Bogotá es la ciudad que me acogió desde hace doce años y que sigue brindándome aquello que considero importante para vivir. Durante estos doce años he visto cómo muchas cosas han cambiado: edificios que dibujan nuevas sombras en las calles, un fragmento de la carrera séptima donde se puede caminar, los artistas callejeros tratando de ganarse la vida con su oficio, bicicletas que empiezan a recorrer muchos tramos de la ciudad, más eventos, conciertos, festivales, ferias, literatura, cine, teatro, salsa, rock, jazz, restaurantes, cafés nacionales e importados. La ciudad se mueve y se mueve porque es grande.
Y esa grandeza también trae dificultades que se ven a diario en esas mismas calles. Inseguridad, falta de civismo, un tráfico que asfixia la vista y los oídos, basura en las calles, entro otras cosas que a veces hace que perdamos la esperanza y le concedemos la victoria a una resignada rendición disfrazada en la crítica y la culpa a terceros.
Por eso un grupo de jóvenes creó una campaña llamada Yo sí creo en Bogotá, una empresa destinada al cambio pues cómo dice Willie Colón todo es "según el color del cristal con que se mira". Estudiantes cansados de ver en la crítica y la culpa la única forma de solucionar un problema que afecta a quienes vivimos en esta ciudad. El cambio está en la acción, un principio vital que le dio origen a este universo que habitamos.
El ejercicio pedagógico que hacen estos estudiantes es mucho más significativo que el que muchos docentes brindamos en un salón de clases. Brindamos herramientas para ejercer un oficio, pero no para vivir la vida. "Yo sí creo en Bogotá" es una invitación a reflexionar sobre nuestro papel como ciudadanos, como docentes y como seres humanos. Es un sencillo pero inmenso ejercicio de paz.
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