Yo no me llamo, yo soy un idiota

Yo no me llamo, yo soy un idiota

¿Por qué alguien intenta parecerse a otro cuando tiene voz, imagen y fisonomía propias? Pero el ingenuo imitador cree que alcanza la gloria por un sí del jurado

Por: Gladys Peñuela-Kudo
noviembre 02, 2021
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Yo no me llamo, yo soy un idiota
Foto: Twitter

¿Qué lleva a una persona a hacer el ridículo o a permitir que otros se le burlen sin compasión? Y no solo son los jurados, sino la cantidad enorme de público mal educado que está frente al televisor.

¿Por qué alguien intenta parecerse a otro cuando tiene su propia voz, su propia imagen, su propia fisonomía? Porque algunos de los imitados ni siquiera son tan famosos, ni tan reconocidos, ni mucho menos clásicos; la mayoría son advenedizos, productos de una moda, que seguramente no van a dejar huella. Sin embargo, el ingenuo imitador cree que alcanza la gloria por un sí de un jurado no tan idóneo, como corresponde a este tipo de programas, porque una vedette en decadencia, un músico normal y unos artistas recientes, de géneros bastante dudosos, no son autoridad para nadie serio.

Lo que se percibe es una baja autoestima, un deseo imperioso de los cinco minutos de fama, incluso a costa de la dignidad y el prestigio. Cinco minutos de fama que nadie volverá a recordar.

Imitar la voz de otro ya es de por sí cuestionable, pero tener que imitar el físico es, sin duda, enfermo. Eso de adelgazar o engordar, ponerse cabello postizo, incluso hacerse tatuajes, es absurdo y demencial. Muchos de los que se presentan tienen realmente talento, el cual van a perder o deteriorar porque pueden dañar su voz para siempre por imitar, por plagiar a otro que quizás no sea tan bueno como él.

El sueño de fama y fortuna que ofrecen estos programas terminan presionando a personas necesitadas de dinero y/o reconocimiento a hacer cosas inverosímiles, a veces peligrosas, que incluso no solo tienen que ver con la voz, sino con emular retos absurdos, dictados por influenciadores que tienen seguidores por obra y gracia del desperdicio de tiempo que hacen muchísimos, para quienes las redes sociales son como una religión y su única ventana al mundo, o aquellos que por el facilismo de no estudiar, leer y tratar de entender cómo funciona el mundo en realidad se dejan llevar por cualquier cosa supuestamente entretenida que le den.

Es que si en lugar de usar el celular para solo ver moda, chismes o seguir a cuanto tonto aparece con alguna monería, comprenderían que no pasan de ser unas fichas baratas del casino del entretenimiento de los medios de comunicación, los cuales se aprovechan de la tontería de sus usuarios para ganar a costa de ellos, de unos porque se prestan directamente en el juego participando en sus propuestas o de los otros porque reciben con pasmosa pasividad toda la porquería e irrespeto que les ofrecen.

Todo indica que ninguno de los ganadores o participantes de este famoso programa ha triunfado de verdad en su carrera artística; cómo lo va a hacer si no son sino segundones. Seguramente los escenarios donde tienen la oportunidad de presentarse por un tiempo no son los de primera, sino los de segunda, donde precisamente los admiten por no ser los originales. Sin embargo, el pobre ingenuo que le hace el juego a este tipo de espectáculo está convencido que va a encontrar fama y fortuna por siempre. Qué tristeza con todas estas personas, instrumentos de una charada como esta. Qué dolor tan grande por estas gentes que podrían gastar su energía en generar otros espacios más creativos y dignos.

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