Hace poco más de un año, tras la muerte de la reina Isabel II de Inglaterra, una serie de personajes conocidos y desconocidos se dedicaron a contar hechos trascendentes e intranscendentes, ocurridos durante sus visitas al palacio de residencia de la monarca británica.
Pues bien. Yo también quiero contarles algunas anécdotas vividas en aquella ocasión cuando fui invitado por los Mountbatten, perdón, por los Windsor, al Reino Unido.
Aunque nunca estuvo entre mis planes visitar el palacio de Buckingham, porque siempre he considerado que la monarquía es un atropello a la dignidad humana y una ofensa a la inteligencia. Este hecho por sí mismo cobraba singular importancia, más aún por haber sido atendido en persona por la reina Isabel como a un jefe de estado.
Había recibido en mi residencia de Bogotá una invitación de la monarquía inglesa para compartir con la realeza una visita al Reino Unido, mi esposa quien duda de todo, bueno casi de todo, me dijo que revisara bien la invitación porque los reyes suelen llevar en el anillo el sello real y lo colocan en el borde de la solapa en su correspondencia, encima de una bolita de cera terracota que presionan, precisamente para sellar la carta.
Ante tanta insistencia e incredulidad y sin tener los dispositivos de Sherlock Holmes para verificar la autenticidad de la invitación, me fui hasta la residencia de Rudolf, el ex ministro de hacienda del gobierno Gaviria y el portero del edificio me hizo caer en cuenta que el apellido de éste era Hommes y no Holmes, por lo tanto no era familiar ni tenía el olfato del sabueso detective de Sir Arthur Conan. Así que decidí hacer el viaje corriendo el riesgo que no fuera Real.
Los tiquetes que venían dentro del sobre tenían un horario preestablecido de viaje por lo que me apresuré a hacer el -checkin, online- y la temporalidad prevista era el día siguiente a las 01:00 hora local colombiana.
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Preparé maletas y llevé souvenirs de sombreros vueltiaos para los Windsor, la hamaca grande para su majestad y también metí una nota, a manera de recordatorio, para que no se me olvidara entregar los saludos de Juan Manuel Santos a la reina y que además la quiere mucho.
Llegué a Londres a eso de las 12:00 horas con las ansias de salir volando a tomar uno de los 58 trenes que salen diariamente hacía Liverpool, para cumplir el sueño de un costeño por entrar al Anfield Road y ver al Guajiro Diaz marcar con el balón esa diagonal que rompe los espacios y llega por debajo y rasante al vértice superior derecho del arco a convertirse en gol. Pero, desafortunada o afortunadamente, en el aeropuerto me esperaba un séquito de palacio con un aviso en inglés que decía “Welcome to the uk Mr. Barros”
Los 50 minutos que le tomo a la Rolls Royce Phantom en la que nos trasladamos desde el London Luton Airport hasta el palacio de Buckingham fueron de ensueño, había Tv a color, snacks, internet satelital, whisky, champán, vodka incluso aguardiente y una botella de Ron Caña para homenajear al Caribe, origen natal de invitado y, la tapa: su majestad Isabel llamó al teléfono de la “limousine” para preguntar cómo había llegado su huésped de honor! lo cual hizo que la bilirrubina causara estragos en mi cuerpo y cambiar el color de mi sangre, esta vez, por supuesto, de rojo a azul, me sentí noble aun sin título pero noble al fin.
Llegamos a palacio entrada la una de la tarde y ahí, frente a mi estaban, en persona, los miembros de la Guardia Real Británica, impertérritos, ataviados con sus vestidos rojos con negro, sombreros de 40 centímetros de altura y de más de una libra, -me refiero a su peso no a su precio- hechos de piel de oso negro canadiense macho.
Las puertas del Buckingham se abrieron de par en par, para sorpresa mía y rompiendo todo protocolo la mismísima reina me recibió a la entrada.
Después de recorrer pasillos, más pasillos, puertas tras puertas, me indicó cuál sería mi habitación y me expreso que descansara. Me imaginé que entendía que debía estar muy cansado por el largo viaje. Tan sorprendido quedé que hubo de pasar mucho tiempo, casi hasta entrada la madrugada, para recobrar mi lucidez.
Esa mañana me levante muy temprano a pesar del trasnocho y el cansancio que me había dejado el viaje de más de 12 horas desde la capital colombiana. Previamente se me había informado de la puntualidad inglesa y lo molesto que sería para su majestad si llegara tarde a cualquier compromiso.
Toda la noche pase ensayando como sentarme al comedor al día siguiente. Escribí cada palabra tanto en español como en inglés, incluida su pronunciación, por si faltaba el edecán. Como saludar y a quien primero de los miembros de la realeza, después de la reina obviamente. Pues sabía que estarían presentes casi todos.
El protocolo indicaba desayuno con su majestad a las 08:00 horas con puntualidad inglesa y así se cumplió con la presencia además de la princesa Ana, Andrés y Eduardo. Los duques de Cambridge, Guillermo y Catalina quienes vinieron de Kensington y por supuesto el príncipe Carlos (hoy Rey) quien llegó en compañía de Camila procedente del palacio Clarence House y a quien ya conocía desde la época de su matrimonio con Diana. Los duques de Sussex, Harry y Meghan no estuvieron presente por los problemas reales que son de conocimiento público.
El encanto, los adornos dorados en oro de verdad, la belleza y majestuosidad de la sala hicieron que olvidará todo cuánto había ensayado y preparado cuidadosamente la noche anterior. Quedé mudo ante semejante mesa de comedor y número de puestos servidos. Platos, platicos, copas, copitas, vasos y vasitos; cubierto, cucharas, cucharitas, cuchillos y tenedores de tanta variedad y decoración dorada que sentí ahogarme en mi propia ignorancia. Afortunadamente el edecán, quien se percató de mi aturdimiento, me susurró que dejara que ellos empezaran e hiciera lo mismo.
Como pude, logré sortear los obstáculos. Nos levantamos de la mesa una vez lo hiciera la monarca y ya en unos de los jardines de palacio escuche a Carlos decir a la reina
—Majesty let's take Mr. Barros for a walk to Windsor castleand tomorrow to Balmoral castle—
Aunque no entendí mucho por ausencia del traductor, asentí con la cabeza y todos rieron lo que supuse había sido del agrado de ellos, pero; en realidad estaba haciendo venia de entidad bancaria. “En el momento y lugar equivocado”.
Al día siguiente el recorrido por los campos británicos fue un paseo de maravilla. Desde la comodidad de mi silla podía apreciar la belleza de los hermosos bosques de abetos, olmos, robles, pinos y otras especies que no pude identificar. El Palacio de Windsor es espectacular, notable por su tradicional relación con la familia real británica y por su antigüedad, ya cercana al milenio,
Carlos, a pesar de su carácter gruñón, se esmeró en todo momento porque me sintiera muy a gusto, me mostró uno de los Apartamentos de Estado y por un momento creí que me estaba invitando a quedarme una noche allí, por su parte; la reina, me enseñó cada una de las setecientas setenta y cuatro habitaciones del castillo, consideradas arquitectónicamente por expertos del cemento, la arcilla y el diseño como la mejor y más completa expresión de estilo gregoriano en su periodo tardío.
Me sorprendió mucho que la reina no se cansara con tan largo recorrido y consideré equivocadamente que era protocolo real de esmero, pero el edecán me expresó que había sido el único personaje a quien la monarca le había dedicado tanto tiempo.
El paseo para ir de caza a Escocia en los campos de Balmoral resultó interrumpido por el compromiso de la reina en la posesión de la nueva primer ministro, lo que me libró del suplicio del “test de palacio” ya que de no superarlo no tendría una segunda oportunidad Real como le pasó a Margaret Thatcher.
Antes abandonar el palacio para desplazarse al Queen Elizabeth II Centre donde sería el evento de posesión, dio la orden de que se me girara una donación de tres millones de libras esterlinas para apoyar mis proyectos educativos del Sistema Pedagógico de Dinámica Lúdica SPDL en Colombia, y se despidió como nunca lo hacía, de besos y abrazos.
Estaba a punto de recibir el cheque, cuando mi esposa me quito las cobijas para que me levantara porque quería hacer desayuno de raíces al vapor con crema agria de leche y no había yuca ni suero para su preparación.