Pocos derroches de cinismo y sumisión hemos visto como el que, a medio día del pasado 4 de agosto, mostraron las cámaras de televisión en el capitolio caraqueño. Aquello parecía una danza de marionetas que aplaudían las falsedades en retahíla pronunciadas por un puñado de borregos y un cura renegado, el inefable padre Numa, quien protagonizó una escena que no sabía yo si profesarle admiración o sentir espanto por la desfachatez con la que hablaba de la paz garantizada por el Gobierno y su cáfila de Diosdados, Jauas y demás pinches.
Degradante decir sin sonrojarse que la Asamblea Constituyente que se instalaba era un dechado de honradez política, de lealtad ideológica a la democracia y de creatividad para atender las urgencias populares, como si los observadores de aquella pamplinada no supiéramos que la crisis económica y humanitaria de ese infortunado país lo transformó en un Estado fallido, que no ha sabido contener el hambre que cunde en amplios núcleos de una población que protesta en las calles contra la frustración de un modelo anacrónico, o que huye desesperada por las fronteras de los países vecinos en busca de vida y tranquilidad.
Luego de la garrulería inicial del anciano de la tribu, un cómico de apellido Soto que habría hecho buen papel en cualquier elenco de Jerry Lewis, la Asamblea eligió de presidente a la excanciller Delcy Rodríguez, cuyo único mérito para ocupar los destinos que le ha deparado el totalitarismo madurista es el de ser hija de un dirigente comunista que apareció muerto debajo de un puente en Caracas, pero que cuenta con la virtud de ejercer como activista obediente y disciplinada, presta a vociferar los guiones que le asignen de acuerdo con la tarima donde actúe. Es, igualmente, hermana de Jorge Rodríguez, ese sí, un combatiente irreductible que sabe, como todo hábil político, que la lucha es milicia y sacrificio, pero también desquite.
Como estaba cantado, el primer atropello de la Constituyente fue la destitución de la fiscal Ortega Díaz. Por haber denunciado las babosadas jurídicas del Ejecutivo y de los magistrados de un Tribunal Supremo dedicados a prevaricar de oficio, cayó en desgracia. Con otros sainetes similares, como destituir alcaldes desafectos desaforar diputados opositores de la Asamblea Nacional, vendrá la abolición de las últimas piezas del parapeto “democrático” que sobrevivía a las arbitrariedades del señor Maduro. Desaparecerán el Legislativo, los partidos, las elecciones libres y se instituirá el Partido Único como instrumento idóneo para la monopolización del poder y el entierro de las libertades y derechos supérstites. Ese es el panorama que le espera a la patria del Bolívar “estalinizado” por el socialismo caricaturesco y fanfarrón del siglo XXI, gracias a esta Constituyente que será, por dos años, la comadrona de todos los exabruptos.
Desaparecerán el Legislativo, los partidos, las elecciones libres
y se instituirá el Partido Único como instrumento idóneo para la monopolización del poder
y el entierro de las libertades y derechos supérstites
Al totalitarismo tropical venezolano la agenda de desmadres y barbarie le ha resultado viable porque, a pesar de la división del chavismo, la unidad de unas Fuerzas Armadas sobornadas por el régimen sustenta los propósitos de la dictadura. Semejante conducta ofende el honor militar, pues es obligación de quienes visten el uniforme y portan las insignias de la república hacer respetar la Constitución que juraron cumplir. Es su primer deber. No obstante, sus altos mandos fueron permeados por la corrupción oficial con la impudicia más aberrante.
Tanto o más que los civiles que han desconocido las instituciones, los militares temen las consecuencias de una caída estrepitosa del Gobierno, ya que son tan graves sus violaciones del orden constitucional que prefieren seguir incrustados, sin un eventual juzgamiento a la vista, en un aparato estatal que les garantiza impunidad a las dos cúpulas, asistidas por un amo antillano que, a cambio de petróleo barato, les enseña cómo reprimir a su pueblo y cómo torturar a los presos políticos.
Ejército y revolucionarios bolivarianos son, por tanto, más corruptos que sus antecesores burgueses. Volaron más alto los chavistas entregándose al tráfico de drogas, y es tan nítida la existencia del Cartel de los Soles, que el ministro de Defensa tiene por apellido el remoquete con que identifican en el mundo a los capos de la mafia: Padrino.