Comediante, el ucraniano. Espía, el ruso. A punto de asumir la presidencia en 2019, Zelenski declaró alto y claro que consideraba a Vladimir Putin “como un enemigo”. Este fue su primer gran error como mandatario, toda una declaración de intenciones.
En otras palabras, renuente al diálogo; así lo ha hecho hasta hoy, cuando Ucrania ha sufrido la peor catástrofe de su historia en sus poco más de 1000 años de existencia, y está a punto de ser “borrado del mapa”, como dijo el canciller alemán Olaf Scholz, debido a la declaración de guerra de Putin, el 24 de febrero.
¿Cómo son las raíces de estos dos hombres que hoy tienen en vilo al mundo entero, cómo piensan, de qué manera han sido moldeados, son capaces de tener sueños, cuál el motivo de sus acciones, hasta dónde llega su hibris?
Volodímir Zelenski nació judío, la misma tierra ucraniana cuna del famoso rabino, Rabí Najman, a cuya tumba en el pueblo de Uman, situado entre Kiev y Odessa –hoy sitiadas por las tropas rusas- llegan, cada año, 50.000 judíos a celebrar Rosh Hashaná (Año Nuevo judío).
Como todos los niños judíos, Zelenski fue adoctrinado en las enseñanzas del Talmud, donde está la tradición judaica, por un rabino que es estricto y ejerce con celo su misión divina. También los pasean por el Pentateuco (Torá), mostrándoles con puntualidad rigurosa y milimétrica los avatares del pueblo judío, desde el mismo día que Yahveh le entrega las tablas de la ley a Moisés.
Para ellos la luz que no los deja extraviar en el camino es saber que son “el pueblo elegido”, así se autodenominan. Esto impregna sus conductas, los hace ‘diferentes’ y les da aureola de distinción. Se sienten herederos del Primigenio.
Vladimir Putin nace en 1952 en un país ateo, que está en plena efervescencia revolucionaria. Lo que se vive a rajatabla en la Unión Soviética es el marxismo-leninismo, que es una lucha rigurosa contra el pasado y contra los dogmas.
Cuál es la corriente que nutre a la Revolución. La de Feuerbach, la de Kautsky, la de Rosa Luxemburgo para quien la única salida era la revolución, las del ucraniano León Trotsky.
¿Cuál? El XIX era un hervidero de ideas, en el que, quien se sentía capaz, lanzaba su teoría para cambiar lo que veía. Era el mundo de Marx y Engels. El adoctrinamiento era constante. A los niños, “en las clases les enseñaban sobre todo a amar al camarada Stalin”, cuenta Svetlana Alexievitch, premio nobel de literatura.
Volodímir Zelenski, hoy presidente de Ucrania, usa su origen para establecer vínculos. Con Jared Kushner, judío ortodoxo, yerno del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, esposo de Ivanka. ¿Quién diría que Jared no tomó decisiones trascendentales para el mundo, mientras su estrafalario suegro ejerció la presidencia?
Zelenski intimó con Jared, de tal manera, que tenía acceso directo al presidente. Además de conocer las historias fascinantes de Esaú y Jacob, Volodímir, a tenor de sus palabras, en estos días de bombardeos de Ucrania, aprendió a pedir “armas”, como factor de persuasión. Él le pedía armas al presidente Trump, y Trump lo chantajeaba pidiéndole repetidamente informes – había que inculparlo como fuera - sobre los negocios de los Biden en Ucrania.
Para el presidente Zelenski era más importante y sustancial hablar con Donald Trump, que dedicarle unos minutos a Vladimir Putin, por quien no sentía ningún tipo de inclinación. Lo desdeñaba, sin importarle que asechaba Ucrania.
Pero la guerra que todos esperaban y nadie creía, llegó con todo su poder devastador el 24 de febrero. ¿Cómo tomó esta terrible decisión el líder ruso? Creció Putin rodeado de dificultades. “Mis ancestros eran campesinos siervos”, expresó a Oliver Stone. Vivía en Leningrado donde la estrechez carcomía las ilusiones. En 2018 le dijo a la periodista Megyn Kelly del canal estadounidense NBC: “Hace 55 años las calles de Leningrado me enseñaron que, si una lucha es inevitable, tienes que pegar primero”.
Esta es la doctrina Putin: Pegar primero. Así lo hizo el 24 de febrero, antes de que el sol saliera, llenó el cielo ucraniano de luces con sus misiles mortales. Zelenski tuvo que respirar con dificultad.
En sus tres años de gobierno Zelenski fue incapaz de negociar el problema de Donetsk y Lugansk. Además de charlar con Donald Trump, ¿qué otra cosa hizo?
En 2021, en octubre aparecieron los Pandora Papers, donde muchos líderes políticos aparecían ocultando sus fortunas en paraísos fiscales para evadir impuestos. El diario inglés The Guardian mencionó en esa infame lista de celebridades a Volodímir Zelenski. Él y sus socios crearon una red de empresas extraterritoriales en 2012. A través de estas empresas compraron varias mansiones de lujo en el centro de Londres. La oficina del presidente ucraniano justificó el uso de sociedades offshore para protegerse contra las fuerzas “agresivas y corruptas” del entonces presidente prorrruso, Viktor Yanukovich.
En 2019 ganó la presidencia de Ucrania bajo la promesa de “romper el sistema” y librar una lucha feroz contra la corrupción de los oligarcas del país exsoviético, uno de los más pobres del occidente euroasiático.
Mientras Zelenski jugaba su numantino ataque a la corrupción en su país, Putin adelantaba sus tropas a su gusto y de acuerdo a sus planes. Occidente, la Unión Europea –complacida en su propia imagen-, miraban a otra parte. Trump planificaba su golpe de Estado. Biden, al llegar a la presidencia en 2021, se lanzó de lleno a parar la carnicería de Afganistán. Sacó a sus tropas en agosto de ese año del país afgano. Estados Unidos luchó ferozmente, con unos costos donde las cifras millonarias, en vidas y económicas, acogotan el ánimo, contra los talibanes durante 20 años. Su irracional guerra fue arar en el mar; con el final esperpéntico que ya conocemos.
La realpolitik de Putin es ir a lo suyo sin depender de los demás. La lección la aprendió en Dresde, la capital de la Alemania comunista. “Platov” era el seudónimo que Putin usaba cuando trabajaba en la oficina de Inteligencia Exterior. “Era un trabajo secreto que requería saberse esconder”, reveló el líder ruso en 2017 en el colegio Sirius de Sochi.
La ideología comunista permanecía en cuidados intensivos a finales de 1989. Era diciembre, unos días antes había caído el Muro de Berlín. El clima era semejante al de Francia en 1789, cuando nació aquello de que ‘todos nacen y permanecen libres e iguales en derechos’.
Las oficinas de KGB en Dresde fueron rodeadas por cientos de ciudadanos alemanes enardecidos. El oficial de inteligencia, con un rostro delicadamente inexpresivo y en tono apacible, se dirigió a la multitud: “Estamos armados y podría ocurrir lo peor”. Quince minutos después el lugar estaba solitario, la algarabía se marchó, de manera sensata.
Esa misma noche, el oficial, por teléfono, habló con sus jefes. ¿Qué debo hacer?, preguntó. La respuesta fue un incómodo silencio. El oficial percibió el desconcierto reinante. Unos minutos después oyó decir, al otro lado de la línea, con voz cansada: “Moscú no dice nada”. Esta frase heló el alma del oficial, que no era otro que Platov. Ahí empezó a urdir un nuevo rumbo para su vida.
Pero en Dresde aprendió otra cosa. La ciudad fue bombardea en febrero de 1945 cuando la guerra estaba a punto de terminar. Durante varios días, los cazas norteamericanos y británicos dejaron caer sus bombas, como cuando cayó el maná sobre los israelitas. Dresde quedó reducida a cenizas. Putin, a buen seguro, tuvo que meditar esto con detenimiento y quizás admitió que la guerra es la prostitución de la piedad. Ya lo habían vivido sus padres en el implacable asedio de Leningrado.
La guerra acabó con los tiempos planificados por Zelenski, si es que los tuvo. Parece que él actúa guiado por una sola idea, la suya propia. El programa electoral de Zelenski en 2019 afirma que la membresía ucraniana a la OTAN es un instrumento para fortalecer nuestra capacidad de defensa. Piensa en términos militares, como los Macabeos, guiado por una idea fija: Putin es el enemigo a vencer.
Antes de la 2ª vuelta electoral a las elecciones presidenciales, dijo: “Quiero una Ucrania fuerte, poderosa y libre, que no sea la hermana menor de Rusia, que no sea un socio corrupto de Europa sino nuestra Ucrania independiente”. Reconoce un parentesco sanguíneo con Rusia. Pero lo coloca en su verdadero sitio: Ucrania es el origen de Rusia. Kiev fue primero que Moscú, en el siglo IX. Lo cual es históricamente verdadero.
Pero su idea se cruza con la de Putin: el creador de Ucrania fue Lenin, en 1922. Lo cual es históricamente cierto.
Los dos tienen en común que hablan el mismo idioma: el ruso. Ambos nacieron en repúblicas soviéticas, con idéntico sentido de la vida. ¿En qué discrepan hoy? Putin no acepta la membresía a la OTAN. El ucraniano es lo único que quiere. Ser o no ser de la OTAN. Esto viene desde los tiempos de Leonid Brézhnev con su doctrina de la “soberanía limitada”.
El lunes 7 marzo, 12° Día de Guerra, Zelenski fue entrevistado en la cadena norteamericana ABC, en horas de la noche. Habló de dos cosas cruciales: Ya no quiere insistir en que Ucrania se una a la OTAN; y está listo para un “compromiso” sobre el estatus de los territorios separatistas en el este de Ucrania. ¿Por qué no negocio esto antes del 24 de febrero? Es una oportunidad de oro. ¿Se impondría la hibris, la arrogancia de Putin? El mundo a partir de ahora será diferente.