Desde la sala de su apartamento, Don Alfredo Cortés, hoy con 86 años, recuerda el episodio de la muerte de Jorge Eliécer Gaitán, uno de los personajes políticos más importantes en la historia colombiana del siglo XX, que tras el llamado “Bogotazo” dejó en nuestra historia una más de las miles de cicatrices derivadas de la violencia y los enfrentamientos políticos.
Junto con su mascota y vestido con una sudadera, Cortés relata lo sucedido aquel 9 de abril de 1948, cuando tuvo que enfrentar el caos generado por el asesinato del líder político mientras prestaba el servicio militar en el batallón Guardia Presidencial.
“Era un viernes, lo recuerdo bien, y yo tenía 20 años de edad. Estaba prestando servicio militar obligatorio en el Batallón Guardia Presidencial. En ese momento, sin saber lo que iba a pasar, oíamos los discursos de Jorge Eliécer Gaitán”, cuenta pausadamente, mientras se lo ve haciendo memoria, como viajando en el tiempo para que no se le escape ni un solo detalle.
“Nuestro cuartel era en la carrera séptima con calle octava en ese tiempo, donde es ahora el Palacio Presidencial. Pero al frente, sobre la séptima, en una casona vieja. Al frente estaba el Palacio de Nariño, que ahora está completamente reformado”, ilustra. “En ese tiempo el batallón constaba de cuatro compañías; yo estaba en la tercera compañía y ese día estabamos en el cuartel”.
Quien fuera en aquel momento el soldado Cortés, explica que habían tres compañías, una que prestaba servicio en el Palacio Presidencial, otra que estaba en el batallón y otra que debía salir a la calle de acuerdo a la situación de orden público.
Un día atípico
“Ese día no tuvimos salida y estabamos en el batallón, acababamos de almorzar. En ese tiempo el almacenista que guardaba la munición era un sargento, y a nosotros nos daban para guardia de Palacio 15 cartuchos, !Tan sólo 15 cartuchos, imagínese!”, exclama entre risas.
Y continúa: “Ese día, si no estoy mal, había fallecido un soldado y nos dijeron que alistáramos la compañía de reserva para ir al entierro. Simultáneamente se desarrollaba la IX Conferencia Panamericana, para la cual nos dieron un uniforme nuevo de gabardina, aparte del uniforme de Palacio azul con guantes blancos, el kaki para hacer ejercicio y el que llamábamos ´piel de burro`, uno grueso especial para el frío de Bogotá".
Pero no sólo iba a usar un uniforme especial para ese día. Junto con este, él y sus compañeros recibieron un nuevo fusil, un mauser 7mm.
El anuncio del caos
"Estabamos embolando las botas y preparándonos cuando escuchamos por radio que acababan de matar a Jorge Eliécer. Siempre estuve muy pendiente de la radio y los periódicos, incluso tenía recortes de estos sobre la segunda guerra mundial. Pero esto nos tomó por sorpresa", aclara Cortés.
"Nuestra compañía estaba entonces lista y a la orden con el capitán Alfonso Laneta y un teniente llamado Alvaro Andrés Rueda Olguín, que murió ese día, entre otros tenientes y capitanes que no recuerdo el nombre".
"!Que la compañía al instante, como sea, se aliste!", fueron las órdenes.
Unos sacaron entonces el fusil viejo porque el nuevo era para lucir en la Conferencia Panamericana, pero el soldado Cortés dijo no. "Yo pensé que era mejor llevar mi fusil nuevo porque la cosa se iba a poner grave". Y así fue.
"Unicamente nos fuimos con 15 cartuchos en el bolsillo porque el almacenista no estaba, luego supe que un Mayor rompió con la pistola los candados de la puerta del depósito donde se guardaban las municiones, pero nosotros ya estábamos guardando y cubriendo el Palacio por la carrera octava. Con 15 cartuchos nada más", dice asombrado, sabiendo que aquel día tuvo suerte.
La balacera
Comenzó entonces la balacera. "Eramos 37 los que estábamos defendiendo afuera, porque la otra compañía uniformada estaba haciendo guardia dentro del Palacio".
"La gente se vino por el lado de la sexta, y en ese momento ya habían roto los candados del almacén y nos trajeron la munición. Habían unos soldados medio pendejitos que estaban recogiendo los casquillos de los disparos...¡Carajo! ¡Deje eso ahí! decía yo, porque las órdenes en casos no excepcionales como este eran que había que demostrar que se había disparado...pero en una situación tan grave como la que estábamos viviendo, eso no importaba", relata Cortés mientras tenemos de fondo el sonido del viejo reloj de péndulo colgado en la sala de su vivienda, que marca la hora en punto.
"La gente entonces, con machetes y vainas....gritaba ¡Que viva Gaitán!".
"Yo me llené los bolsillos de cartuchos, de municiones en mi gabán, pensando que la situación iba a tardar...a demorar mucho tiempo. Eran aproximadamente las 2 de la tarde y lloviznaba, cuando venían de la Plaza de Bolivar dos tanques llenos de gente con machetes y armas, dirigiéndose a Palacio. Ahí mataron a un capitán de apellido Serpa, dentro del tanque", dice Don Alfredo con un nivel de detalle comparable a un guión de cine.
Pero la historia está lejos de terminar. "Los tanques iban a defender al Palacio y cuando se dirigían a La Plaza de Bolívar la gente se montó encima de ellos. Cuando ya faltaba una cuadra para llegar al Palacio fue cuando el capitán Alfonso Meneses dijo: ´¿Qué vamos a hacer? No podemos dejarnos coger de esa gente, entonces, !fuego a los que vienen en los tanques!`".
Sin embargo, el soldado Cortés no pudo seguir la orden completamente. Me mira y me confiesa que sus disparos fueron tan altos como se pudo, intentando no herir a nadie: "Yo realmente apuntaba alto, disparaba alto...porque yo no quería darle a la gente, porque también eran colombianos... pero pues cuando llegaron los tanques ya no había gente encima, sólo los tripulantes de los tanques. Eso sí las balas zumbaban, y se escuchaban cuando hacian impacto contra las paredes o el pavimento. Era una guerra".
Una cicatriz de recuerdo
"La turba incendió unos tranvías en la Plaza de Bolívar, y el que habían volcado ahí donde estabamos nosotros, nos sirvió de parapeto. Pero al lado mio le dieron a un compañero. Lo mataron."
"No sé sabe quién fue, hay que recordar que algunos policías estaban en contra del Ejército, se habían sublevado, y ellos tenían fusiles, tanto armas cortas como armas largas. Entonces me vi manchado de sangre y dije: ¡Me dieron!, yo me tocaba la espalda a ver si me había salido la bala y decía ¡Carajo!. Así me dirigí a la octava con séptima a un puesto de socorro de la Cruz Roja, y me dijeron que no tenía nada. Que me había cortado con un vidrio roto en el pavimento", cuenta hoy entre risas.
"Claro, como estabamos arrastrándonos por la calle y habían miles de vitrinas rotas, pues me corté. Me sacaron el vidrio, me curaron y aún tengo la cicatriz en el estómago, es el recuerdo que tengo de aquel día", dice Don Alfredo mostrando su herida de guerra.
Diversos bandos
Varios documentos históricos registraron que, dentro de la revuelta, civiles, policías y militares se dispersaron y algunos uniformados dejaron de lado su función como fuerza pública y se sublevaron. Don Alfredo Cortés da fe de que así fue.
"Cuando llegaron los tanques, ya sin gente encima, era prácticamente la Policía contra el Ejército. Nosotros defendíamos en la calle mientras liberaban más batallones para darnos apoyo; nosotros fuimos los que primero salimos dado que eramos los del Batallón Guardia, los que más cerca estábamos de la zona. Luego ya vinieron los demás", comenta.
"Toda la tarde estuvimos detrás del tranvía y se escuchaban balas por todos los lados...porque también habían francotiradores, creo yo de la Policía, pero también otra gente que disparaba con fusiles. Se oían los silbidos de las balas y el impacto", ilustra Don Alfredo simulando los sonidos de las balas al impactar los muros y el pavimento.
Y prosigue: "Como a las tres de la tarde, o un poco más, la gente arrastró un cuerpo. Supuestamente esa era la persona que había matado a Gaitán, ya luego se supo que era (Juan) Roa Sierra, y lo dejaron tirado ahí al frente del Palacio".
Cayó la noche
Mientras los episodios violentos se dispersaron - y días después se replicaron a nivel nacional-, y la Plaza de Bolívar dejó de ser el foco del caos, el escenario era aterrador. Casi un centenar de cuerpos sin vidas yacían alrededor del Palacio y en las zonas aledañas.
"En esa cuadra de la carrera octava con calle séptima, ya de noche, nos dieron la orden de recoger los cadaveres de los civiles. Recogimos como 34 o 35 en esa cuadra, los metimos a un camión y creo que ahí también lo metieron a Roa Sierra, no tuvieron el cuidado de conservarlo".
Cortés recuerda que salió a defender hacia la una de la tarde y que, ya de noche, cuando todo estaba controlado, lloviznaba.
"En ese tiempo frente al Palacio quedaba el Consejo de Estado, y nos dieron la orden de subir para vigilar. En ese entonces también habían casas de civiles y hoteles casi al frente del Palacio".
"La orden fue de desalojar a toda la gente, a todos los civiles que estaban al frente del Palacio. Ya en la noche, esa zona del centro estaba controlada, pero en los alrededores continuaban los disturbios, por allá por la décima...pero hubo mucho muerto. Asaltaron las licoreras, hubo saqueos, incendios, asaltaron ferreterías con machete y mucha gente perdió la vida peleando ebria. Ya luego se expandió eso por todo el país, fue muy fuerte la balacera que hubo. Afortunadamente no intervino la aviación, o hubiera sido peor", reflexiona.
Tras la muerte de dos compañeros pertenecientes a su compañía y muchos otros soldados, civiles y policías más, Alfredo Cortés mira atrás recordando los hechos cómo una de las anécdotas más difíciles de su vida, sobre la cuál asegura que tuvo suerte al salir con vida. Sin embargo, haber estado allí lo llena de orgullo por haber sido protagonista de la historia, defendiendo el Palacio de Nariño.
Aún conserva algunas fotografías de su paso por el Batallón Guardia Presidencial.