Cúcuta no tiene redención. En septiembre fui a cubrir la apertura para camiones con mercancía del puente Simón Bolívar. Creí que iba a encontrar un ambiente de fiesta. A nadie parecía importarle. Al último pueblo uribista no le importa mucho su suerte. Ellos viven su vida a través de las cadenas de Wassap que sentencian que todo lo que venga de Venezuela es malo. Que el diablo vive allá. En ningún otro lugar del mundo –excepto Medellín- se idolatra tanto a Uribe y se odia a los venezolanos. Y Cúcuta no puede vivir sin Venezuela. Y esa dependencia se la deben a las grandes familias locales que se fueron a vivir en Bogotá, a invertir en el exterior, porque los ricos no viven en esos tierreros. Los Colmenares, quienes son los dueños de la verdad con el diario La Opinión, tienen la gran empresa nortesantandereana, Cerámica Italia, quien se deja ver desde que uno llega al aeropuerto por la incesante chimenea que escupe contaminación las 24 horas al día. Enero es el gran momento para el cucuteño. Enero es el mes en donde se renuevan los contratos. Con un desempleo de 11.2%, la más alta del país, y una informalidad que supera el 60%, Cúcuta depende de los contraticos miserables que pueden dar desde la alcaldía y la gobernación. La empresa privada ya se fue, dejando la miseria que quedó en Macondo después de que los gringos se fueran con la lluvia.
La ciudad necesita de un milagro, o de algo más terrenal, de la ayuda de un empresario como le sucedió a Barranquilla.
Creer en la ciudad donde uno nació siempre es una opción. Tecnoglass, la empresa que creó Daes, da 9.800 empleos directos, el 98% de lo que produce se exporta, aunque eso sí, todos los productos se hacen con mano de obra colombiana, desde septiembre son la primera empresa colombiana en cotizar en la bolsa de Nueva York, evitar meterse en política, mantenerse bacanes y fieles a la tradición barranquillera y, la vaina más importante, creer en la ciudad. La compra de 10 mil abonos para apoyar la llegada de Juan Fernando Quintero al Junior le da algo de moral a los barranquilleros en pleno precarnaval. Ni hablar de las cosas que le ha dado a la ciudad, maravillas como La ventana al mundo que ha hecho de Barranquilla una ciudad de interés turístico internacional.
Barranquilla, hasta hace 20 años, era un pantano, un lugar que se evitaba en vacaciones, que tenía importancia sólo cuando jugaba la Selección Colombia o por su magnífico carnaval. Ahora hasta es capaz de mirar al mar y al río, existe espacio público, se hacen negocios, se percibe incluso el ambiente bohemio que alguna vez inspiró a Gabo, a Cepeda Samudio, a todo el grupo de Barranquilla. Por empresarios como Daes es que Barranquilla volvió a ser una puerta de oro.
Si, hay que vivir la realidad, entenderla. Por más convicciones de izquierda que se tengan entender la importancia de la empresa privada forma parte de la madurez. A mí hay cosas de Daes que no me gustan, algunos trinos, su populismo a veces desbordado, y además los millonarios me parecen aburridos, pero esa es la opinión de un señor amargado que desprecia la alegría. En lo fáctico Cúcuta, como tantas otras ciudades, necesita amor y el amor se demuestra en ellos. ¿Para cuándo una familia, de esas que se enriqueció a punta de contrabando, va a demostrar su cariño por la ciudad donde nací?