Antes que nada aclaro que los 300 mil pesos corresponden a 100 euros que me gasté en dos días, tiempo suficiente para una visita rápida a la ciudad luz. Y si el presupuesto no es muy amplio, como en mi caso, mejor que sea visita relámpago. Sin embargo, pienso que para conocer a fondo París se necesitan por lo menos siete días. Lo mío fue apenas una primera visita que estuvo muy bien aprovechada y que fue el abrebocas ideal para futuras escapadas a esa ciudad. Además, que París fue solamente el postre dentro de un viaje cuyo plato fuerte fue Marruecos. Allá estuve 16 días recorriendo el país en pleno Ramadán. Volar de Marrakech a París me costó 20 euros y la dormida fue gratis porque una amiga me infló un colchón al lado de su cama. Fui a París porque sabía que si no iba en ese momento pasaría mucho tiempo antes de volver a cruzar el charco y después podría salir más caro; era ahí o nunca.
Llegué un sábado a las 8pm y me fui el lunes a las 4pm. Pero en ese tiempo pasó de todo; me perdí dos veces en el metro, escapé de un intento de robo, me enamoré, me rompí el corazón, comí crepes callejeros al amanecer, caminé 16 kilómetros, abracé amigos, dije verdades, estuve solo y acompañado, pagué 16.000 pesos por un cono de helado, tomé vino de un euro entre borrachos vomitando en las escaleras de Sacre Couer, vi hombres besándose con lengua en un parque, como también vi decenas de parejas vestidas de novios haciéndose fotos con la Torre Eiffel de fondo. Todo eso y mucho más pasó en solo 44 horas que estuve en París.
En menos de 48 horas vi las dos caras de París; la turística y la local. No caminé por los Campos Elíseos y no fui al Arco del Triunfo, solo lo vi como a un kilómetro de distancia desde la Plaza de la Concordia. Tampoco fui a los Campos de Marte, la Catedral de Notre Dame, y mucho menos al Museo de Louvre. Entrar a este último me hubiera costado por lo menos 15 euros y para el poco tiempo que tenía, habría sacrificado unas horas que valían oro. La Torre Eiffel solamente la vi mientras caminé por el borde del Sena hasta llegar a Trocadero. En lugar de cruzar al otro lado de la torre, salí para la estación de metro más cercana y me fui a otra parte menos turística de París, aquella que no está repleta de parejas chinas haciéndose foto estudios.
Obviamente que tenía que ver la Torre Eiffel. Por eso caminé hasta ella, pero apenas tuve la foto, me fui de la París turística. Un error muy común es creer que si no voy a tal lugar, no fui a París. En general el colombiano no sabe ser independiente y eso dispara costos en un viaje. Y por independencia no me refiero únicamente a viajar solo, sino a independizar el viaje de todo aquello que se “debe” visitar. En vez de los lugares donde todo el mundo se toma foto para decir que estuvo en París, estuve en el Canal de San Martín. Vi a los parisinos celebrar la llegada del verano durante el último domingo de primavera del año pasado y me olvidé por completo de lo que sucedía en Colombia, al otro lado del mar, en esos momentos.
Casualmente era 17 de junio, el mismo día que en Colombia se elegía presidente. No supe el fatídico resultado de la elección presidencial sino hasta pasadas las 12 de la noche en París, cuando un mensaje de mi mamá reventó la burbuja de felicidad en la que estuve durante las últimas horas. El candidato uribista, Iván Duque, acababa de ser electo Presidente de Colombia. Yo, que hasta hacía dos semanas había dado mi voto por Fajardo en primera vuelta, estaba convencido que ganaría cualquier candidato que pasara a segunda vuelta con Duque. Antes de leer ese mensaje de mi mamá, jamás pensé que la entrega del país al uribismo era una posibilidad real. El vacío que sentí en el pecho debió ser el hueco que dejaron las ganas de regresar a Colombia que se disolvieron en ese instante.