Yo marcho y también produzco

Yo marcho y también produzco

Es hora de acabar con la entelequia de que la prosperidad económica es un asunto y un problema de cada cual

Por: Camilo Noguera Andrade
noviembre 28, 2019
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Yo marcho y también produzco
Foto: Nelson Cárdenas

A principios de este mes empezaron a circular en todas las redes sociales un sinnúmero de consignas y comentarios de los que de una orilla defendían y promovían el paro nacional citado para el 21 de noviembre; y de otra, contradecían y objetaban las razones que unían entorno a la protesta a una gran cantidad de sectores sociales del país.

En el caso de los segundos se podía ver en sus comentarios y múltiples imágenes publicadas el coraje que despertaba el llamado a la movilización y a la protesta legítima que un buen numero de organizaciones sociales, políticas y educativas estaban citando. Dentro de estas consignas se popularizó una que al unísono decía: “Yo no marcho, yo produzco”; haciendo apología a que las personas trabajadoras, emprendedoras, “echadas pa’ lante” y “verracas” no tienen por qué salir a las calles a exigir con arengas al Estado lo que por sus propios medios deben conseguir.

Pero debemos partir de algo: según el Informe Nacional de Competitividad 2019, hacer empresa en Colombia aún es una tarea ardua y compleja, cuyo desarrollo se ve nublado, en el mayor de los casos, por los profundos problemas sociales, brechas económicas y graves problemas de corrupción. En efecto, ninguna empresa —y ningún organismo— puede crecer saludable en un país donde la violencia a diario enluta las paginas de los principales medios; donde el acceso a la educación es un privilegio de pocos; donde los capitales, que permiten desarrollar empresas, se mueven de forma circundante en las mismas esferas favorecidas; donde, si bien crece la economía, seguimos siendo de los países más desiguales entre los desiguales. Por lo tanto, es útil evadir del imaginario la entelequia de que la prosperidad económica es un asunto y un problema de cada cual. No. Por supuesto que no. Soy un empresario convencido de que aquí convivimos en sociedad y estamos en la obligación moral de velar por el bienestar de quienes aquí cohabitan; de empatizar con quienes las oportunidades han tardado o no llegaron; de entender las necesidades de los que a diario cruzamos; en fin: de sentir como nuestros los dolores de nuestro país.

La violencia, además, nos ha condenado a vivir en el atraso social y económico más profundo de América latina. Mientras la gran mayoría de países de esta región superaron sus conflictos internos hace décadas, nosotros nos empecinamos en seguir bailando al compás de la guerra. Entendamos algo: sin paz, difícilmente la innovación, el desarrollo tecnológico y la economía naranja, “verde” o “azul”, tendrán el alcance esperado y sobre todo harán participes de su impacto a esas poblaciones remotas donde ni siquiera las instituciones del Estado han llegado.

Por eso la causa de la protesta es justa. Necesitamos mínimos vitales, mejores condiciones en nuestros campos, proteger los acuerdos de paz, mejorar la confianza de la gente, eliminar la pobreza, acortar los índices de desigualdad... para poder por fin pensar en que por mi propia cuenta podré salir avante. O díganme: ¿quién de mis colegas, sin comida en la mesa, ha salido a hacer empresa?

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