"Yo también" dicen las mujeres en todo el mundo después de que se destapara el escándalo del productor de cine gringo Harvey Weinstein por abuso sexual. Cientos de mujeres han empezado a confesar por redes sociales que en algún momento de su vida sufrieron algún tipo de agresión sexual por parte de nosotros los hombres. Entonces, me pregunto si yo también en algún momento de mi vida amparado en nuestra cultura machista he cometido algún tipo de agresión sexual.
Siento vergüenza de género. Según el boletín epidemiológico de Medicina Legal sobre violencia de género del año 2016, Antioquia ocupa el segundo lugar en cifras de víctimas de violencia sexual en Colombia. en los últimos tres años son 4.059 víctimas, sin contar con el enorme subregistro provocado por las mujeres que no se atreven a denunciar a sus agresores por temor. Un dato más escabroso aun es el hecho de que “son los familiares quienes aparecen como los principales presuntos responsables de los casos de violencia sexual, en segundo lugar, se encuentra la pareja o la ex pareja y en tercer lugar los amigos” Como quien dice, la violencia sexual contra la mujer no es un tema de loquitos y enfermos, son hombres funcionales, buenos vecinos y gente de bien. Básicamente, cualquiera de mis amigos de trabajo o estudio pudo agredir a una mujer y yo sigo aquí tan campante.
Lo mínimo que debemos sentir como hombres con el tema de la violencia sexual contra las mujeres es repugnancia como lo dice Ricardo Silva Romero en un reciente artículo sobre el tema. Ya no se vale guardar silencio porque los abusadores hemos sido nosotros los hombres. En todas partes el papá, padrastro, hermano mayor, tío, jefe, supervisor, profesor de colegio y universidad y hasta el cura sin importar raza o estrato socioeconómico han usado posiciones de poder para obtener favores sexuales, mientras ellas, nuestras hermanas, novias, primas, subalternas, compañeras de trabajo y hasta nuestras mamás han llevado consigo el temor y el silencio de una agresión constante por parte nuestra.
A lo largo de mi vida he visto y escuchado historias de acoso a amigas, exnovias, primas y compañeras de trabajo. Pienso que nunca caminando por la calle una mujer me ha echado un piropo que me haga sonrojar y nunca ninguna mujer en un bus o en la calle ha mirado mis genitales con ganas de devorarme, como estoy seguro que en algún momento yo sí lo he hecho con algunas mujeres. Lo primero que debo admitir es la vergüenza profunda que este tema me provoca, pido perdón a las mujeres por una práctica masculina naturalizada que en lo sexual hace que nos comportemos como depredadores salvajes y pido perdón por el silencio cómplice frente a esta tragedia; viendo la ola de mujeres diciendo yo también, siento escalofrío del poder otorgado por la cultura a mi condición de hombre y concluyo que la pregunta obligada hoy para nosotros es ¿yo también? Y si lo hice, de nuevo pido perdón.