Yo no tengo fotos con Gabo
Opinión

Yo no tengo fotos con Gabo

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abril 26, 2014
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¿Será que ya es suficiente? ¡Qué le vamos a hacer! García Márquez es nuestro muerto más ilustre. Una columna más una menos no le hará daño a su memoria. El estremecimiento mediático que ha provocado su muerte, tan extraordinario, ha servido, hay que decirlo, para producir una especie de catarsis colectiva en la que nos descubrimos nuevamente dignos de una mirada internacional llena de admiración y respeto, por encima, no importa, del rescatado episodio de su vergonzoso exilio que nos dejará siempre como un zapato cada vez que se ponga de presente. Gabo lavó en vida la imagen de este país, y con su muerte vuelve de nuevo reluciente la cara de Colombia.

En lo personal, volver a ver la foto de García Márquez con el famoso puñetazo de Vargas Llosa, me inspiró sin más la frase siguiente: “Tranquilo, Gabo, que con la muerte sucede como con la trompada de un amigo. Nos deja el ‘ojo colombino’ por unos días pero después se va pasando. Y vuelve la sonrisa”.

Y como las redes sociales se han llenado todos estos días de una avasallante y espectacular colección de fotos de Gabo acompañando a miles de personas, solo se me ocurrió pensar, y así lo dije en mi página de Facebook, que envidio sanamente a todos mis amigos, escritores o no, y hasta al diablo puto, que tienen en un archivo especial su foto con Gabo. Y ahora han aprovechado para aguarnos la boca a los demás cristianos colgándolas en cada clavo posible que encuentran, lo que ha significado el aumento exponencial de las piezas de una descomunal iconografía garciamarqueana.

Yo tuve la oportunidad de un par de encuentros fugaces con Gabo, pero en esos momentos nadie estuvo allí para que lo registrara. Nunca podré reponerme, por tanto, de semejante lunar en mi hoja de vida.

El primero debió ser en 1990. Yo estaba accidentalmente encargado de la dirección creativa de la Agencia Sonovista Publicidad en Barranquilla, que había pasado a ser parte del grupo empresarial Olímpica. Y en una tarde en la que había sido citado a la oficina del señor Fuad Char para tratar un asunto publicitario, al momento de llegar a la antesala de su oficina, encontré el maestro Alfonso Fuenmayor que salía de la oficina de Char seguido por Gabo. Saludé al maestro Fuenmayor con quien había tratado en diversas ocasiones, porque era fácil encontrarlo en las tiendas del Barrio Abajo, y estreché la mano de García Márquez con un breve saludo. Él salió y yo seguí a mi cita. Creí entender que la visita se debía a una consulta de orden financiero. Debió ser. No creo que estuviera discutiendo con Fuad algún problema de naturaleza literaria.

El segundo pudo ser en 1997. La Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), su escuela de periodismo, desarrollaba uno de sus talleres formativos en el antiguo edificio de La Aduana de Barranquilla, mi sede de trabajo, y una tarde Gabo asistió a la que debía ser quizá la sesión final de aquel taller. Por sugerencia de Jaime Abello, que conocía la admiración del Nobel por el poeta Raúl Gómez Jattin, fui a mi oficina en búsqueda de un ejemplar de la revista víacuarenta en la que habíamos dado portada al poeta de Cereté en un bello dibujo de la pintora Bibiana Vélez, y en donde venían publicados unos poemas inéditos de Gómez Jattin que me habían sido cedidos por el poeta Joaquín Mattos-Omar. Entonces me acerqué al personaje le entregué la revista, lo saludé otra vez de mano, y él me agradeció haciendo un enfático elogio de la poesía de Gómez Jattin. Y tampoco hubo fotos. Y eso fue todo. Todo lo demás ha sido literatura. Quiero decir, el encuentro con sus libros y con la torrentosa literatura sobre su vida y su literatura.

Ahora que ha fallecido y que todos muestran sus fotos con Gabo, me sumo al enorme lamento que se ha levantado en el mundo entero por la muerte de este gran poeta de nuestra lengua, y empiezo a pensar en serio en cómo me agencio un buen fotomontaje para no morir con esa grave falencia histórica en mi vida de poeta y de director de una biblioteca. ¡Qué vaina! Se me ocurre que uno bueno podría ser ese donde aparezco entregándole el Nobel en Estocolmo. O abrazado con él y con Poncho Zuleta mientras cantamos La casa en el aire o La diosa coronada. O uno de los que lo acompañan en aquella foto de su hotel en la que instantes antes de salir a recibir el Nobel todavía está en calzoncillos largos rodeado de sus más queridos e íntimos amigos. De verdad voy a pensarlo. Como decimos en el Caribe: La madre que sí.

Fecha de publicación original: 26 de abril de 2014

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