Entre los 120 muchachos que están acampando en la Plaza de Bolívar muy pocos saben qué es lo que están realmente haciendo. Casi ninguno ha leído los acuerdos, una buena parte no sabe quién es Rodrigo Londoño y casi ninguno recuerda a Jacobo Arenas. Están ahí porque les parece muy ‘cool’ eso de que a los 16 años puedan irse un rato del yugo que papi impone en casa y qué mejor que un camping en medio de la Plaza de Bolívar
Estuve con ellos una noche buscando calmar mi conciencia por lo que Colombia le había hecho a la palomita de la paz. Ahí vi a un hippie viejo fumar marihuana intensamente. Trabado pintaba mandalas, dormía en una carpa que no era suya y pedía ayuda humanitaria para su miseria. Tampoco sabía muy bien por qué acampaban.
Hay otros que llegaron de Cúcuta con la marcha del 5 de octubre. Como no tenían para el hospedaje ni para la comida se les hizo fácil quedarse en el gran refugio que ofrecía la Plaza de Bolívar. Allí los atienden, les dan los tres golpes. Les dan cámaras para que expresen sus causas perdidas.
Una noche bastó para entender esta farsa. Flaco favor le hacen a la causa estos confundidos que lo único que quieren es posar de rebeldes, de intelectuales, de defensores de causas justas.