Yo no lo crie
Opinión

Yo no lo crie

Tampoco es casual que no exista el término des-padre para denotar la ausencia paterna voluntaria

Por:
marzo 21, 2023
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No es extraño que en nuestro país se deslinde en la vida de los hombres la función paterna de la vida profesional. Si sus responsabilidades en las relaciones amorosas y maritales no importan, pues sus responsabilidades reproductivas tampoco parecieran preocupar mucho a la hora de valorar si un hombre es un tipo decente. Por eso una noticia nacional relacionada con corrupción política y abandono paterno no trasciende. Solo chismorreo y oportunismo político. Nada más. La relación ya reconocida entre paternidad irresponsable, mala salud mental, violencia pública y privada, delincuencia, embarazo adolescente, farmacodependencia, fracaso y deserción escolar no ha sido ni es actualmente tema de análisis frecuente y profundo.

Según datos del Dane del 2021, un 43 % de los hogares colombianos tienen a una mujer como cabeza de familia, más del 30 % de niños y niñas en nuestro país no han sido criados por su padre, desaparecen una vez se enteran de la preñez, o no participan de la gestación, el parto y la crianza; no los reconocen ante la ley y se vuelan olímpicamente, para no aparecer nunca más, o si aparecen, lo hacen para decir que no tienen plata dejando a las madres toda la responsabilidad parental.

El conflicto armado con sus cifras aterradoras de hombres muertos, esposos y padres que dejan su familia desprotegida por ausencia forzosa, y la pobreza, que acarrea escasos recursos para cuidar debidamente, explican en parte las cifras, pero dichas explicaciones se quedan cortas. Yo pienso que este hecho no es casual. No se estudia para no revelar y no se desvela para no responsabilizar. ¿Alguien ha señalado o al menos se ha preguntado el papel que ha jugado la irresponsabilidad masculina con su capacidad reproductiva en este des-madre de país? Tampoco es casual que no exista el término des-padre para denotar la ausencia paterna voluntaria. Muy pocos estudios en Colombia se han hecho con el fin de darle su lugar a la paternidad irresponsable como factor predisponente, desencadenante y mantenedor de un país descuadernado como el nuestro. Ningún cuestionamiento se hace en el país a la ligereza con la cual muchos hombres asumen los embarazos en los que participan. Basta ver las estadísticas de uso de condón o vasectomías en estos lares para darnos cuenta del des-padre en el que vivimos.

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¿Alguien ha señalado o al menos se ha preguntado el papel que ha jugado la irresponsabilidad masculina con su capacidad reproductiva en este des-madre de país?

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La noción de paternidad ha cambiado muchísimo en el mundo entero. Esta estaba enmarcada en la forma tradicional de concebir la familia. Padre proveedor, que vive en la calle ganándose el sustento y madre cuidadora que vive en la casa a cargo del mundo de los afectos, la crianza, la limpieza y la alimentación. Trastoque total. Los cambios en la vida de las mujeres son vientos que están arrasando la concepción de familia y sus viejos roles de género: hacer valer sus derechos sexuales y reproductivos, el acceso a la educación y el trabajo remunerado fuera de casa, el conocimiento que ya se tiene sobre el balance, injusto por demás, de la división de ingresos en la casa y el tiempo dedicado a las labores de cuidado y por otro lado la reciente defensa de los derechos de niñas y niños que apenas se inició el siglo pasado son cambios que ya no refuerzan la supremacía masculina en el hogar pero que tampoco han puesto el dedo en la llaga: no ha cambiado mucho la sexualidad masculina depredadora, con múltiples involucramientos sexuales simultáneos sin usar métodos anticonceptivos e incluso en muchas ocasiones poniendo límites a la anticoncepción femenina en ese afán de controlarlo todo en ellas, incluso su cuerpo.

Desafortunadamente la idea de masculinidad tradicional, esa virilidad rancia y tóxica, riñe con la paternidad. El poder, el dominio, la fuerza, el estoicismo, la evitación de la expresión de los sentimientos, la desconfianza en las emociones, la superioridad, la dominación, la necesidad de control. Ninguno de esos atributos sirve para cuidar. La empatía, la protección, el respeto, la cercanía emocional, el lenguaje no verbal, el contacto físico no sexual, la sintonía constante con las necesidades del otro, en fin, son distintos atributos. Y esos no se les ha enseñado a nuestros hombres colombianos, no se les habla de ellos. La amenaza que subyace es que esos son asuntos de mujeres y se pone en riesgo su hombría.

Ahora la nueva noción trasciende la manutención. Además de la responsabilidad económica se reclaman responsabilidades inherentes al vínculo padre/hijo-hija. Además del reconocimiento legal, se valora el emocional, afectivo, de tiempo y entrega. Ya podemos hablar de cambios en la vida de ellos, implicaciones derivadas de su paternidad, cambios en su vida laboral, cambios en su tiempo de descanso y de ocio, sacrificios en el tiempo que le dedican al esparcimiento y a sus amigos, horas de actividades extrafamiliares que se reducen, permisos laborales que hay que pedir, disminución de ingresos, ascensos profesionales que se ralentizan para poder criar. En fin. Si nos detenemos en esta reflexión lo primero que salta a la vista es la asimetría en cuanto a cambios en la vida cotidiana que acarrea la paternidad para los hombres. Pareciera que su ejercicio después de la concepción fuera voluntario, electivo. Así es de ligera esa aclaración: “es que yo no lo crie”. Como si nada. Y parte sin novedad.

Hace tres décadas se conoce de sobra lo que se llama “el efecto civilizatorio del padre” al decir de Blankhenhorn en 1995: “los padres son esenciales y únicos para los hijos varones, con su efecto civilizatorio los guía en el proceso de socialización afuera de la violencia porque les enseña cómo tener una vida masculina con un propósito fundamentalmente social”. No tenemos en Colombia una buena estadística que nos cuente cuántos hijos varones son abandonados por sus padres; tampoco cuántos de los hombres corruptos, o aquellos que hacen parte de grupos armados ilegales, o los otros que han transgredido normas en pos del poder, el prestigio o el dinero, sufrieron el abandono voluntario de sus padres. Quién sí los crio, las redes de afecto y apoyos extra que se tuvieron que crear para suplir esa ausencia y sobre todo qué relación existe entre esos padres irresponsables y la violación en una forma u otra del pacto social, el civilizatorio, en el que no estuvo el hombre que lo engendró porque tomó las de Villadiego.

La tendencia a ser buen padre depende mucho de lo vivido en su propia crianza, cuán completa fue la paternidad de su progenitor, qué ejemplo le dio, cómo le habló a lo largo de su vida acerca de sus deberes maritales y reproductivos, si lo abandonó o no, o si ser buen padre fue apenas instrumentalizado para cumplir con la idea de tener hijos como requisito para ser un “hombre pleno”.

¿Cómo vamos a cambiar los roles de género tradicionales para poder inculcar en los pequeños, desde su masculinidad, un alto valor social asociado al cuidado? A ver si podemos por fin ponernos en la tarea de asociar el significado de ser hombre al significado de ser padre. Y que oigamos a nuestros congéneres decir orgullosamente: “yo sí lo crie”.

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