En tiempos de angustia para un pueblo, cualquier pueblo, sometido a los vejámenes de una dictadura, los artistas son catalizadores, fuente de inspiración, bálsamo para las heridas del cuerpo y del alma… enzimas que nutren el espíritu y confortan el alma. Son también fuente de inspiración, faro y brújula cuando las esperanzas parecen rotas y vagamos por un desierto donde las lágrimas y la incertidumbre son el pan amargo de cada día. Todo eso y más son los artistas heroicos, los comprometidos. Y parece redundante enunciar este adjetivo porque todo artista tiene que estar comprometido, al menos con la vida.
Ya dije en una columna reciente que no hay mayor gloria para un artista, para ser humano, que el amor entrañable de su pueblo. Pienso, por ejemplo, en Pablo Neruda y Federico García Lorca y Eduardo Galeno y Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir y César Vallejo y Gabriel García Márquez y un extenso etcétera. Y por supuesto Quino, el maestro y guía de mi invitado de hoy. Todos en esa conjunción del “y” porque fueron uno solo: el pueblo que llora o canta o ama a través de ellos. En consecuencia fueron amados hasta la médula: lo semejante atrae lo semejante.
Por otra parte, la indiferencia y el arte son irreconciliables. En este sentido el poeta cubano Nicolás Guillén escribió alguna vez: Mire la calle. / ¿Cómo puede usted ser/ indiferente a ese gran río/ de huesos, a ese gran río/ de sueños, a ese gran río/ de sangre, a ese gran río?
Esta introducción para contextualizar el oficio de un talento gigante del pueblo y para el pueblo, y de Colombia para el mundo: Julio César González Matador, el célebre caricaturista que logró (junto a otros artistas e influenciadores) cambiarle el chip al pueblo colombiano a través de un arte inteligente y cerebral. De hecho sus caricaturas punzantes y geniales son estocadas que se instalan en el lomo de esas bestias, de esos monstruos que corroen desde hace décadas la entraña de la patria.
Por eso ha logrado una hazaña casi inverosímil que se evidencia en las redes sociales, en los medios de comunicación, en las calles de nuestro país: todo lo que publique, todo lo que diga o se diga de Matador no pasa desapercibido. Obviamente hay que nombrar al genocida y a su séquito de corruptos porque la sangre es escandalosa y el mal hace bulla. Pero esos engendros han perdido autoridad y popularidad, como quien dice no existen para el corazón del pueblo colombiano, y esa certeza es la herida más profunda para un tirano.
Créanme, el próximo presidente de Colombia no llegará a la Casa de Nariño por incidencia del innombrable. En estos momentos las redes sociales y los medios alternativos tienen más visibilidad que los medios de comunicación tradicionales. El poder ha cambiado de manos.
Por último, Matador desde su arte ha mostrado el camino, y seguramente esta vez sí elegirá el pueblo. Salvo que Duque; es decir Uribe, quiera quedarse por las malas en el poder. Por suerte, al menos eso creo, ya no estamos en la era de Trump.