Buendía atravesó la sierra para fundar Macondo, con el orgullo ciego con que el coronel Aureliano Buendía promovió sus guerras inútiles, con la tenacidad insensata con que Úrsula aseguró la supervivencia de la estirpe, así buscó Aureliano Segundo a Fernanda, sin un solo instante de desaliento (…) Se extravió por desfiladeros de nieblas, por tiempos reservados al olvido, por laberintos de desilusión. Atravesó un páramo amarillo donde el eco repetía los pensamientos y la ansiedad provocaba espejismos premonitorios. Al cabo de semanas estériles llegó a una ciudad desconocida donde todas campanas tocaban ha muerto. Aunque nunca los había visto, ni nadie se los había descrito, reconoció de inmediato los muros carcomidos por la cal de los huesos, los decrépitos balcones de maderas destripadas por los hongos, y clavado en el portón y casi borrado por la lluvia el cartoncito más triste del mundo: Se venden palmas fúnebres (pág. 256).
En esta referencia puede apreciarse la manera magistral en que el escritor realiza la descripción del páramo; situando a Aureliano Segundo frente a una realidad nueva, y enseñándole un mundo antagónico al de Macondo donde el frío y la niebla reemplazaban el candor de la eterna parranda. Para llegar al encuentro de Fernanda tuvo que realizar esa travesía por un laberinto de soledad hasta desembocar en la “Ciudad de los treinta y dos campanarios”.
En esta dirección se encuentra otra referencia sobre la representación de Zipaquirá en la obra Cien años de soledad:
Fernanda era una mujer perdida para el mundo. Había nacido y crecido a mil kilómetros del mar, en una ciudad lúgubre por cuyas callejuelas de piedra traqueteaban todavía, en noches de espantos, las carrozas de los virreyes. Treinta y dos campanarios tocaban ha muerto a las seis de la tarde. En la casa señorial embaldosada de losas sepulcrales, jamás se conoció el sol. El aire había muerto en los cipreses del patio, en las pálidas colgaduras de los dormitorios, en las arcadas rezumantes del jardín de nardos(…) (pág. 253).
Cita que concuerda con lo mencionado más arriba, y que Gabriel García Márquez expuso en la entrevista titulada El olor de la Guayaba. De ese modo, se puede sentenciar que hay una presencia innegable de Zipaquirá en Cien años de soledad; que va desde las casas señoriales, callejuelas de piedra, las carrozas de los virreyes, hasta llegar a los treinta y dos campanarios que tocaban ha muerto a las seis de la tarde, y que se pueden definir como representaciones literarias de un mundo que de alguna manera había conocido el propio Gabriel García Márquez.
Estas descripciones que realiza García Márquez tienen como soporte las memorias a propósito de su estadía como interno en el Liceo Nacional de Varones entre los años de 1943-1946. Un tema ampliamente desarrollado en la obra Gabo: Cuatro años de soledad. Su vida en Zipaquirá del escritor Gustavo Castro Caycedo, y que ayuda a entender que las descripciones que se realizan sobre Zipaquirá no son creaciones ligeras, sino que están cimentadas en los recuerdos de las experiencias de un joven Gabito que tuvo que viajar a más de mil kilómetros del mar para cursar su bachillerato.
De este modo, se puede concluir que la ciudad de Zipaquirá, famosa por la Catedral de Sal, también posee una notable presencia en la obra Cien años de soledad. Si se lee con cuidado, se pueden identificar descripciones del páramo, de la arquitectura colonial y hasta de lo antagónico que resulta yuxtaponer a un acordeonero bohemio como Aureliano Segundo con una cachaca educada desde pequeña para ser reina.
Apuleyo, P. (1982). El olor de la guayaba. Bogotá: Oveja negra.
Castro, G. (2012). Gabo: Cuatro años de soledad. Su vida en Zipaquirá. Bogotá: Gurpo Zeta.
Márquez, G. G. (2014). Cien años de soledad. Bogotá: Random House.