No es cierto que para gobernar a la nación colombiana lo único que se necesita es lograr la mayoría de votos el día de las elecciones presidenciales. Digamos que nominalmente esto puede ser así, tanto como para que, quien triunfe, reciba la credencial correspondiente de manos del Consejo Nacional Electoral, se cruce el pecho con la banda tricolor, se le rindan honores militares al son del himno nacional ¡O júbilo inmortal!, y proceda a pronunciar una larga perorata el día de su posesión como Presidente de la República. Sobre esto parece no haber duda alguna. Aún más, sucede que en el momento en que ante el Congreso en pleno el elegido manifiesta: “Juro a Dios y prometo al pueblo cumplir fielmente la Constitución y las leyes de Colombia”, como si mediara un “soplo divino”, el ganador se convierte ipso iure en Jefe de Estado, Jefe del Gobierno y Suprema Autoridad Administrativa. Esto, señores y señoras, como ustedes bien saben, no es ninguna bicoca.
Pero es que el “hábito no hace al monje”. Como que tampoco la madurez del hombre de Estado se puede medir por su tiempo de envoltura en papeles periódicos por más prestantes que sean sus dueños. Tengamos presente que del aguacate, al homo sapiens de la familia de los hominidae, hay una gran distancia. Por lo que entonces no se puede parecer sino ser. Si se es presidente de la República, no cabe ser Tarzán, y al pueblo no se le puede confundir con Chita. Eso de “Yo Tarzán tú Chita” no lo veo consagrado en ninguna parte de nuestra Constitución Nacional.
Pensando en mi país, siempre tengo presente –particularmente como Constituyente-, que “Colombia es un Estado social de derecho, organizado en forma de República unitaria, descentralizada, con autonomía de sus entidades territoriales, democrática, participativa y pluralista, fundada en el respeto de la dignidad humana, en el trabajo y la solidaridad de las personas que la integran y en la prevalencia del interés general” (Art. 1º CN); y que “El Presidente de la República simboliza la unidad nacional y al jurar el cumplimiento de la Constitución y de las leyes, se obliga a garantizar los derechos y libertades de todos los colombianos” (Art. 188 CN).
Y señalo todo lo anterior porque comienzo a ser uno de aquellos que considera que la cabeza del Estado está haciendo agua. Y no porque en ella se encuentre un mal presidente. No. Malos presidentes ha habido muchos. Sino porque el puesto y las obligaciones le vienen quedando grandes. El hombre se ha venido encogiendo y con ello ha venido pelando el cobre transformándose en una mala copia de Tarzán. Yo Tarzán porque traigo a los soldados americanos, y no pregunten; yo Tarzán, porque soy yo el amigo de Trump y no pregunten. Y como soy Tarzán, y Chita son los mayores de setenta años, hago con Chita lo que me dé la gana. ¿Derechos de esos desechables? Cuáles derechos. ¿No ven que yo soy Tarzán? ¿No se han dado cuenta? Desde hace más de cien días hablo todas las noches por televisión porque soy Tarzán. Me dirijo a la montonera, a eso que llaman pueblo que es una sumatoria de Chitas. Chitas al por mayor. Y por ser Tarzán es que no haré la paz con el ELN, porque acá mando yo.
¿Y los contagios? Pues sí, los contagios afectan la economía y a la economía hay que salvarla. Dicen que el covid-19, es peligroso, que mata, y en efecto es así, pero yo Tarzán considero que cada individuo es una unidad económica que nace, crece, se reproduce y muere. Esa es una constante, como lo es la ley de la oferta y la demanda. Si desconocemos que el hombre es una variable económica y lo encerramos se nos viene el castrochavismo. Por lo que entonces salga Chita y produzca así sea con hambre. Primero la economía para que encuentren una tabla de salvación si sale al otro lado. No me llamo Cayo Julio César, pero casi. Soy Tarzán, y ya saben: como dijera Julio César del Imperio Romano al pasar el río Rubicón, “alea iacta est” (la suerte está echada).
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Un jefe de Estado arrinconado termina violentando los valores éticos al tener que escogerse entre la lucha por la vida y la lucha por la economía
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Fíjense ustedes: Fernando Simón, médico epidemiólogo, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias de España, hoy héroe nacional, se preguntó en algún momento de la difícil situación provocada en su país por el coronavirus, “¿Qué más da una cifra más alta que otra o más baja cuando hablamos de 28.000 víctimas? ¿Cambia algo? Ya lo dicen algunos periodistas, que un muerto resulta noticia y mil ya pasan a ser estadística”. Esta idea, en cabeza de un jefe de Estado arrinconado, termina violentando los valores éticos al tener que escogerse entre la lucha por la vida y la lucha por la economía. Hombre estadística vale cero. Hombre como valor económico agregado hecho estadística de crecimiento tiene un alcance significativo para aupar el PIB así termine en el cementerio. Entonces, pueblo: ayúdenle a aquellos, que si privilegiados, son el motor del “bien común”. Vanguardia de un futuro mejor. Padres del crecimiento. De lo que ellos acumulen, no importa cuánto sea, habrá un granito para usted, Chita. Porque yo Tarzán les recuerdo que soy el jefe de una sociedad “democrática, participativa y pluralista, fundada en el respeto de la dignidad humana, en el trabajo y la solidaridad de las personas que la integran y en la prevalencia del interés general”.
Y como así son las cosas, no hay tiempo para prevenir los asesinatos de líderes y lideresas civiles y de derechos humanos ni de excombatientes que han creído en la paz; ni para extenderle la mano a las comunidades negras ni a los pueblos indígenas. Tampoco para pensar en la Ñeñe política ni en los delitos cometidos por algunos militares contra la población infantil ni en el derecho de las regiones. Y la corrupción se desborda. Pero Tarzán, mucho cuidado, porque las crisis presidenciales nunca en el mundo han sido anticipadas por los medios de comunicación, y en más de una ocasión sale lo que no se espera. Al paso que vamos habría que pensar en una Unión Republicana. El presidente Rafael Reyes entendió el mensaje, entregó el mando, se fue para Santa Marta y viajo como pasajero en el barco Manistí. Y nació el Canapé Republicano. De Reyes no se supo nada por largo rato.