En Colombia jamás se ha creado una organización como el Ku Klux Klan especializada en amedrentar negros, nunca se ha conocido de un caso de policía asfixiando a un afro, aparentemente en las ciudades no hay guettos. Sin embargo Colombia es un país descaradamente racistas. Contrario a lo que dice el senador Jorge Enrique Robledo los negros del Pacífico son pobres por ser negros. Chocó, Tumaco, Urabá, son sinónimos de desamparo, de desesperanza. La serpiente de la desgracia se muerde la cola: para cumplir los sueños hay que salir de esos territorios y este se va quedando sin sangre joven y para los muchachos no queda otro camino que la ilegalidad, la informalidad. En el Pacìfico todos los días muere el talento.
Y para probar que amamos a los negros escogemos un muñeco de turno, puede ser el Tino Asprilla, sinónimo de la pachanga desmedida, de bufón sin sesos, o Yanfri el tierno. Desenmascarado ha quedado el periodismo nacional en su racismo. Tomar la figura de un niño con problemas de hipoglicemia y explotarlo como si fuera un muñeco de plástico, un pequeño autómata dispuesto a hacer las gracias del público de Día a Día, de la Policia, de Netflix.
Y en redes sociales he visto a tanto amigo petrista que se jura faro moral compartiendo el Yanfri de la suerte, caminando seguro y diciendo estupideces como Yanfri no camina como hombre, los hombres caminan como Yanfri. Lo llevaron a Bogotá, con la misma curiosidad con la que Hernán Cortés le mostraba a Isabel la católica los primeros aztecas que pisaron el reino de Castilla. Y lo llevaron a la policía, una de las instituciones más perversas del país, las que mataron y desaparecieron a decenas de manifestantes en las últimas jornadas del paro nacional. Faltó la visita a Palacio, en donde Duque jamás ha querido recibir a los más aguerridos líderes sociales afros, para que haga un bailecito tipo A mover el coolo de Illia Kuriaky y después meterlo de nuevo en el baúl del olvido, de la miseria, del hambre al que ha sido condenado ancestralmente su pueblo.
Y estas reflexiones no la hacen ni los papás ni los familiares de Yanfri. Ellos son víctimas de la peor tragedia que sobrellevan los afros en el país: la negación absoluta de acceder a la educación de calidad, profesores capaces de abrirles el hambre por los libros, las puertas cerradas para siempre a cualquier tipo de ascensión social. No existe reflexión. Edmundo Desnoes en su novela Memorias del subdesarrollo, define Subdesarrollo como la incapacidad de aprender de los errores, de asimilarlos para poder crecer. Y por eso creen que es Caracol, RCN, Netflix, la policía y todo el país les hacen un favor al llevarlos a conocer la capital como si fuera un animal en vía de extinción.
En un año ya nadie recordará al niño-tierno, el Pacífico seguirá cercado por un pantano de mierda, una muralla que los mantiene incomunicado con el resto del país. Miles Davis, quien tocaba de espaldas en sus conciertos, critica a Louis Armstrong por todas las monerías que hacía en el escenario. Lo consideraba un comportamiento típico de un Tío Tom, haciendo referencia al personaje de la novela de Harriet Beecher Stowe, en donde el héroes es un esclavo bueno, dócil y no, los negros en este país no necesitan ser buenos salvajes, como el Tino, como Polo Polo, como Yanfri, sino rebeldes, claros, indómitos como Francia Márquez. Ojalá ganara ella la presidencia para que Caracol, RCN y todas las putas plataformas aprendan a respetar un poquito.