Posverdad, desinformación, cizaña, engaño, matriz mediática de ultraderecha, componen la caja de herramientas de la política tradicional, dispuesta a no aceptar nada que no provenga y controle ella, con resultados de precariedad de la participación del estado para resolver los problemas y demandas de la gente, dejándola sola ante el influjo neoliberal que no solo ha deshumanizado las relaciones entre seres humanos, si no convertido todo en mercancía y destruido el tejido social basado en la confianza y el afecto. La posverdad traída al país por las élites políticas ha sido aplicada para entorpecer las avanzadas hacia la convivencia sin odios ni guerras, e impedido el bienestar colectivo.
La posverdad, aunque no implica que la verdad objetiva haya desaparecido, ha entorpecido la credibilidad en los hechos verificables eclipsándolos con percepciones subjetivas y narrativas emocionales multiplicadas por redes sociales de rápida difusión, formación de burbujas informativas y amplificación de creencias de mala fe, presentadas con una retórica persuasiva, sesgada en sus datos y centrada en la forma, no en la precisión de los hechos, para deslegitimar adversarios. La posverdad instala mensajes emocionales con la presunción de que las personas son más propensas a recordar y creer en historias que apelan a sus emociones y, son dadas a consumir información que confirma sus propias creencias, evitando aquella que contradice sus puntos de vista. La posverdad se nutre y coexiste con la proliferación de desinformación, noticias falsas, información difusa inexacta o engañosa que se propaga rápidamente a través de las redes sociales y otros canales de comunicación.
La posverdad permite “sugerir” que, en el siglo XXI, “podría pasar” que a ciertos territorios, instituciones o entidades las puedan gobernar hologramas, artefactos, robots, maquinas, inclusive por efecto de una elección entre varios candidatos unos humanos, otros no. Sin embargo, eso no ha ocurrido aún, al menos en Tunja, Colombia, asentamiento Muisca, gobierno en la época imperial, capital de las provincias de la nueva granada, Republica, capital del estado soberano de Boyacá, capital del frio y del aguardiente líder y ciudad estudiantil. Es creíble sí que la gente haya pensado que un gobierno distinto, aunque sea de extraterrestres, podría ser mejor para alcanzar el futuro, conservar sus legados de honestidad, tranquilidad, patrimonio cultural y arqueológico, su riqueza humana, su historia de ciudad ilustrada, sus calles reales de la pulmonía o de los indios libres de asfalto o inseguridad, que tener gobernantes títeres y marionetas (extensible al ámbito más global).
La integración de la inteligencia artificial (IA) en la toma de decisiones políticas ya ha alcanzado un nivel sin precedentes, está metida en la política, pero el gobierno todavía es de humanos. Pero podría cambiar, al menos si seguimos al “denunciante anónimo”.
Imaginemos que ante la impotencia de la gente para cambiar las cosas, crea un escenario en el que un holograma o artefacto de inteligencia artificial, se hace cargo del gobierno de un territorio y logra redefinir completamente la dinámica de la administración pública y la participación ciudadana.
“Podría” pasar que la gente vota en masa, en silencio, sin temor a mafias y caudillos, movida por la rabia de no encontrar candidato, partido o movimiento político que los represente, que diga la verdad y no recaiga en falsas promesas.
Saramago había propuesto la opción del voto en blanco para defender la democracia, pero ahora la gente se encuentra con la opción de votar por un holograma, al que inclusive se le puedan agregar chips de comunicación intergaláctica. En síntesis, vota por un ente desconocido, pero con cuerpo de humano.
El gabinete sería pequeño y austero, técnico, sin viejas figuras ya gastadas o en cuerpos ajenos, en tanto la IA, desprovista de sesgos humanos, tomaría decisiones imparciales basadas en millones de datos y análisis de la big data, sin pasiones. Quedaría servida la consecuente eliminación de la corrupción y favoritismo, ya que la IA no estaría sujeta a influencias externas o intereses personales.
Se podría prever eficiencia gubernamental, procesos optimizados mediante algoritmos avanzados con reducción de burocracia y mejora en la eficacia e implementación de políticas. Con respuestas inmediatas a complejos desafíos, gracias a la capacidad de la IA para procesar grandes cantidades de información en tiempo real. La participación ciudadana sería digital y directa, con plataformas para obtener decisiones basadas en encuestas y opiniones de la población integradas instantáneamente, asegurando precisión con mayor representación del interés de la ciudadanía. La trasparencia convertida en tapadera de irregularidades, bajo el sofisma de que a más tramites menos delincuencia y corruptelas, podría volverse efectiva en tanto toda acción de gobierno estaría registrada y disponible para el escrutinio público, con acceso abierto, sin tener que judicializar la política, ni politizar la justicia, como ocurre actualmente y en cambio fortaleciendo la confianza ciudadana en el sistema.
El gobierno dirigido por un holograma y basado en inteligencia artificial “podría” ofrecer beneficios sustanciales, desde la eliminación de sesgos y corrupción hasta una mayor eficiencia y participación ciudadana, quedándole a la ciudadanía la tarea de abordar los desafíos éticos, de respeto a derechos humanos y de integración de esta tecnología de manera equitativa en la sociedad. Este escenario plantea preguntas cruciales sobre la intersección entre la tecnología y la gobernanza, la condición humana, la convivencia humano-robot, desafiando las percepciones tradicionales de la democracia y la toma de decisiones políticas.
Hasta hoy todos los candidatos en el país, han sido humanos, pero un holograma “podría” ser el gobernante esperado, pensado por mucha gente, ante la postración a mafias en el poder que hecho fracasar el respeto por la vida, el otro, el planeta, los derechos y la verdad, y exigen con afán eliminar la corrupción, la trampa y la mala fe, aparte de tener otras razones como tener en un solo ente una mezcla de novedad, eficiencia, transparencia, honestidad, innovación, tecnología, desburocratización, respuesta rápida, participación ciudadana equitativa, eliminación del clientelismo y favoritismo y simbolizar una ruptura radical con la política tradicional. La aceptación de un gobernante holográfico para superar carencias y lograr anhelos, dejaría espacio humano para tratar cuestiones éticas y preocupaciones sobre la delegación total de la toma de decisiones a una entidad no humana.
Colofón. Esta columna surge de una denuncia judicial “anónima” alegando que el alcalde electo de Tunja, es un holograma. De origen ruso, profesor universitario (UPTC), poliglota, economista, que, para los clanes, caudillos y grupos de poder tradicional (que no salen del asombro posperdida), es un “desconocido”, un “aparecido”, no un espanto, si no un holograma, un ente no humano con extraños chips en su cuerpo. Fuera de la condenable pesada broma, la situación merece el rechazo unánime de sus 25000 electores que igual que él, deben recibir excusas públicas del gobierno territorial actual. Tuvo que demostrar en notaria, ante “una base de datos” y una funcionaria, que es humano, que es real, que existe, come, duerme, ríe, piensa y que efectivamente él es él, de carne, huesos y cerebro real, no digital. Feliz gobierno alcalde humano, que sin empezar ya tiene una novedosa historia para seguir contando y un futuro asegurado colega Michael Krasnov, el ruso alcalde.