Quince mil personas se agolparon frente a la puerta de la Catedral. Ahí, justo frente al Palacio de Justicia, una mujer con la cara tapada por una máscara estaba subida en un carrito de golf. Agitaba una bandera con el rostro de Camilo Torres.
La gran mayoría de los que estaban allí eran muchachos entre los 20 y los 30 años. Igual, gritaban las mismas consignas repetidas de las manifestaciones callejeras de los años setenta. Lo único que ha cambiado es el nombre del gobernante. Ya no es contra Turbay Ayala, ahora no es contra Duque sino contra su mentor: Álvaro Uribe.
A las siete y media de la noche el bullicio era uno solo. En Medellín, Manizales, Cúcuta, Cali, Barranquilla y hasta Quibdó se llenaban plazas. La gente no salió azuzada por el impulso de algún político, fue una movilización espontánea, producto de convocatorias vía Facebook, como ocurrió con la toma de plazas con el grito "acuerdos ya" después de la derrota del Plebiscito.
Esta vez la protesta fue para intentar detener, con la presión ciudadana, la cascada imparable de asesinatos de líderes sociales en todo el país: desde el 1 de enero del 2016 van 385 muertes violentas, aproximadamente. Cada vela que se pone en las piedras de la plaza es una vida que se apagó.
En Bogotá, poco antes de que sean las ocho de la noche, las arengas van mermando. No se necesita una tarima donde algún líder le diga a la multitud lo que tiene que hacer. No, la multitud es un organismo vivo, tiene una cabeza y piensa por sí misma. Por eso sobreviene un silencio ensordecedor.
Las quince mil personas que nos apeñuscamos frente a la catedral cerramos la boca, apretamos el puño y lo levantamos hacia un cielo que se teñía de nubes. Son cinco minutos larguísimos, un silencio que es elocuente, un silencio atronador que sustituye con eficacia las palabras. Lo único que se escucha en la plaza son los carteles, los miles de carteles con los nombres de los líderes asesinados y que son sacudidos por el viento.
Luego, el silencio es interrumpido por el himno nacional que empiezan a cantar los líderes que llegaron desde el Atrato y que están frente al Palacio de Justicia. El rumor se esparce en pocos segundos y se convierte en una sola voz. Yo vi gente llorando. Yo vi gente a la que la esperma de la vela le caía furiosa sobre la mano e igual no la soltaban. Era un pequeño sacrificio para compensar un poco tanta barbarie.
Nadie sabe cómo se juntaron tantas personas. La convocatoria empezó a moverse hace dos días en Facebook. Quince capitales, doce ciudades en varios países de Europa, un solo pedido: que se terminen las muertes de líderes sociales.
En Bogotá la concentración más grande empezó frente al Planetario. Desde las cinco de la tarde de este viernes 6 de julio empezaron a llegar personas. Mientras se calentaban motores leían poemas, se escuchaban canciones ya no de Silvio Rodríguez, Pablo Milanés o Mercedes Sosa sino de grupos de cumbia argentina como Miss Bolívia con una alta carta de protesta social.
La calle le pertenece a los jóvenes. Ahí veía mamás veinteañeras que llevaban a sus hijos de ocho años y les explicaban por qué era bueno movilizarse, hacer sentir el poder de la gente. Lo increíble es que los niños entendían.
Se marchó con lentitud por una estrecha carrera Séptima, consecuencia de las remodelaciones. Eran más las mujeres. Aunque también había gran cantidad de parejas homosexuales, muchas de ellas besándose con desparpajo. Se palpaba en el aire que esa movilización iba a ser un acto de amor desinteresado.
Frente al antiguo edificio de El Tiempo una parte de esa larga culebra en la que se convirtió la manifestación se detuvo. Solo los que llevaban nombres de líderes asesinados formaron una rueda gigante. Ya no gritan, solo callan. No se necesitaban palabras, ya todo estaba dicho.
La llegada a la Plaza de Bolívar fue tortuosa. Muchas velas prendidas en la puerta de La Catedral esperaban a la gente llegar. En orden, sin empujones. No se respiraba el temor asfixiante que suele haber en las multitudes. No iba a suceder nada, se trataba solo de estar ahí, como en una vigilia.
El momento culminante fue el silencio de cinco minutos que terminó de hermanarlos a todos. En la Plaza de Bolívar solo quedaron los caños de las velas fundidas con su mensaje contundente.
Fotos: Nelson Cárdenas