Después de un par de semanas de licencia médica, con el país colapsado por la ola de protestas, me pareció interesante contarles un poco sobre el silencioso pero alucinante avance de la competencia mundial por desarrollar e implementar la inteligencia artificial, o sea, la capacidad autónoma de las máquinas de percibir su entorno, aprender de él y llevar a cabo acciones que maximicen sus posibilidades de éxito en algún objetivo o tarea. Las superpotencias tecnológicas, como Silicon Valley en EE. UU. y China, están progresando a pasos agigantados en el área del aprendizaje automático, impulsado en parte por la disponibilidad de grandes recursos informáticos y el big data.
Gracias a esos avances, hoy contamos con aplicaciones prácticas de la IA en el hogar, el automóvil sin conductor, la oficina, el banco, el hospital y el internet. Todos hemos aprendido a incorporar a nuestras vidas los videojuegos, los sistemas de navegación por satélite y el buscador de Google, que funcionan con inteligencia artificial, pero también están los sistemas utilizados por los inversores para predecir los movimientos en el mercado de valores, y por los gobiernos nacionales para ayudar a guiar las decisiones políticas en materia de salud y transporte, las aplicaciones en los teléfonos móviles, los avatares de realidad virtual y los asistentes digitales como Alexa o Siri, así como los drones militares y los robots dragaminas, omnipresentes en los campos de batalla actuales. La guerra cibernética ya está en marcha, habilitada por la IA, como se vio en las últimas elecciones en los Estados Unidos. Un estudio de 5,7 millones de usuarios de Twitter en 2016 mostró que las cuentas rusas malintencionadas y los acosadores, incluidas muchas operadas por bots, se retuitearon regularmente e influyeron en el comportamiento electoral de muchos votantes.
Es importante tener en cuenta que la IA es diferente de cualquier otra tecnología que hayamos conocido antes, debido a su capacidad para tomar decisiones de forma independiente e impredecible. Esto da lugar a tres cuestiones cruciales: la responsabilidad, o sea, ¿quién es responsable si la IA causa un daño?; los derechos, es decir, ¿se puede otorgar personalidad jurídica a los sistemas de AI?; y la ética que rodea la toma de decisiones alrededor de la IA.
Es difícil exagerar los impactos que la revolución de la inteligencia artificial tendrá en nuestras vidas. Muchos expertos señalan que habrá cambios drásticos en nuestro mundo laboral, donde los robots tomaran el lugar de los humanos en muchos empleos, no solo en la industria, sino también en la agricultura y los servicios. Pero el trabajo es solo un segmento de nuestra vida cotidiana. Recientes estudios de la Universidad de Yale han tratado de determinar cómo la inteligencia artificial influenciará incluso los aspectos más fundamentales del comportamiento humano, es decir, el amor, la amistad, la cooperación y la enseñanza. Los resultados son verdaderamente preocupantes.
Veremos robots ocupando el lugar de los acompañantes o socios sexuales,
como sucedió con el hombre japonés
que se “casó” con un holograma inteligente el año pasado
Muchas áreas de vida humana se verán simultáneamente afectadas. Los asistentes digitales y robots de acompañamiento tienen la capacidad de reducir el desarrollo de conexiones empáticas con otros seres humanos. Películas como Her (2013) del director Spike Jonze muestran como los humanos hemos empezado a tratar a nuestros asistentes virtuales como confidentes, amigos o hasta terapistas. En el futuro cercano, veremos robots ocupando el lugar de los acompañantes o socios sexuales, como sucedió con el hombre japonés que se “casó” con un holograma inteligente el año pasado. Para no ir tan lejos, los carros sin conductor que ya han comenzado a circular en algunas partes del mundo, conllevan muchas preguntas éticas y legales que no tienen respuesta por el momento.
Lo que todo esto nos muestra es que no estamos preparados para este gran giro que va a afectar de forma dramática todos los aspectos de nuestras vidas. Expertos del MIT han creado hace poco un grupo de investigación sobre el comportamiento de las máquinas para estudiar estos y otros dilemas, y para prepararnos para desarrollar una respuesta adecuada. Necesitamos urgentemente encontrar un consenso mundial para facilitar una coexistencia pacífica con la IA que está irrumpiendo cada día más masivamente en nuestra cotidianidad.
Isaac Asimov en su visionario libro Yo Robot (1950) formuló las tres leyes de la robótica. La primera ley sostenía que un robot no debe herir a un humano o permitir mediante omisión que un humano sea herido. ¿Podremos evitar que un día la IA se vuelva en contra de la humanidad?