Yopal: una forma de sentir y de vivir

Yopal: una forma de sentir y de vivir

En los ochenta años de la fundación de Yopal, nos esperan diversos retos. Entre ellos, el proceso de formación de la opinión pública y de nuestros gobernantes

Por: Juan Carlos Niño Niño
julio 22, 2022
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Yopal: una forma de sentir y de vivir
Foto: Wikimedia

Cómo sería la vida si mi padre en los setenta no hubiese tomado la decisión de radicarse en la capital de Casanare, cuando el periodista Miguel Arango lo convenció de renunciar a La Voz del Oriente de Caracol Sogamoso, y trabajar en la incipiente emisora La Voz de Yopal, trayendo consigo a su pequeña pero leal familia, al tomar en arriendo una “pieza” inmensa en la casa esquinera de los Pacheco, que al interior rodeaba a un frondoso patio, sintiendo el fascinante olor a grasa de un taller de mecánica que estaba al fondo, en donde reparaban y se estacionaba la pequeña camioneta amarilla de “Aerotaca”.

No tengo ningún sentido de pertenencia ni de identidad con Boyacá -un departamento al que admiro y respeto- hasta tal punto que no siento conexión alguna con sus maravillosas expresiones culturales y folclóricas, aun cuando nací en la Ciudad de Sol y del Acero, y mis antepasados estuvieron asentados entre Gámeza y Sogamoso, y que al expresar esto me ha ganado varios llamados de atención” de mi madre, quien insiste en no negar “la tierrita”, aunque debo reconocer y agradecer que Boyacá ha sido un refugio seguro y silencioso en muchos momentos de mi vida, incluidos aquellos en que me he visto forzado a la difícil tarea de olvidar a una mujer.

Y es que pertenezco a esa idiosincrasia que se embriagó con la brisa fría del piedemonte, el constante ruido del río Cravo Sur y el exquisito olor del Acacio Mojado, que ambientó a muchos de nosotros el milagro del primer amor, como lo escuché en una hermosa balada de Néstor Niño: “Aguas del Cravo Sur… Déjame solo”, pidiéndole a nuestro amado afluente guardar total silencio, mientras se las arreglaba para afrontar los estragos del desamor, cuando no hacía mucho un opaco sol se había escondido detrás del Cerro El Venado, y el mágico pueblo del piedemonte recién se encendía con las dos grandes plantas eléctricas Diesel.

Eso es Yopal: Una forma de sentir y de vivir. Es entender que una vez estuvimos solos, totalmente olvidados, sin que nadie nos escuchara en el escenario nacional, pero que eso no era un impedimento para ser inmensamente felices, asistiendo a las taquilleras películas del Cinema El Dorado de Don Misael Cabrera, el Teatro El Estéreo de doña Emma Izquierdo -quien de vez en cuando se traía toda la cartelera de Bogotá- y la aguerrida competencia del imponente y cómodo Cinema Casanare, que doña Martha Pérez de Socha -con su visión de gran empresaria- construyó a principios de los ochentas, y que nos regaló cintas clásicas como Papillón, Gandhi, Los Valientes y el Karate Kid

Los residentes de este mágica población fue formada con la mano estricta y honesta de profesores como Hernando Morales en el Colegio Braulio González y Teresita Morales en el Centro Social, entendimos la complejidad de la biología con Juan Vicente Nieves, pronunciamos el fascinante francés de Gladys Galeano y entendimos la matemáticas básica con Germán Ortiz; intentamos aprender en la Casa de la Cultura a tocar arpa con los maestros Ramón Cedeño y Juan Bimba, y nos deleitamos con el toque sereno pero magistral del bandolista José Ortiz.

No podía faltar el paseo de olla en La Quebrada La Upamena, y los ríos Charte y Cravo Sur, a donde arribábamos en la pequeña Moto 100 Suzuki roja de mi padre (como la de mi amigo Ángel Núñez), conservando una hermosa y antigua fotografía de mis padres en el Puente La Cabuya -que se anexa a esta Columna Dominical- como un fiel testimonio de su amor en esta paradisiaca tierra, que terminaría con un accidente de tránsito que a finales de los ochenta acabó con la vida de él, pero que me dejó el legado de contribuir en los que ahora es una de opinión las ciudades más competitivas de Latinoamérica, y que mi progenitor infortunadamente jamás pudo ver.

Y sea el tema de una próxima columna, la agrupación local “Los Centauros de Colombia”, que en el día amenizaba las primeras comuniones, quince años y los desaparecidos bazares -en donde extasiados conversábamos con las muchachas más bellas de nuestra generación- y en la noches tan célebres músicos se convertían en “Los Putis Boy”, porque animaban la fiesta constante de los “putiaderos” de la 21 -conocida como La Zona- sin poder olvidar a los integrantes de la misma -amigos míos- como el genial Comino en la guitarra eléctrica, el adusto Pastrana en la batería, y el lánguido mechudo con voz de Joan Sebastián.

En los ochenta años de la fundación de Yopal, nos esperan diversos retos como ciudadanos, en donde es importante el proceso de formación de opinión pública, que permita objetividad y criterio en la toma de decisiones colectivas, incluida la elección de nuestros gobernantes, como una garantía para derrotar los altos índices de corrupción de la administración pública en Yopal y el resto del departamento, porque en últimas una sociedad solo progresa cuando se transforma la cultura, se adquieren principios y valores, en donde acabemos con los intereses personales de unos cuantos políticos sin escrúpulos -que se han reproducido como conejos en los últimos 30 años- y damos paso un verdadero desarrollo social y económico, en donde se anteponga el consabido bien común.

Coletilla: El 8 de julio de 1992, cuando Yopal llegaba al medio siglo de su fundación, se me ocurrió hacer un pregrabado en cassette, con el fin de difundirlo ese día en perifoneo por las calles del pueblo, en donde seleccioné diez temas de índole geográfico, económico y cultural, y hasta una nutrida mención sobre los orígenes del coleo, que generosamente me contó don Fosto Barragán -exdirector de la Casa de la Cultura- en un restaurante que recién había inaugurado en la Vía a Sirivana.

La mecánica era un comentario, bajo la magistral voz de Hernando Suárez Manrique, y posteriormente tres cuñas con las voces de Gustavo Puentes y Jorge Luis Ospina -con la producción de Eduardo Gómez- y así sucesivamente hasta terminar y voltear el cassette, contando con la fortuna de conseguirme diez patrocinadores para los diez comentarios, que me hizo ganar la astronómica suma de 100 mil pesos libres, equivalente a dos millones actuales, que me sirvieron para los gastos de tercer semestre de Comunicación Social en la Universidad de la Sabana en Chía.

¡Feliz cumpleaños, Yopal!

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