Anoche no me perdí el programa. Debo confesar que en sus anteriores temporadas solo vi estas etapas de clasificación. No me interesan los imitadores, me interesa la desgracia ajena.
Tengo problemas de autoestima y siempre he envidiado a los bonitos que aparecen en televisión, por eso para mí es un alivio saber que existe gente peor que yo. Anoche vi dos casos que me dieron fuerzas para seguir viviendo.
Uno fue un señor completamente demacrado intentando imitar a Chayanne. No me gustó, eso sí la manera en la que Pipe Bueno sacó al señor del set fue épica.
Además no me gusta que hablen de fumigar, ¿cómo así que fumigar? En un país que ha hecho de la limpieza social uno de sus credos es horrible que usen esa palabra.
Pero bueno, me da cierta satisfacción y alivio ver gente que está más jodida que yo, como aquel que intentó imitar a Camilo Sexto o uno de los muchachos que intentó clasificarse haciendo una paupérrima imitación de David Bisbal. Aunque bueno, también me da lástima la gente.
Muchos, como yo, vemos el programa en los orígenes para ver una Shakira obsesa o un Bruno Mars cojo, pero no sé si sea ético. Igual les resulta.
El cálculo no da márgenes para la improvisación, la fórmula funciona y mucho y equipo ganador no se cambia. Esta noche lo veré, no esperando ver a la sucesora de Adele sino al loco que encontrarán en Bucaramanga, desmueletado y calvo creyéndose Ricky Martin.
Además, también lo veo porque me encanta Amparo Grisales y admiro profundamente la carrera de Pipe Bueno, pero me siento mal, muy mal. Me siento usado. Vi el programa con otras personas y presencié las burlas, las risotadas que generaban estos freaks.
Una lástima que la guerra terminó y los buenos perdieron. Ahora lo que queda es ripio y tendremos que resistir en este mundo posapocalíptico. La televisión nuestra habla muy bien de lo bajo que hemos caído.