Zapatí, un pueblo de pescadores que reman contra la pobreza

Zapatí, un pueblo de pescadores que reman contra la pobreza

En Chimichagua (Cesar) se ubica este pequeño corregimiento de paisajes hermosos, pero de necesidades básicas insatisfechas. Crónica viajera

Por: Camilo Andrés Picón Pérez
febrero 16, 2023
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Zapatí, un pueblo de pescadores que reman contra la pobreza

El reloj marcaba las seis de la mañana. Los gallos, en su habitual rutina, despertaban el vecindario con sus cacareos. Nubes negras cargadas de agua amenazaban con no dejar asomar el radiante sol que brilla con más intensidad en esta zona de Colombia. La mañana era fresca, una brisa suave acompañada de pequeñas gotas de agua soplaba y enfriaba mi café. A las 6:10 la bocina de una motocicleta anunciaba la llegada de la persona que me llevaría a uno de los pueblos más hermosos pero pobres del Cesar.

Me puse una cachucha negra para protegerme del sol que brillaba por su ausencia esa mañana. Me monté en el vehículo e iniciamos un trayecto desde Pailitas hasta Zapatí. El viaje comenzó por la Ruta del Sol. Un olor a tierra mojada y cañaguate nos acompañaba. Poco a poco las nubes negras desaparecían y el sol se dejaba ver con un espectáculo de colores en el cielo. Luego ingresamos a una carretera secundaria para llegar hasta un desvío y pasar a una vía terciaria que nos llevaría kilómetros más adelante al destino final.

La vía era terrible, no estaba pavimentada. La arena hacía difícil conducir por el lugar. En muchas oportunidades estuvimos a punto de caer porque las llantas se enterraban y al frenar se deslizaban de forma violenta. Tras media hora conduciendo lentamente por la vía interveredal, un pequeño caserío nos recibía. Viviendas construidas con barro y caña brava me hicieron evocar a Macondo, la aldea imaginaria de Gabo.

En el pueblo no existe un letrero que dé la bienvenida. Solo se ven mujeres con escobas de paja barriendo las calles. También, niños descalzos y sin camisa, los cuales juegan a empujar una llanta con un pequeño palo. Mientras tanto, los cerdos se revuelcan en pequeños charcos o en la arena en plena vía principal, buscando refrescar y cubrir su piel del sol que a esa hora ya salía en su máximo esplendor.

Decidimos seguir nuestro rumbo. Ya habíamos llegado, pero el lugar al que nos queríamos dirigir era la Ciénaga de Zapatosa. Bastaron dos minutos para arribar a esta. Una vegetación densa, espinosa y acuática nos recibía. Una gran diversidad de aves se paseaba por las canoas, otra volaba en círculo por la zona esperando la llegada de pescadores o cazando pequeños peces, como era el caso de las grandes garzas blancas y morenas.

En Zapatí, más del 80% de los pobladores se dedican a la pesca - Zapatí, un pueblo de pescadores que reman contra la pobreza

En Zapatí, más del 80% de los pobladores se dedican a la pesca

La vista era espectacular. La inmensidad de la ciénaga hacia volar la imaginación. El color azul del agua combinaba perfectamente con el cielo, la taruya complementaba el paisaje gracias a su verdor. Cuando el maestro José Barros se inspiró en la canción La Piragua seguramente fue porque visitó las playas de amor que se forman en este corregimiento de Chimichagua.

Al lugar llegan diariamente decenas de pescadores en las tardes o noches para dirigirse en sus canoas hasta bien adentro de la ciénaga a dejar sus trasmallos y regresar al siguiente día desde muy temprano, confiando en que las redes estén llenas de peces para venderlos y poder llevar el pan a sus casas.

Ese día, por fortuna, la subienda estaba beneficiando a los pescadores. Al ritmo de remos o canoas con motor se veía venir en la lejanía a estos valientes, quienes desembarcaban alegres y comenzaban a destripar los peces con pequeños cuchillos afilados y con una agilidad impresionante, para que de esa forma no se fueran a descomponer.

Hasta las orillas de la ciénaga llegan compradores en carros o motos. Adquieren la arroba de bocachico a 50.000 o 75.000 pesos, dependiendo del tamaño del pescado, para así revenderlo en pueblos vecinos. Con la plata ganada, los pescadores se van alegres a sus casas; destinan este dinero al mercado, la vestimenta y, sin duda, unas cervezas. Yo aprovecho, compro algunos kilos de pescado y sigo encantado con el paisaje.

Pero, aunque el paisaje de Zapatí sea hermoso y amañador, la pobreza, abandono y desigualdad de esta tierra se ve reflejada en la desnutrición de los niños, analfabetismo, viviendas a punto de caer, carencia de servicios básicos y calles sin pavimentar. Por cuenta de su ausencia, el Estado ha ido adquiriendo una deuda con Zapatí, el pueblo donde se multiplicaron los peces, pero se está a la espera de un milagro con los panes.

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