Soy arquitecto egresado de la Universidad Nacional e hice un posgrado en Ambiente y Desarrollo. Esto teóricamente me ubica en un extremo del espectro político, en sintonía con las causas ambientales y un pensamiento que podría llamarse progresista, pero, curiosamente, cuando se trata del alcalde Enrique Peñalosa, a pesar de la desaprobación y agresividad que despierta esta confesión entre todos mis conocidos, siempre me declaro un Peñalover.
Por mi formación, y los trabajos que he tenido, todos relacionados con la ciudad, siempre había tenido una buena imagen de él, porque coincidimos en la idea de que hay que intervenir la fisicalidad de la ciudad para generar bienestar y progreso. Sin embargo, nunca había votado por él porque en sus sucesivas y fallidas campañas no se comprometía realmente con el proyecto de metro y yo, al igual que muchos bogotanos, había depositado todas mis expectativas de una ciudad del siglo XXI en el candidato que pudiera dar el paso definitivo y concretar realmente esa obra que, vale la pena decirlo, se nos ha convertido en una obsesión y en el depositario de esperanzas ciegas, al creer que mecánicamente resolverá los infinitos problemas de la ciudad.
Peñalosa no era ese candidato, pero después de haber visto que tras ocho años donde Samuel Moreno (no voté por él) y Gustavo Petro (voté por él) no lograron licitar el proyecto, me dije a mi mismo que tal vez debía renunciar a esa quimera, que el metro era un sueño irrealizable en esta ciudad, y decantarme por un candidato como Peñalosa, quien siempre había criticado a los metros y sobrevaloraba a los buses de tránsito rápido, pero tenía obras que mostrar y que para mí, habían transformado positivamente en su momento la imagen y la percepción de Bogotá. Ejemplo de esto son las ciclorrutas, el Eje Ambiental, la 15, el Parque el Virrey, las megabibliotecas, y hasta Transmilenio, que, cabe decirlo, era una buena idea pero nunca nunca reemplazaría al metro que tanto esperábamos los bogotanos.
Con solo una de esas obras de su primera alcaldía, que replicaron otras muchas ciudades de Colombia y del mundo, Peñalosa pudo haberse retirado en hombros y haberse mantenido en el imaginario de la ciudadanía y de la academia del pensamiento urbano en un lugar de privilegio. Sin embargo, él, como buen gobernante colombiano sentía su obra inacabada o alterada lo cual lo forzaba a candidatizarse frecuentemente, y en esta obsesión por regresar al Palacio Liévano, Peñalosa, entre muchos errores cometió el garrafal de apalancar su última campaña criticando duramente la alcaldía de Gustavo Petro, dividiendo a la ciudad y posicionándose como una contraparte a las políticas de éste, y se graduó en algo así como una difusa figura de la derecha bogotana. Y ahora, el exalcalde y sus seguidores se han dedicado a pagarle con la misma moneda. Muchas veces con razón, otras con algo de desinformación. Pero esa es la política y la participación contemporánea, profundamente dividida, sin puntos de encuentro, con una alta propensión a la irascibilidad.
Sé que hay mucha desinformación y manipulación de parte de la administración y de la oposición con respecto a muchos de los proyectos formulados por este gobierno, pero como arquitecto y como ciudadano ligeramente informado celebro la visión de algunos proyectos que está moviendo Peñalosa, como el parque el Rocío, el Sendero de las Mariposas y los Centros Felicidad, así como las muchas mejoras que se han hecho en parques, andenes y ciclorrutas que con estos ojitos he atestiguado. Sin embargo, también sé que hay proyectos indefendibles, como las talas masivas de árboles adultos en nombre del paisajismo, pues sencillamente un árbol no se debe talar porque es un activo ambiental irremplazable. Algunos de sus contradictores dicen que él se quedó en el modelo de ciudad de hace 20 años, y al ver la propaganda oficial con respecto a los proyectos que se dejaran contratados con ese gran presupuesto que logró que le aprobaran, que tienen que ver con la construcción de vías y más vías que extienden a la ciudad y sus problemas en la lógica de un urbanismo del Siglo XX, uno podría estar de acuerdo.
Falta un año de administración y confío en que Peñalosa hizo lo que creía que tenía que hacer para desatrasar lo que se había convenido para un supuesto desarrollo de la ciudad hace muchos años, como impulsar la construcción de nuevas troncales de TransMilenio, como la de la 68 y la Cali, así como la gestión para por fin comenzar la ALO y la PTAR de Canoas. Reunió mucha plata para sus iniciativas, pero queda el sinsabor de que nos hizo falta esa nueva gran idea revolucionaria, profundamente simbólica que cambiara el paradigma de la ciudad y convocara a la ciudadanía como lo hizo hace 20 años. Sería paradójico que él, un descreído de los sistemas férreos lograra llevar a licitar la primera línea del metro, sin embargo, si lo logra sería una gran reivindicación, (sí, así sea elevado) porque TransMilenio por la séptima definitivamente no era la gran apuesta que debía haber hecho como gobernante, ni tampoco el polémico delirio inmobiliario en la Van der Hammen (próximo post).
Yo le aposté a Peñalosa con mi voto y he ido más allá, lo he defendido en chats de amigos, en almuerzos, en rumbas, en la academia, en los taxis, en los uber y hasta en funerales, una tarea titánica, porque absolutamente todos mis conocidos lo desaprueban. Ante tanta adversidad yo me limito a decirles que hay que esperar al finalizar su administración, porque gestionar, diseñar y ejecutar proyectos no es nada fácil, especialmente en esta ciudad burocrática y en esta atmósfera de división. Así mismo, señalo que finalmente todos, los de un lado y los del otro, esperamos lo mismo para la ciudad: además de una primera línea de metro milagrosa y omnipotente que resuelva mágicamente los problemas de movilidad de toda Bogotá, también, para salir de este profundo hueco, necesitamos empleo, educación técnica y profesional, superación paulatina de las extensísimas inequidad, informalidad y pobreza, inversión en ciencia y tecnología, y una orientación del desarrollo hacia la sostenibilidad. Esto no lo va a conseguir un único alcalde, ni el de ahora ni el que viene, ni el que le sigue a ese, esto debe ser un esfuerzo sostenido y aunado de todos los actores políticos, y de la misma ciudadanía, pero para lograrlo, primero debemos "reducir a sus justas proporciones" a la polarización que continúa socavando el progreso de la ciudad