Cada vez que escucho clarines de guerra, me sobrecojo, porque sé que son horribles. Las he vivido, las he sufrido, las he llorado. Sé cómo lo destruyen todo, a fértiles veredas las convierten en áridos desiertos, a los niños en cadáveres, a los hombres buenos en asesinos inmisericordes, a los amigos en terribles desconocidos.
Aun así, la respuesta no es siempre la indiferencia, en ocasiones es necesario reaccionar, porque las consecuencias de no intervenir pueden ser incluso peores que las guerras. Churchill lo supo antes de la Segunda Guerra Mundial y si el mundo lo hubiera escuchado, Hitler no habría tenido tiempo de crear su máquina de terror y odio. Por eso no basta referirse a los horrores de la guerra para decidir qué hacer en Venezuela, es necesario estudiar las opciones viables, imaginar alternativas, buscar de forma razonada la solución que genere menos víctimas.
El mundo no puede darle la espalda a Venezuela. Basta hablar con uno de los venezolanos que transita por Colombia o el resto del mundo para conocer la tragedia de su diáspora, para enterarse del hambre que padecen, de la desnutrición que sufren sus hijos, de la aterradora brutalidad de los colectivos asesinos, del dolor que sienten por tener que abandonar al país que aman.
Ojalá Venezuela pudiera volver a ser lo que alguna vez fue sin necesidad de una intervención militar, pero las opciones parecen pocas. El diálogo que proponen algunos solo serviría, como ha ocurrido en el pasado, para que Maduro se atornille en el poder y se enfríe el impulso que tiene la oposición. Además, es difícil creer que quienes han hecho de la indolencia su bandera, ahora decidan recapacitar, abandonar su economía de saqueo y pensar en el bien de su patria.
Muchos afirman que una intervención militar estadounidense sería un remedio peor que la enfermedad. Sugieren que en realidad los norteamericanos solo están interesados en el petróleo y no en el bienestar del pueblo venezolano. Quizás tengan razón, es muy probable que Trump, como afirman muchos, solo quiera intervenir en Venezuela porque desea ganar las elecciones en la Florida y Marco Rubio lo convenció que derrocar a Maduro sería la mejor opción. Sin embargo, que las intenciones de Estados Unidos sean las equivocadas no quiere decir que no tengan razón en la necesidad de cambiar la dictadura de Maduro en Venezuela. Al Gore puede tener intereses oscuros al intentar convencernos de la existencia del Calentamiento Global, pero no por eso su llamado deja de ser cierto.
Quizás el argumento más sólido en contra de una intervención militar en Venezuela es histórico. Desde el fatídico golpe militar que estadounidenses e ingleses propiciaron en contra de Mossadegh, las intervenciones militares han causado más mal que el bien que han pretendido lograr: Irak y Vietnam son solo dos muestras de ello. Sin embargo, no todas las intervenciones humanitarias han sido negativas. Sin la participación de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, el mundo estaría peor, casi sin duda. El problema, por lo tanto, no es la intervención, sino la forma y el momento de hacerlo.
Algunos afirman que toda intervención extranjera es dañina para Venezuela, porque son los venezolanos los que deben decidir sobre su futuro. Olvidan que hace rato Venezuela es un país intervenido por Cuba, cuyas reservas naturales son regaladas a China y Rusia, y en el que no solo las elecciones dejaron de expresar la voluntad popular hace varios años, sino en el que los líderes de la oposición han sido perseguidos y encarcelados, y los medios de comunicación reprimidos y silenciados. Venezuela no es un país libre que está a punto de perder su independencia a manos de una gran potencia, es un país esclavizado que busca recuperar algo de libertad, así sea la de escoger un mejor amo.
Ojalá las cosas se solucionen pronto y de forma pacífica en Venezuela. De lo contrario, ojalá haya una intervención militar que derroque a Maduro, permita un gobierno de transición y llame a elecciones libres. Ojalá, también, los venezolanos se reconcilien y el odio que ha sembrado el chavismo por 20 años desaparezca y nunca llegue a plantearse en el suelo de Colombia.