Yolanda Ramírez Grijalba ha dedicado su vida al carnaval. No es solo una participante más; ella es lo que en su comunidad llaman una cultora del carnaval, alguien que lleva esta celebración en la sangre. Para ella, el carnaval es más que una festividad, es su identidad, algo que se entrelaza con cada aspecto de su existencia. "El primer trabajo que hice fue con hoja de maíz", recuerda con nostalgia, mientras sus ojos se iluminan al hablar de su pasión.
En la entrada de su casa, donde también tiene una pequeña tienda en la que vende, entre otras cosas, el pan de maíz que prepara en las madrugadas junto a su madre, las paredes están decoradas con reconocimientos. Trofeos, medallas y diplomas abarrotan el espacio, casi siempre por haber ocupado el primer lugar en los concursos, especialmente en el Carnavalito. "Yo empecé en el Carnavalito, pero luego los vecinos ya no querían que participara ahí. Me decían que me animara a competir en el carnaval grande", relata Yolanda, con una sonrisa traviesa.
El Carnavalito, explica, es muy flexible. "Ahí uno puede participar en lo que sea: teatro, murgas, disfraz individual, disfraz por pareja...". Al principio, confiesa, le daba miedo enfrentarse al carnaval mayor. Sin embargo, se atrevió a dar el salto. "Desde el día que me lancé, siempre quedé en primer puesto", cuenta con orgullo. Sin embargo, este año todo fue distinto, según ella, la anterior administración municipal corrompió el jurado que definía los ganadores del carnaval. "Este año me fue muy mal, me voletié mucho diciendo que apoyaba a Amílcar y no quedé ni entre los primeros puestos. Le hice un homenaje a mi hermana, que fue el mejor trabajo que he hecho, y nada".
Yolanda ha sido parte de esta tradición desde hace más de 25 años, desde que su hijo mayor tenía apenas cuatro. “Incluso cuando tenía 13 años también participé, ¡fui reina del carnaval! En Urbina también me dieron un reconocimiento, gané el primer puesto allá también. A mí me encanta esto del carnaval", dice, mientras muestra con orgullo las fotos de aquellos días gloriosos. Entre los muchos disfraces que ha creado, la mayoría han sido elaborados con materiales reciclables: "He hecho trajes con lata de cerveza, por ejemplo".
Crear una obra para participar en el carnaval realmente requiere mucho talento y dedicación. "Si el traje es para un niño, me puede llevar un mes o mes y medio crearlo. Pero si es para un adulto, ya me demoro dos o tres meses, porque uso cabuya, cáscara de mandarina, de naranja, hojas de maíz...". Cada material que elige lleva una intención y un simbolismo, algo que convierte su trabajo en un arte.
En estos momentos, su enfoque está en la fiesta de la Virgen de Las Lajas, que es el 16 de septiembre. "Vamos a participar en el pregón, en el desfile. Ya lo hicimos una vez, y hay que seguir con la tradición". Yolanda no se detiene. Según sus planes, apenas termine con esta festividad, continuará con el carnaval. "Cuando empieza lo del carnaval, trabajo con niños y adultos. Mi casa se llena de gente ayudándome; es una locura", ríe.
Yolanda tiene tres hijos, cada uno con su propio camino en la vida, pero todos apoyando su pasión. “Mi hijo es patrullero, mi hija contadora, y la más pequeña estudia psicología. Ellos siempre están ahí, ayudándome para que pueda participar”.
El ritmo frenético del trabajo artesanal podría pasar factura, pero Yolanda no se rinde. “El reumatólogo me dice que, por mi enfermedad, no debería hacer nada. ¡Pero yo sí puedo! Trabajo aquí en la casa y cuando las obras están terminadas, las llevamos a la escuela, porque en la casa no caben”, cuenta mientras señala algunas esculturas y objetos que ha creado a lo largo de los años.
A pesar de las dificultades, Yolanda no pierde la esperanza. “Un profesor de la Universidad de Nariño me dijo que le gustaría validar mis premios para que pudiera obtener el título en artes. Hago de todo, desde esculturas hasta trajes. Este año no gané, pero me pidieron disculpas. No fue culpa de los jurados, me dijeron. Pero no me voy a desmotivar, al contrario, con más fuerza quiero hacer algo espectacular el próximo año".
Mientras habla, Yolanda me muestra fotos de su hermana, la musa del homenaje que tanto le dolió no haber sido reconocido como merecía. "Es diferente si hubiera presentado un trabajo mediocre. Lo aceptaría, porque hay que saber ganar y perder. Pero este era un trabajo hermosísimo. Vinieron desde Pasto a verlo", dice con un brillo en los ojos, mezcla de orgullo y determinación.
Yolanda no solo es una cultora del carnaval, es su alma viva. Sus manos y su mente no descansan, y en cada obra que crea, lleva consigo la historia, el esfuerzo y el amor de toda una comunidad.
La Escuela de Arte: Evearcu, el legado de Elisabet Elena Ramírez
Yolanda no solo ha dedicado su vida al carnaval, sino también a preservar un legado familiar que sigue vivo en cada disfraz y cada obra de arte. Su hermana, Elisabet Elena Ramírez, fue la fundadora de Evearcu, una escuela de arte para niños en el barrio Alfonso López de Ipiales. Aunque Elisabet ya no está, su espíritu sigue presente a través del trabajo incansable de Yolanda y su familia. "Nosotras tratamos de rendirle homenaje en cada vestuario, en cada obra que llevamos a desfilar por las calles", dice Yolanda, con una mezcla de orgullo y nostalgia.
Evearcu no es una escuela común. Aquí, la creatividad brota de lo que otros desechan. “A los niños les estoy enseñando a hacer alcancías con materiales reciclables, y luego las llevamos a los almacenes para pedir colaboración. Todo lo hacemos con lo que tenemos a mano”, explica Yolanda. El arte, en este espacio, no solo es un vehículo de expresión, sino también de autosostenibilidad.
La escuela alberga a 28 niños, muchos de ellos provenientes de contextos vulnerables. Sin embargo, el apoyo institucional ha sido escaso. "Ni la administración ni el colegio nos ayudan mucho", comenta Yolanda con una resignación que parece ya acostumbrada. “Para el refrigerio de los niños, nosotros hacemos las alcancías y pedimos ayuda. Es una labor muy bonita, pero difícil. Todos los niños son del barrio Alfonso López, y la mayoría tiene situaciones complicadas”.
El trabajo que realiza Evearcu tiene una historia íntima. "Mi hermana los veía porque la casa de mi mamá está cerca del colegio, y empezó a buscarlos, a hacerles regalitos, a enseñarles manualidades". Yolanda ha continuado esa labor con el mismo amor y dedicación. "Ahora yo les enseño a hacer medallones de aserrín con cola. Los ponemos a trabajar para que estén ocupados, y siempre hay alguien que nos colabora, porque es trabajo de los niños", cuenta con una sonrisa, mientras me muestra las pequeñas creaciones que llenan su taller.
La escuela está ubicada en un salón del Colegio Alfonso López, y a lo largo de sus 11 años de historia, nunca se ha cobrado un peso a los niños. "Mi hermanita, si veía que un niño no tenía zapatos, ella misma se encargaba de buscar unos para él", recuerda Yolanda, conmovida por la generosidad de su hermana. Esa misma generosidad sigue presente en cada rincón de la escuela.
Yolanda también me muestra con orgullo las artesanías que han creado con materiales inusuales. "Este es papel que viene en los zapatos nuevos", dice, levantando una figura delicada hecha con ese material. “Mi otra hermana vende zapatos, así que me regala el papel. Con eso los niños hacen llaveros, máscaras, infinidad de cosas. Incluso las mamás también participan, les enseñamos a hacer manualidades”.
Los niños de Evearcu no solo aprenden a crear, sino que también encuentran en el carnaval una fuente de alegría y orgullo. "A los niños les encanta participar en el carnaval, se sienten felices", dice Yolanda. En la escuela hay un niño del sector indígena de Cutuaquer, otro con síndrome de Tourette, uno con síndrome de Down y otro con síndrome de Asperger. Cada uno encuentra su lugar en este espacio, donde la diversidad es vista como una fortaleza.
Yolanda también me habla de los jóvenes del barrio, que conocieron bien a su hermana. "Ellos la cuidaban mucho", dice, recordando con cariño la protección que le brindaban. Hoy, algunos de esos jóvenes son maestros; dan clases y han sido contratados para trabajar en el carnaval de Pasto. "Mi hermana murió hace dos años, pero su legado sigue vivo. Y aunque ya no esté, aquí, en cada obra, en cada sonrisa de los niños, está su recuerdo", concluye Yolanda, con la mirada fija en una de las muchas creaciones que ha visto nacer en este pequeño pero poderoso espacio de arte.
El Carnaval Multicolor de la Frontera
En el pasado, el Carnaval de Ipiales era conocido como el Carnaval de Blancos y Negros, pero hoy en día ha tomado una nueva identidad bajo el nombre de Carnaval Multicolor de la Frontera, reflejando mejor la diversidad y el colorido de las celebraciones actuales.
El origen del Carnaval de Blancos y Negros se remonta a las festividades que realizaban los esclavos en Popayán durante el siglo XIX, quienes ganaban un día al año para festejar y liberarse de las cadenas de la opresión. Esta tradición fue adoptada por los pastusos hacia finales del siglo XIX, y para 1894, la celebración ya incluía cabalgatas y música, especialmente el 5 de enero, como parte de las festividades.
En cuanto a la tradición del "día de blancos", esta surgió en 1912 cuando, tras la jornada de los negros, un grupo de sastres decidió jugar lanzándose polvo perfumado de polveras de dama. De manera improvisada, nació una tradición que rápidamente se consolidó como parte esencial del carnaval.
En este contexto, el carnaval se convierte en un medio para que el cuerpo comunique a través de múltiples formas: ya sea mediante la danza, el teatro, los gestos, la música o incluso la palabra escrita. Este evento festivo no solo rescata la memoria colectiva, sino que también refuerza la identidad cultural de la comunidad, ofreciendo a las personas la oportunidad de participar activamente en la vida social y mostrar su talento a través de distintas expresiones artísticas. El carnaval es un escenario para la convivencia y la alegría compartida.
Uno de los aspectos más interesantes de esta celebración es cómo permite a las personas más reservadas o tímidas despojarse de sus inhibiciones y expresarse con libertad, alimentando el espíritu de comunidad a través del juego y el intercambio humano. En este espacio, las diferencias de clase, raza o religión desaparecen, ya que todos comparten en igualdad de condiciones.
Este carnaval también es una oportunidad para que los participantes den vida a sus creencias, mitos y tradiciones, todo ello plasmado en las comparsas, disfraces, máscaras, danzas y presentaciones teatrales que recorren las calles.
El desfile de carrozas, por su parte, es una explosión de creatividad y fantasía, donde la imaginación de los artistas cobra vida de una manera espectacular, ofreciendo un verdadero espectáculo visual para el disfrute de todos.
Referencias:
Lydia Inés Muñoz Cordero, Memorias de espejos y de juegos: Historia de la fiesta y de los juegos en el Carnaval Andino de San Juan de Pasto