Hay palabras que de manera concisa encajan en los contenidos del alma de un pueblo. Para la muestra, está lo que José Vasconcelos escribiría en alguna ocasión: “El Cesarismo es el azote de la raza latina”. Y con una historia por la que pasaron personajes como Carlos V, Luis XIV, Napoleón, Perón, Fidel Castro, Chávez, Uribe, etc. Lo menos que uno podría atreverse a decir es que el filósofo no tenía de dónde agarrarse, porque como lo indica el listado, este “Cesarismo” encarna en épocas y avatares tan disimiles, que la unidad de los elementos del conjunto solo se fraguaría situándolos en un paquete étnico.
Vasconcelos sintetizó en pocas páginas su cosmovisión de una “Raza Cósmica”. Más primario, sin duda menos provocativo y, por condiciones de principio, igualmente ineficaz, es lo que yo me propongo aquí. Ciertamente, quiero hablar de algo mucho más elemental y cotidiano (casi domestico), y que caracteriza a los colombianos en casi todos los ámbitos de la sociedad, empezaré, por la más primordial de las ilustraciones. Para definir aquella actitud que consiste en una “Demostración de cariño afectada y empalagosa”, la RAE ha utilizado, acertadamente, y de esto precisamente voy a hablar, la palabra “Zalamería”.
¿Por qué quiero hablar del tema?, ¿Por qué gastar tiempo algo que cualquiera pudiera calificar de baladí? porque tengo la malsana certeza de que somos una nación zalamera y que esa es una de nuestras más viciosas imposturas, daré un ejemplo. Y si, podrá leerse como un refrito de hace un año, pero una muestra clara de zalamería fue la nota/entrevista que le hicieran hace un año a Messi en el programa matutino “Día a Día” de Caracol, en donde lo que más se notaba era ese ánimo de adular al astro argentino (y calificar a alguien de astro es de por sí zalamero), sin importar siquiera las muestras de fastidio que se le notaban en el rostro al personaje; no faltaron, por cierto, los eternos lugares comunes como preguntarle a un extranjero si le gustó el país, o si le gustó la comida, las mujeres, etc. Lo anterior no es para nada secundario, si de demostrar nuestra condición zalamera, es más, de cierta forma lo explica; Al mirar sin mucho detenimiento a las personas en nuestro diario vivir, uno puede notar que la zalamería se vuelve, incluso, norma social o cortesía, y que en ocasiones se convierte en la quintaescencia de nuestra más estrafalaria corrección política; que a las lisonjas se debe responder con piropos y fetiches de ese género. El Messi de aquella ocasión terminó por convencerme de esa situación, ya que a pesar de las adulaciones manifiestas no dejó de contestar que ni conocía el país bien y que de nuestra gastronomía sabía lo mismo que de maternidad de gallina. Entrevistar a un personaje de talla mundial, creyendo y manteniendo sostenidamente la premisa de que él es uno más de los que se rige por la, muy nuestra, urbanidad zalamera, es por principio, un fiasco.
El ejemplo anterior es diciente y para nada aislado. En la vida cotidiana, en esa Colombia de todos los días, en el barrio, la calle, en la política, hasta en la casa del vecino y como no, en un bar, están a la orden del día estas muestras de empalago innecesario, que en nada enriquecen nuestra relación con los demás. Vienen en todas las formas, no discriminan al interlocutor y como el “Cesarismo” encarnan en cualquier avatar. Son muestras de recibimiento, cuando al nacer un niño, una romería de curiosos, familiares y allegados lo llena de bálsamos y de frases como “!hay que lindo ese bebe¡”; Son diplomacia, cuando Uribe, luego de que Correa volteara la espalda en la Cumbre de Rio, le diera su solapada palmadita en la espalda; son arte, cuando en una película llamada “Ciudad Delirio”, nos muestran como salvajes y cotorras sin concreción ontológica alguna y creemos que la cinta es una digna postal; Son cotidianidad, cuando en mi niñez las señoras A, B y C le llevaban a mi abuela chismes de C, B y A, y con ladina cortesía intercambiaran natilla y buñuelos en diciembre; Son geopolítica, cuando en una visita del Emperador a Colombia, Uribe se pusiera la mano en el pecho al sonar el himno de los Estados Unidos y cuando tocaron el de Colombia Bush la bajó; Son comentario deportivo especializado, cuando Javier Hernández Bonnet no sabe cómo agasajar al futbol argentino delante de Alfaro en las transmisiones del Gol Caracol; Son hospitalidad ,cuando al ver a un extranjero (de los de ojos azules y cabello claro) se lo rodea cual criaturas pleistocenas y no se sabe cómo posar, no faltará el que regrese al norte y diga que estuvo en un zafarí semiurbano; Son derecho a la propiedad privada y pilar de la democracia, cuando todos los gobiernos le entregan con condiciones irrisoriamente favorables nuestros recursos naturales al capital transnacional, en este caso se llama zalamería neoliberal. Y no es para nada casual, que el presidente al que más se lo identificó con el “colombiano de a pie”, aparezca dos veces en esta enumeración.
Luego del ajetreo político que hubo en el país hasta que Santos finalmente ganó y de que la selección llegó a octavos en el mundial, cualquiera consideraría que referirse a la zalamería es algo minúsculo, casi tonto y ciertamente inoportuno, si se compara con otros problemas de nuestra sociedad que se han discutido por estos días. A quienes piensen de esa manera, yo les diría que la zalamería, con todo y que es un tema no político, es tan importante como esos temas de campaña, por dos razones. La primera, porque la zalamería es síntoma de una condición tan soterrada como despreciable de la existencia humana y que Heidegger (refiriéndose a la ambigüedad) sintetiza así:
“El convivir en el uno no es de ningún modo un estar juntos acabado e indiferente, sino un tenso y ambiguo vigilarse unos a otros, un secreto y recíproco espionaje. Bajo la máscara del altruismo, se oculta un estar contra los otros.”
La segunda, porque a diferencia de lo que los políticos puedan hacer de bien por el país, esto, que es tan nuestro, SI LO PODEMOS CAMBIAR……