Con este nuevo paro se sigue develando que en Colombia cambió el panorama de las últimas décadas en las que la política se sujetaba a las luchas del gobierno contra las guerrillas. Ahora ha emergido una alianza de algunos sectores políticos y de la misma sociedad civil que ha llevado el conflicto a lo interno de las principales ciudades que parecían muy estables, en la comodidad de una cotidianidad relativamente apacible y tranquila y alejadas de la guerra rural que se vivía.
Y este mismo paro advierte de la necesidad de repensar el concepto mismo de la democracia, hacia una dimensión más deliberativa, plural y participativa. Tanto la democracia liberal como los nacionalismos típicos de América Latina han fracasado en el reconocimiento de la legitimidad de los actores sociales y de sus demandas, y tienden a imponer agendas públicas sin escuchar ni tomar en cuenta los problemas reales de las sociedades. Tal vez por eso los patrones de desigualdad que permean todos los conflictos, ya sea con actores de mercado, de gobierno o de la misma sociedad civil, se mantienen fuertes hasta la fecha.
Y este conflicto tiene como ingrediente contextual la globalización como orden mundial y el neoliberalismo como marco económico, en cuya decisión de implementación se excluyó la participación ciudadana, lo cual dio lugar a crisis concretas en los ámbitos de la reproducción social, la cultura y la legitimidad institucional.
¿Pero qué hacer? Es deber persistir para que la educación se entienda como el paliativo a la no inclusión y que el leer y aprender muestre cómo el hombre somete al hombre. Al desvalido, al ignorante, al pobre, al necesitado y cambiar lo que la historia nos ha marcado a lo largo de la misma. Decía El Quijote: “Ladran, Sancho”. El otro le responde: “Señal que andamos”. El sistema ladra cuando alguien se le opone.
Y protestamos, pero no hemos aprendido a protestar con fruto. Protestamos porque no aprendemos: no lo relevante, no lo suficiente, no lo que vale. Vamos a la escuela, pero no acabamos de aprender lo que queremos y necesitamos. Protestar es aprender, porque el problema no es en sí la marcha o el bloqueo, la petición o la huelga, sino de dónde viene y qué produce. Estas manifestaciones contra los sistemas gobernantes bien la podemos sintetizar en algo que escribió Mariano Moreno: “Si los pueblos no se ilustran, sino se vulgarizan sus derechos, si el hombre no conoce lo que sabe, lo que puede y lo que se le debe, nuevas frustraciones sucederán a las antiguas, y después de deambular por un tiempo entre mil incertidumbres, será su suerte cambiar de tirano sin destruir la tiranía”.
En cuanto a quien lee y aprende, es menester llevar sus opiniones al impenetrable, a los trabajadores de los las zonas urbanas y rurales, a los campesinos, a los que juntan cartones, a los que se alcoholizan o se drogan. Si sus coeficientes se los permite, podrán leer y hasta comprender, aunque no modifique sus hábitos, su forma de vivir, su forma de sobrevivir. Y si no lo leen o no lo comprenden, entonces el que lee y aprende tendrá que seguir batallando contra molinos de viento hasta que la palabra sea escuchada. De nada sirve que caiga en manos de los que creen que el problema no los afecta, como si ellos vivieran en otro planeta.