Señor Yamid Amat,
Cuando mi familia y yo huimos de Monteria a causa de la violencia política a comienzos de los 90 y llegamos desplazados a Bogotá, mi madre se mantuvo firme. No renunció a su cargo de maestra en el Magisterio y siendo costeña se enfrentó a un ambiente difícil y casi hostil en un colegio del Tunal en la fría capital del país. De su tenacidad aprendí el compromiso con los principios. Mi hermano y yo observamos con admiración cómo vivir una vida con convicción política, esto es: buscando la consecuencia ética en el liderazgo público. Mi madre daba ese ejemplo como psicopedagogía para niños y adolescentes en situación de vulnerabilidad en la ciudad. Este modelo y mi intuición me llevó a estudiar filosofía, luego literatura, luego más filosofía y luego a irme a buscar la inquietud y la vida difícil en Londres. Allí aprendí a ser mesero en un bar para poder sobrevivir y llamaba a mi madre angustiado para decirle que no sabía cómo cargar una bandeja llena de cocteles. Ella me decía que era una habilidad, que le diera tiempo, que ya aprendería. La maestría en teoría política que estaba haciendo parecía secundaría ante semejante reto. Sin embargo, gracias a mi madre, logré ambas cosas. Cuando volví al país me puse a trabajar en una editorial y luego en proyectos de derechos humanos para víctimas del conflicto armado en Colombia. Vi que estaba cojo en mi conocimiento constitucional y opté por hacer un doctorado en derecho mientras daba algunas clases sobre métodos de investigación en la Universidad de los Andes. Durante este tiempo escribí poesía, tres libros. El último dedicado íntegramente a esa mujer tenaz y tranquila que me ayudó a seguir la vida académica, la vida de defensor de derechos humanos, la vida con goce estético.
Cuando vi que Peñalosa había mentido sobre su supuesto doctorado me indigné como muchos que llevamos a cabo este proceso académico, lo sufrimos y le entregamos muchos años de nuestra vida. Me indigné además porque ello representaba la tradicional forma de hacer política en Colombia. En donde un apellido y suficiente capital social justifica cualquier arbitrariedad y brinda inmunidad. Entendí que era un problema político, no solo académico. Pues el verdadero punto es que debido a una acción u omisión con respecto a una mentira, una persona logra ventajas que lo llevan al poder o lo mantienen en el poder. Querer hacerlo un asunto menor, representa el cinismo trágico en el ejercicio político en Colombia.
Unos colegas estudiantes de doctorado y doctorados en París me contactaron porque habían escrito una pomposa carta cuestionando y pidiendo explicaciones a Peñalosa. La carta era, en efecto, todo lo aburrido y engorroso que representa la academia (pero era una carta, no un ensayo): muchas citas de un solo autor muy popular y el aire de superioridad etnocéntrica que supone el privilegio de estudiar en Europa. En todo caso firmé después de sugerir algunas precisiones e invitarlos a entender que esto debía hacerse con humor, por más serio que fuera. No hay peor condena que tomarse muy en serio a sí mismo: conduce a una soberbia irremediable.
Sabía en lo que me metía. Así como la política es el juego de la retórica en función del poder y el interés personal, los medios son la cara que defiende y justifica dicho poder a través de monopolios económicos. Entonces llegó El Espectador que publicó nuestra carta como retaliación a Peñalosa porque no les dio pauta y luego la periodista Adriana Tono haciendo un fascinante chiste sobre una supuesta pilatuna incomprensible en su 1, 2, 3.
Solo le escribo para señalar que Adriana Tono se equivocó al decir que yo promoví la carta y que la firmé de primero. Si la lee, aparezco mucho más abajo en los firmantes, de los cuáles no dice nada. Ni siquiera mencionar a todos esos otros colegas porque no son conocidos como los grandes autores franceses, no solo es una estrategia para desviar irresponsablemente la atención sobre la mentira de Peñalosa, sino también un atentado contra el buen humor. A estos colegas creo que sería pertinente preguntarles como pronunciaría correctamente mi nombre un fracoparlante. Si usted hace amablemente esta corrección, podré mostrarle el video con orgullo a mi madre.
Muchas gracias,
@gabrielrojas54