Una de las últimas actuaciones de Ernesto Macías como presidente del Senado fue develar una placa en el edificio del senado para homenajear al hombre que le regaló su curul en el parlamento y su posición como presidente del mismo, el expresidente Uribe. La acción de Macías está llena de nubarrones como el desconociendo de la ley que prohíbe honores a personas vivas, la adopción de la medida sin la firma de la vicepresidenta del senado Angélica Lozano, y el evidente acto de lambonería política frente a su padrino. Hace unos pocos meses Macías había sido condecorado por el presidente Duque con la Cruz de Boyacá por sus importantes servicios a la patria (es en serio), parece un evidente intercambio de condecoraciones entre los miembros del Centro Democrático: “yo te condecoro, tú me condecoras, nosotros condecoramos al jefe”.
El expresidente Gaviria consiguió que un viaducto en su ciudad natal llevara su nombre, y Uribe ya había sido noticia porque su nombre se le asignó a una biblioteca pública en Cali. Sin olvidar la constante procesión de homenajes que entre sí se rinde la clase política colombiana en corporaciones públicas como el congreso, las asambleas y los concejos municipales, de lo que es ejemplo notable la Cruz de Boyacá conferida a Macías.
Lo anterior contrasta con el ejemplo de dignidad y austeridad exhibidas por el hombre que en nuestra historia ha sido más digno merecedor de cualquier condecoración, el Libertador Simón Bolívar. Distintos biógrafos de Bolívar describen el contraste que se evidenciaba en la reunión de Santa Ana llevada a cabo entre Bolívar y el comandante español Pablo Morillo en 1820: mientras Bolívar, el genial estratega que ya ha liberado dos naciones, ganando y perdiendo docenas de batallas, llega en una simple mula, con ropas civiles y una sencilla camisa blanca, sin medallas, charreteras ni nada que indique preeminencia militar o civil. La república es austera y no se condecora a sí misma. En cambio, Morillo llega a lomo de un formidable caballo, vistiendo su uniforme militar, y llevando en él todas las condecoraciones que ha cosechado en su vida al servicio de la tiranía española, como si el peso de sus condecoraciones, medallas y galones fuera a inclinar a su favor el campo de batalla o la mesa de negociaciones[1]. Finalmente, Morillo terminaría abandonando los campos de batalla americanos en condición de derrotado, en tanto que Bolívar avanzaría hacia la gloria y la inmortalidad culminando su obra con la liberación de cinco naciones.
Hoy los políticos colombianos, que en nada han preservado el legado de Bolívar, también buscan cubrirse de medallas, honores, condecoraciones y placas, pensando que estas les confieren la grandeza y el honor del que carecen. Les resulta necesario condecorarse y homenajearse entre ellos mismos para pagar favores y ocultar las manchas que sobresalen en sus reputaciones, sea la de presidencias y curules parlamentarias obsequiadas por un caudillo, o los centenares de acusaciones penales contra aquel al que denominan el “gran colombiano”. Para ilustrar su catadura moral, Macías dejó evidencia irrefutable en su última “jugadita” como presidente del Senado en la sesión plenaria del Congreso el pasado 20 de julio, buscando invisibilizar a la oposición política que representa a medio país.
[1] Rumazo González, Alfonso. Bolívar. Caracas: Ediciones de la Presidencia de la República, 2006. p. 215.