Nadie sabe, a ciencia cierta, cuántos colombianos se han postulado como candidatos a la Presidencia de la República para las próximas elecciones del año 2022. Llegó a decirse que eran 92. Ahora la prensa informa que son un poco más de 40. Muchos han desistido, pero otros han insistido.
Debo confesar que, inicialmente, me parecía ridículo que aspiraran a ser presidentes una serie de personas a quienes la vida no les ha dado la oportunidad de saber cómo funciona un país presidencialista como el nuestro. No imaginan la dificultad que implica manejar el entramado que tiene el poder. No me refiero únicamente a los “candidatos” que no han tenido la oportunidad de educarse para gobernar, sino también a los ineptos del país político que hoy, en la derecha, el centro y la izquierda, pululan y dominan el panorama político del país.
Reflexionando y analizando bien esa epidemia de presidencialitis y congresionalitis que nos ha invadido, vi la otra cara de la moneda: es el síntoma indiscutible de que el país nacional no quiere seguir siendo espectador del nefasto destino a que el país político ha sometido a Colombia. La ciudadanía, intuitivamente más que conscientemente, quiere decidir directamente el rumbo de su destino, porque ya no confía en quienes lo han venido gobernando y mandando.
Como no hay una dirección política que tenga los medios para hacerse oír adecuadamente, la falta de consciencia política les hace pensar que la participación ciudadana se traduce en ser presidente, parlamentario, concejal o diputado, con una visión oclocrática de la participación ciudadana. Cuando Gaitán decía que el pueblo debía ser actor y no espectador, no estaba haciendo un planteamiento demagógico, sino de esencia cultural.
En una de sus acostumbradas y famosas intervenciones de los llamados “viernes culturales” en el Teatro Municipal de Bogotá, Gaitán dirá: “Solo con capacidad se tiene calidad, porque solo con esfuerzo y empeño se puede tener cantidad. Dicha norma de desigualdad en razón de lo que se es y de lo que se produce, no excluye la consideración de los méritos individuales sino que, por el contrario, los eleva a categoría primordial. Mientras la función no se compagine con un órgano apto para la función, no puede haber buenos resultados; mientras, pongo por caso, un órgano encargado de legislar, de disciplinar la vida económica, social y jurídica de un país, no esté formado por hombres preparados para legislar en la industria, en la educación, en la economía, no puede haber una presentación democrática, porque la democracia es número en su conformación y calidad en su ejecución, idea que a todos sirve y a todos beneficia, y la ineptitud parlamentaria a nadie puede beneficiar y sí a todos perjudicar”.
Por ello mismo dirá Gaitán: “Hay quienes alegran a las gentes haciéndoles creer –y es tan banal y tan fácil– que si a un mal e insignificante abogado se le saca de su bufete, o a un insignificante médico de su consulta, o a un zapatero, o a un mecánico, o a un electricista de su taller, y solo por ser humildes económica y socialmente se les coloca en una lista de administradores técnicos de la cosa pública, se está haciendo con ellos democracia… ¿Cuál democracia? Una democracia que no sea capaz, en su contenido y en su sustancia de servir los intereses de la colectividad, no es democracia. ¿Acaso podemos aceptar el criterio individualista de la democracia en virtud del cual la gran mayoría debe sacrificarse para que un hombre de su clase, aunque inepto, llegue a una posición con perjuicio para la gran mayoría?”. Y reforzará su idea diciendo: “¿No fue Cristo acaso quien dijo: a cada uno según sus obras, a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César, o lo que es lo mismo: de cada uno según sus capacidades, a cada uno según su trabajo?”.
Para Gaitán la instauración de la democracia directa era el objetivo final de su lucha y la definía diciendo: “Lo que queremos es la democracia directa, aquella donde el pueblo manda, el pueblo decide, el pueblo ejerce control sobre los tres poderes de la democracia burguesa: el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial”. Es decir, que la ciudadanía manda, decide, ordena y controla, pero no ejecuta. No es la ciudadanía, en general, la que ha de poner en marcha lo que los ciudadanos deciden, ordenan y controlan, sino que esas ejecuciones han de llevarlas a cabo gente que cuente con la capacidad y la formación para ello; que deben actuar controlados y supervisados directamente por la ciudadanía.
Precisamente, una de las falencias actuales es la ineptitud de quienes ejecutan como “representantes” de la ciudadanía o como funcionarios acomodados en sus puestos burocráticos por su valor como fichas políticas, por el solo hecho de que han ayudado a conseguir votos.
Que me lo digan a mí que vengo luchando desde hace años para que quienes manejen la Casa-Museo Gaitán sea gente que tenga conocimientos sobre museología de las casas-museo, que son una valiosísima rama de la museología, hoy en manos de ignorantes, dirigidos por quienes quieren cometer MEMORICIDIO contra el legado y la figura de Jorge Eliécer Gaitán.
Se necesita desarrollar una fuerte cultura ciudadana, donde la participación ocupe el campo de las iniciativas y del rumbo que debe tomar el país. Pero hay que hacer un profundo trabajo de formación política democrática para que el surgimiento de ese legítimo sentir de participación ciudadana se haga de manera consciente y no a nivel intuitivo, que ha producido este surgimiento de casi un centenar de aspirantes a la Presidencia de la República y varios millares al Congreso.
Es paradójico, pero el desarrollo de una cultura participativa intuitiva ha venido surgiendo en medio de la falta de consciencia y formación políticas, lo que nos está llevando (temporalmente) a un proceso de oclocratización de la democracia directa. Es una etapa pasajera que se superará con una profundización de la cultura participativa, que es la misión de El Exploratorio Nacional Jorge Eliécer Gaitán que, no por azar, la rectoría de la Universidad Nacional quiere cambiarle de objetivos. Porque una democracia directa dotada de una verdadera cultura participativa es el verdadero peligro al que le teme la clase dirigente.