Mensajes corrían a la velocidad de un parpadeo. Una tía llamó: están golpeando fuera de su puerta. Un amigo escribió: se escuchan disparos en el pasillo de su edificio. Un hermano gritó: lo están matando.
Horas y horas transcurrieron. Todos resguardados en sus viviendas ya que hordas de protestantes, algunos comunistas resentidos que quieren conseguir en las calles lo que no consiguieron en las urnas, algunos drogados y embebidos de vino barato por su descomposición, algunos hermanos del país vecino pagados para ayudar un régimen dictatorial, están saqueando de manera sistemática conjuntos residenciales a los largo y ancho de nuestra ciudad.
La calma no llegaba y se requería la entrada con todo el poder de la fuerza pública, que afortunadamente se encontraba desplegada por las calles para garantizar el toque de queda. Las calles estaban vacías gracias al miedo, así más fácilmente nuestros protectores harían su trabajo.
Pero ni tener helicópteros de alta tecnología que identifican rostros desde distantes alturas, ni tener una red vial que identifica placas de vehículos que no cumplen sus obligaciones con el erario, ni camionetas, motos y miles de hombres armados defendiéndonos podía controlar estas hordas de bandidos que tenían por fin último ver todo arder para así volver humo su resentimiento social.
Estas astutas hordas, seguro por la eficacia de su plan militar para saquear la ciudad, consignado en manuales de guerra revolucionarios que difundió el foro de alguna ciudad de la samba y por los ríos de dinero enviado desde regímenes dictatoriales financiados por la coca, el petróleo y la corrupción, tenían en verdadero jaque a la ciudad sagrada de Bakata.
No quedaba otra alternativa que salir en defensa del esfuerzo de toda una vida con palos y piedras, volviendo a las cavernas donde cualquiera que no fuera reconocido se tornaba sospechoso y merecedor del rompimiento de su ser, volvimos a ser como animales defendiendo su territorio vital mostrando los dientes y con el puño erguido en defensa de la libertad.
Pasaban las horas y a pesar del miedo, de los informes permanente, algo no se sentía bien. Algo en el fondo del alma sabía que exista una adrenalina que impedía razonar con claridad, pero que algo no estaba bien. ¿Acaso los saqueadores preferían enfrentar cientos de ciudadanos con palos y piedras a entrar en los supermercados donde sólo se enfrentarán con uno o dos vigilantes? ¿Acaso los comunistas no intentarían en lugar de buscar televisores y las joyas de la mamá quemar de nuevo el Reichstag? ¿Los ebrios y descompuestos no preferían terminar haciendo ritos satánicos en medio de una orgía frente a una iglesia?
Amaneció y no hubo orgías, ni edificios quemados, ni conjuntos robados, ni mercados saqueados, ni hordas de detenidos, ni registro de enfrentamientos armados. Una locura colectiva que nos hizo daño como sociedad. Pero ya podemos salir de ella. Ya podemos salir de la cuevas y volver a ser humanos.