Pablo Escobar recorría sus fincas en moto. Tenía más de 30 parqueadas en los garajes de su gigantesca Hacienda Nápoles, que sumadas a las de sus escoltas y sicarios, más las disponibles para prestarles a sus invitados, completaba más de medio centenar.
El capo era aficionado a los motores y la velocidad. Desde muy niño, cuando era pobre, soñaba con ser el dueño de al menos un carro potente o de una de las motos en las que se movían los hijos de los ricos en la Medellín de los años 50.
Querer conseguir un carro a toda costa, le trajo problemas en su adolescencia. Aún sin completar la mayoría de edad, antes de ser un pequeño comercializador de marihuana y luego el patrón de la cocaína, fue un insignificante ladrón de carros, que luego vendía en los suburbios de Medellín. Ese oficio lo convirtió en un muy buen conductor.
Huyendo de la policía y de los dueños de los carros robados empezó a sentirse como un piloto de carreras. Ese deseo lo hizo realidad cuando llevó cocaína a Ecuador escondida entre los mismos carros que robados y llenó sus bolsillos de dinero. Así pudo comprar los carros y las motos finas soñadas. Pablo Escobar tuvo más de 100 vehículos entre carros y motos con los que participó en decenas de carreras oficiales y en las que le iba bien.
Entre todos esos vehículos, Escobar tuvo tres motos consentidas: una Harley Davidson de 1990 con motor 1340 que mandó traer ilegalmente desde Estados Unidos con la ayuda del hijo de un alto oficial que le hacía ese tipo de favores. Una Suzuki GS XR 750, motocicleta de carreras que está en poder de Víctor Martínez, quien la recibió como parte de pago de un negocio. Aunque la Harley y la Suzuki eran de muy alto cilindraje, poco las disfrutó porque las compró en la década de los 90 cuando era el hombre más buscado del país.
La moto que sí pudo disfrutar a sus anchas fue la clásica Calimatic 175 de Yamaha. Tenía casi una decena y algunas las importó ilegalmente desde la casa japonesa. Fue tanta su afición que las reforzó para poder saltar y competir con sus escoltas y sicarios en una pista de motocross que mandó a hacer en la gigante Hacienda Nápoles. La pista de Pablo Escobar fue la más grande de América Latina. La Calima, como le dicen popularmente a la moto, fue el juguete de dos ruedas más usado por el capo de capos.
La Calimatic es la versión mejorada de la también muy famosa y clásica DT 175 de Yamaha, una moto enduro, tipo cross, creada en Japón a mediados de los años 70 del pasado siglo. La Calima, que hoy poco se consigue, es una moto veloz y potente que por muchos años fue el vehículo en el que se movían los asesinos al servicio del Cartel de Medellín para cumplir los mandados sangrientos de su jefe.
La moto preferida de Pablo Escobar llegó al país en 1980 por las negociaciones entre Furesa, una empresa filial de Coltejer que se encargaba de arreglar la maquinaria de la empresa de textiles y que para ese entonces cambiaba de dueño porque el empresario Carlos Ardila Lülle compró la mayoría de acciones de Coltejer, empresa fundada por la familia Echavarría.
Aunque la Calima era una moto poderosa en fuerza y velocidad, la actualización de su carburador la hizo una moto difícil de arreglar por parte de los mecánicos y cada vez tenía menos compradores. Su producción salió al mercado solo tres años, entre 1980 y 1983, precisamente los años en los que Pablo Escobar ya era un narcotraficante multimillonario que pretendió esconderse como político y salió elegido Representante a la Cámara por Antioquia en 1982.
Después de las investigaciones de El Espectador, periódico que dirigía Guillermo Cano, las cuales lo desenmascararon y el seguimiento hecho por el Ministerio de Justicia de la época en cabeza de Rodrigo Lara Bonilla (ambos asesinados por orden suya), Pablo se escondió en Medellín, ciudad que controlaba él y sobre todo en su enorme Hacienda Nápoles, desde donde dirigía los hilos del poder corrupto, coordinaba los envíos de cocaína a Estados Unidos del cartel que dirigía y jugaba en su pista de motocross con la decena de Calimatic 175 de Yamaha, la moto que se convirtió en su juguete preferido.
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