No tener hijos es una decisión que toman muchos jóvenes para reclamar ante la injusticia del mundo, aunque quizá tener hijos sea un acto de rebeldía aún mayor.
En ninguna otra etapa en la historia de la humanidad habíamos llegado a tal facilidad para entablar relaciones sociales: Instagram, Facebook, WhatsApp, Tinder, Badoo y quién sabe cuántas redes más utilizamos a diario.
A pesar de eso, la tasa de natalidad ha bajado significativamente. Mientras que en 1960 por cada mil habitantes nacían 45 bebés en el país, en el año 2018 esta cifra se redujo hasta llegar a 15 bebés.
Dos muy buenos amigos, que son pareja, me han dado múltiples argumentos de por qué evadir el instinto biológico de procrear: el medio ambiente, las guerras fratricidas, los gobiernos dictatoriales, en fin... entramos en una fábula cuasi punkera donde prácticamente no hay futuro, cual sueño de Rodrigo D.
Pero si pensamos con detenimiento, no hay nada más concreto que una nueva vida para demostrar que todos los problemas mentados tienen solución. Como diría Galeano, debemos cambiar la realidad aunque sea un poquito, ya que es la única forma de demostrar que esta es transformable.
Desde 1989 se gestaron unas generaciones donde muchos fuimos fruto de hogares machistas, en muchos casos liderados por madres solteras. Somos lo que nuestras familias nos enseñaron, llegamos al mundo que nos heredaron.
Sin embargo, la reflexión es precisamente resaltar la obligación de cambiar el ciclo, detenernos un momento y mirar hacia atrás en nuestro árbol genealógico, identificar patrones negativos y buscar transformarlos.
Personalmente encontré que el machismo era una constante en mis antepasados —mujeriegos, irresponsables y bebedores—, por lo cual decidí construir un matriarcado con la persona que me acompaña en la vida. No se trata de relaciones obsesivas o tóxicas donde se desdibujan los sujetos, por el contrario, es una concesión consciente a la mujer como sujeta racional que prioriza valores primordiales como la vida.
Yo encontré mi matriarca, con quien espero construir una familia humanista, sin polarización, que respete al medio ambiente. Quizá cuando todos encontremos esa matriarca que nos guíe y acompañe, este país pueda despertar del largo sueño en el que vive ya.