Esto lo escribí, con mucha rabia, hace exactamente dos años, un 13 de agosto, en el que Garzón llevaba 14 años de muerto. Hoy cumple 16 y el panorama sigue intacto: Narváez sigue investigado, Don Berna sigue señalado, "Godofredo", desde la tumba, nos recuerda lo que somos y yo tengo la misma sensación de impotencia...
Conmemorar el asesinato de una persona es un acto que no puede tener ningún beneficio, sólo, quizá, sentirse más acorralado, más impotente, más pusilánime. Alguno diría que se trata de reivindicar una figura, de celebrar una imagen. Yo le diría que está equivocado, que el homenaje se encuentra precisamente en el hecho de olvidar su muerte, de hacer de cuenta que eso nunca pasó, de incorporar su existencia al punto de ser parte de ella, de no recordarla, sino de existir con ella.
No es raro que a la oposición en este país se le asesine sistemáticamente, tampoco es raro que las ideas contrarias al excelentísimo proceder del gobierno sean tildadas de subversivas y se les asocie con los grupos al margen de la ley, en ese escenario donde los falsos positivos son una invención de las ONG y los levantamientos sociales están interceptados por los grupos guerrilleros. No resulta inesperado tampoco esa persecución planeada, concertada, medida a los personajes que adopten una posición distinta, desde un razonamiento crítico, sobre la realidad de su país. No es raro que hace 14 años hayan matado a un activista de los derechos humanos, a un descontextualizado que luchaba a gritos en un país donde es regla la apatía, a un maravilloso bicho raro; o que hoy estemos a más de una década del genocidio de la Unión Patriótica. Esos hechos son paisaje en una nación que mide lo diferente desde el miedo, desde lo que ignora, y por eso lo persigue y lo aniquila.
Eso no es raro, lo raro es que rememoremos una muerte a traición, una muerte a balazos. Lo raro es que nos duela lo que en este país no merece ninguna indignación, que nos duela un asesinato, puesto parece tan común que ya no debería estremecer. Lo raro es que ponderemos una fecha y no unas ideas, que nos acordemos de un calendario y no de un ideario, que recordemos un hecho y no un espíritu. Lo raro ya no es rareza en este país, es cotidianidad. Por eso yo no conmemoro la muerte de Garzón, yo lo incorporo a él, a su imagen, a sus ideas, y trato de vivir con ellas, aunque no lo logre.