Cuando acabé la universidad, mi primer trabajo como profesora fue en el bello Liceo Juan Ramón Jiménez, colegio del que también me gradué. Desde que llegué, y hasta que me fui del colegio al mundo de la docencia universitaria, tuve de estudiante a Mateo León Gutiérrez. Fui, además, su directora de grupo durante tres años. Lo recuerdo muy bien; Mateo era un chico muy inteligente, gran escritor y lector, crítico desde chiquito con la realidad social y comprometido con una visión política del mundo. Era, y sé que lo es todavía, un muchacho de esos que no le temen a politizarse, a decir las cosas, a poner la cara. Podía pasar por insolente, pero en realidad no era otra cosa que un chico de esos que necesitamos tanto en países como el nuestro, un muchacho al que le importa la desigualdad. Mateo no es un terrorista, como lo han descrito irresponsablemente los medios, Mateo es un joven de 20 años que encarna hoy, tristemente, una de las muchas caras que tiene la injusticia en Colombia.
Leo entonces las noticias, donde frescamente se dice que Mateo viajó a Cuba a realizar un curso de explosivos ¿qué país creen que es Cuba? Acaso, si Mateo hubiese querido aprender a crear explosivos ¿no lo hubiera podido hacer en Colombia? Aplican sobre Cuba el mismo imaginario ridículo que usan para acusar a Mateo, porque en Colombia todo lo que huela a comunismo, a crítica política, y a universidad pública es acusado sin ningún reparo. Sin embargo, tenemos el descaro de enunciarnos como una democracia y como un país defensor de la paz.
Sigo leyendo noticias y veo que la prensa alardea de la captura de Mateo, felices de tener controlado el tema de seguridad en la ciudad. En realidad, lo único que tienen controlado en Bogotá es a los jóvenes que salen a marchar, que discuten por una mejor universidad, que disputan transformaciones sociales a través del ejercicio intelectual. De esos sí tienen los datos, fotos y hasta saben qué hay en sus billeteras.
Estoy completamente segura de que Mateo saldrá libre, pero también estoy segura de que la prensa no se encargará de reivindicarlo ante la opinión pública. Sé que a Mateo le costará trabajo borrar su estigma, y que su vida cambiará en niveles que aún no podemos predecir. Sin embargo, si algo tengo presente de Mateo es su fuerza vital, y sé también que podrá salir triunfante de todo este episodio tenebroso. Espero, de corazón y con ingenuidad, que el caso de Mateo abra las puertas a un debate mucho más serio, público, donde la vida de los jóvenes que alzan su voz no sea aplacada. Es momento de entender que la política no se juega en el aparatoso y burdo estado Colombiano, sino en las decisiones que tomamos cada día. Defender la libertad de expresión, agradecer la politización de la juventud y abogar por la trasformación de las condiciones desiguales de existencia es una tarea urgente que Mateo nos recuerda hoy más que nunca.
