La madre y los tres hijos de una familia –es decir, el pueblo cordobés— han ahorrado un millón de pesos en un año. La madre trabaja como barrendera y los chicos venden lotería. En su barrio los servicios públicos son pésimos, el hospital está en quiebra, la escuela en ruinas. Todos cuatro pasan trabajos, menos el padre –o sea, los congresistas cordobeses—: él suele viajar a la capital “para hacer gestiones” (lo cierto es que allá vive en un apartamento muy cómodo a costillas del gobierno). Su familia acepta esa condición porque el padre “representa la esperanza de un futuro mejor.” Quizás por eso la madre y los hijos han encargado al padre administrar los ahorros comunes.
Un día el padre aparece con una lujosa lámpara, la instala en la salita de la covacha donde vive la familia. La familia queda deslumbrada.
—Padre –pregunta el hijo mayor— ¿y esa lámpara sí era una necesidad apremiante?
—¡Lo importante es que estamos progresando! —Lo corrigen los más chicos— Nadie en el barrio tiene una lámpara así.
—Pero Padre –insiste el hijo mayor- En todo caso… ¿No era mejor comprar primero el bombillo para alumbrar?
—¡No seas malagradecido! —Lo increpa la madre— Eso se puede resolver después.
La lámpara costó 200 mil pesos, pero el padre le ha dicho a su familia que le costó 500 mil. Con los 300 mil del sobrecosto el padre compró una camisa de marca y celebró para sí un banquete estupendo. “Es el justo premio a mi capacidad de gestión” –piensa él.
Finalmente, tanto la madre como los tres hijos vuelven a darle sus ahorros al padre para que siga administrándolos: el padre ha anunciado que quiere comprarles una piscina inflable.
Para Ñoño Elías y Musa Besaile el progreso del que tanto alardean lo es, siempre y cuando les llegue a la sala de sus haciendas o los conduzca a las terrazas de sus yates. Una exageración que deja de serlo si, por ejemplo, comprobamos que las placa huellas que “gestiona” Musa suelen llegar hasta la entrada de las fincas de su propiedad; como repite Carlos Elías, primo del Ñoño, con una de sus fincas, localizada en la vía que de Ranchería conduce al caserío llamado Los placeres de Don Gabriel.
Pero si como dice el dicho, “a todo puerco gordo le llega su San Martín”, ojalá el de estos congresistas ya venga en camino, porque sus escándalos como “representantes del pueblo” (eufemismo para ocultar que en realidad son representantes de sí mismos) han sobrepasado la más laxa de las éticas. Tanto al Ñoño como al Musa la palabra pueblo les queda grande porque jamás han sabido lo que es pasar un día de hambre, sufrir un hospital público, vivir en un barrio marginal o padecer los estragos de la mala educación. Más bien, si relación alguna hay entre ellos y la problemática señalada es porque ellos son los causantes. Solemos citar a Venezuela para explicar un Estado fallido, como si los niveles de inseguridad de nuestro departamento no estuvieran a la altura de los de Caracas (la ciudad más peligrosa del mundo), como si nuestra pobreza no compitiera con la de Haití, o como si nuestros servicios de salud no fueran similares a los de cualquier país malherido por la guerra civil.
A Ñoño y a Musa el Estado les paga unos 28 millones mensuales, mientras el ingreso por persona en Córdoba es de apenas $400.000. Administran miles de cargos en la burocracia estatal en un país con más 2 millones de desempleados. Tienen acceso preferencial a la salud al tiempo que muchos cordobeses han muerto en el andén de los hospitales. Viven rodeados de escoltas, pero al ciudadano de a pie lo atracan hasta para robarle una caja de dientes. Ñoño y Musa (sobre todo Musa) tienen la riqueza suficiente para que ellos y sus familias vivan cómodamente por tres siglos, cuando en Córdoba las necesidades básicas insatisfechas llegan el 76% en las zonas rurales. Pero ellos quieren más: son dueños de medio Sahagún y de una cuarta parte del departamento de Córdoba, lo que dice menos de su insensatez y mucho del tamaño de su inmoralidad. Porque lo cierto es que aunque los ensordezca el aplauso de las conciencias que compran (¿o es que así como todos sabían que a Santiago Nasar lo iban a matar, menos él; ellos tampoco se han enterado cuánto cuesta un voto en Córdoba?).
Repito: aunque los ensordezca el aplauso de las conciencias que compran, al menos alguno debería ser capaz de preguntarles: ¿hasta cuándo vamos a escuchar sus nombres en cada caso de corrupción que aparece en Córdoba y en Colombia?, y ¿hasta cuándo sus banales excusas? Zulema Jattin, condenada por paramilitarismo, fue fórmula del Ñoño, pero él nada supo. Musa Besaile fue promotor de Mario Uribe y Miguel Alfonso de la Espriella, condenados por parapolítica, pero él nada supo. Los dos respaldaron a Alejandro Lyons, pero nunca se enteraron de los carteles que lideraba en la gobernación de Córdoba. A Edwin Besaile, actual gobernador y hermano del Musa, lo investigan como parte del cartel de la hemofilia, y Musa sigue campante. A Ana Karina Elías, prima del Ñoño, la señalan como parte del cartel del síndrome de Down, y el Ñoño nada tiene que opinar. Emilio Tapia y Otto Bula han sido aliados (y eventualmente rivales) de Ñoño y Musa, pero ambos son ignorantes de los desmadres que aquellos han pactado.
Hasta ahora no se ha demostrado su responsabilidad penal, ¿pero quién cree a estas alturas en una justicia que obra y cobra de acuerdo con la categoría del postor? Porque si justicia en la tierra hubiera ya conoceríamos a los verdaderos culpables de la muerte de Jairo Zapa, a los cabecillas del cartel de la educación en Córdoba, a los que ayudaron a Leda Guerrero a multimillonearse con los dineros de la alimentación escolar, a los que perpetraron el saqueo a la salud en Sahagún a través de IPS de garaje.
Pero si esa justicia tarda, ojalá la del pueblo llegue más temprano. Porque si Ñoño y Musa escogieron mal a los burócratas que nombran o hacen elegir en la administración pública, lo justo es que reciban un castigo a la medida del daño que dichos funcionarios han causado: en una democracia madura no deberían lanzarse de nuevo al congreso, ni lanzar a alguno de sus alfiles; y si en últimas se atreven, entonces deberían sacar una suma de votos que los regrese a la condición de ciudadanos comunes y corrientes de donde nunca han debido salir. En pocas palabras: si la responsabilidad penal demora, que no ocurra así con la responsabilidad política: no puede ser posible que Ñoño y Musa cobren en oro los frutos maduros y se hagan los locos con las semillas podridas.
Si lo que hoy día ocurre en Córdoba ya se ha olvidado para las próximas elecciones; si somos incapaces de castigar en las urnas los desafueros de nuestros honorables congresistas es porque nuestra ética es de la misma medida de ellos. Quiero creer que del hastío de la corrupción y la desigualdad el pueblo puede emerger un mínimo de sensatez. Si no es así, pues que el diablo nos coja confesados.
Publicado originalmente el: 27 Ene de 2017.