Disfruté de uno de los tesoros más preciados que un niño puede tener: una infancia tranquila en un pueblo tranquilo. El pueblo se llama Yarumal y está ubicado en el norte del departamento de Antioquia.
Hace unas cuantas semanas Yarumal apareció en los medios nacionales de comunicación debido a una burda parranda de la que se filtró un video. Una fiesta en la que su alcalde hacía gala de sus escasas dotes de bailarín y de su evidente mal gusto.
Salí de Yarumal a mis 14 años y luego de eso regresé de forma esporádica y cada vez con menor frecuencia. La última vez hace poco menos de un año para presentar un concierto organizado por un grupo de jóvenes entusiastas enamorados de la poesía y decididos a plantarle cara con arte a la insípida tradición religiosa y comercial del pueblo. Porque Yarumal, como muchos de los pueblos de Antioquia, se edificó sobre la adoración de dos monolitos sagrados: Iglesia y dinero.
Godo como el pueblo mismo, mi amoroso padre me enseñó el camino de la religión, me presentó con orgullo la historia de prohombres como Laureano Gómez y Miguel Ángel Builes, y me inscribió en la Tuna del Partido Conservador para trabajar en la campaña presidencial de Belisario Betancur. Este último oprobio solo se lo perdoné porque me enseñó el camino de los libros y porque fue el más afectuoso y dulce de todos los hombres que he conocido. Pero tuve que invertir años, libros y dolores del alma para entender, entre muchas otras cosas, que la iglesia era una peste, Laureano un implacable orador de corazón nazi y el legado de Monseñor Builes el de un criminal que hizo del odio su bandera.
Sin embargo, no solo monstruosidades ha engendrado Yarumal.
Además de Popeye, el jefe de sicarios de Pablo Escobar, o de la tenebrosa banda paramilitar de Los Doce Apóstoles, de mi pueblo surgieron personajes como Epifanio Mejía, el poeta que escribió la que todavía hoy me sigue pareciendo la más hermosa letra de cuantos himnos conozco (tal vez porque no fue escrita para ser himno sino poema): "Forjen déspotas, tiranos, / largas y duras cadenas/ para el esclavo que, humilde, / sus pies de rodillas besa./ Yo que nací altivo y libre /sobre una sierra antioqueña / llevo el hierro entre las manos / porque en el cuello me pesa."
De su natal Yarumal salió a temprana edad, para convertirse luego en uno de los pintores definitivos de la Colombia de finales del siglo XIX y comienzos del XX, Francisco Antonio Cano.
En Yarumal nació también Benjamín de la Calle, fotógrafo y artista inolvidable.
Y de Yarumal son los chicos que hoy, con apoyo de la Cooperativa del pueblo, sacan adelante el quijotesco proyecto de un concurso nacional de poesía.
Los pueblos y las comunidades son eso: suma de vergüenzas y orgullos, de esquirlas dolorosas y páginas relucientes.
Uno, cuando es optimista, espera que el paso de los dolores deje su marca en la historia del pueblo y se convierta en aprendizaje. Que la poesía le gane terreno al conservadurismo. Que los jóvenes lean historia para reconstruir la suya.
Pero luego llega uno al pueblo y encuentra a la entrada, dando la bienvenida a todos los visitantes, no el busto de Cano o de Epifanio, sino el de un sacerdote. Y entonces todo el optimismo tambalea.