Las últimas cifras reveladas por el Departamento Administrativo Nacional de Estadística revelaron que en el segundo trimestre del 2019 la tasa de desempleo juvenil fue de 18.1%, un aumento del 1.4 % respecto al período del 2018; panorama nada alentador para los millennials y centennials que hasta ahora nos enfrentamos al mercado laboral.
A principios de este año recibí mi título como profesional, con la esperanza de que no quedaría entre estas cifras tan desalentadoras que cada cierto tiempo presenta el Dane para medir el desempleo en el país. No quería caer en el pesimismo prematuro de algunos compañeros y compañeras que el día de la graduación publicaron fotos en redes sociales acompañadas de frases como “un profesional más, un desempleado más” o “el diploma me hace desempleada, pero libre”. Me resistía a creer que el panorama iba a ser tan complejo, siempre había escuchado que culminar una carrera profesional era una especie de llave mágica que abriría todas las puertas.
Sin embargo, empecé a ver con preocupación cómo amigos y conocidos que se habían graduado mucho antes que yo, y que incluso se habían destacado como los mejores estudiantes en la universidad, se encontraban en una profunda inestabilidad laboral o incluso sin trabajo. ¿Cómo es posible que precisamente ellos no encuentren tal oportunidad? ¿Es tan difícil acceder al mercado laboral? ¿Qué tienen las ofertas de empleo que hacen tan difícil el acceso a los recién egresados? Son miles de interrogantes que empiezan a bombardearte la cabeza en un mar inmenso de imposibilidades.
Entonces es así como el pánico, la crisis existencial, la presión social y familiar —con el milenario arte de la comparación, viendo las maravillosas vidas en Instagram, Facebook o Twitter de gente que siendo muy joven ,ya sabe tres idiomas, conocen el mundo, tiene su propio emprendimiento y además están comprometidos— hacen su efecto y le entra a uno el afán para conseguir a como dé lugar un trabajo y “hacer valer ese título”. Uno aspira a poner en práctica los conocimientos académicos adquiridos, tener más independencia académica, encontrar su lugar en el mundo y, como es el caso de muchos que quieren acceder a una educación superior de calidad en Colombia, pagar las cuotas en el Icetex sin ayuda de sus padres.
Y es en ese preciso instante que como parte del grupo etario, espiritual y sensible que han encasillado como millennials nos toca enfrentar una realidad que nos permitieron postergar como generación mucho tiempo: ser adultos. Verdad que, aunque suene caricaturesca, es muy complicada de aceptar, incluso a los 23 años; algo que puede parecer tardío en otros países, pero que, entendiendo las dinámicas culturales y económicas colombianas, hace perfecto sentido. Claro está que no puedo caer en la generalización cuando me estoy refiriendo a la población de un país tan complejo y diverso como este, que ha convertido el acceso a los derechos en todo un privilegio, no en todas las partes del territorio nacional ser joven tiene el mismo significado.
Según un estudio publicado por la Universidad Libre hace algunos años atrás, quienes se demoran más en conseguir trabajo en Colombia son paradójicamente los profesionales, es decir, que a pesar de que existe una cobertura más grande de educación universitaria en el país, el mercado laboral no está respondiendo a esta oferta. El tiempo estimado entre graduarse y conseguir trabajo es de alrededor de 31 semanas, unos siete meses y medio, en donde muchos acceden a trabajar en campos completamente diferentes a los de su carrera como en call centers, venta de productos multinivel o ayudando con los quehaceres de la casa.
De los siete meses y medio, que espero no completar, llevo cuatro meses de graduada, en donde puedo contar una experiencia de trabajo no exitosa de dos meses, búsquedas infinitas en Google con el nombre de mi profesión + las palabras “oferta laboral” y llamadas no contestadas a conocidos que me dijeron que cuando me graduara los llamara. A veces hago los cálculos de lo que me va alcanzar con el $1.300.000 que ofrecen en los trabajos relacionados con mi carrera y pienso en la necesidad de hacer un curso de Excel o Community Manager para cumplir con el “perfil”, y tal vez de aprender un tercer idioma como la gente de la redes sociales o volverme youtuber, una profesión que parece rentable en nuestra actualidad.
Pero más allá de todo esto, este ha sido un proceso que aunque en el lenguaje generacional ha sido “denso” por toda la implicación emocional y personal que significa, me ha permitido entender que somos muchos y muchas los que pasamos por esta transición y eso no significa que seamos menos capaces de quienes contaron con una mayor suerte, hay que seguir intentando, aunque el sistema nos ponga trabas, pero sobre todo apoyarnos entre nosotros. Mi mayor aliciente han sido los proyectos que he podido construir en este tiempo junto a otras personas para poder transformar algunas realidades de este país que nos necesita.
*La razón por la cual me motivé a escribir este artículo surgió después de ver a una amiga profundamente deprimida por vivir este proceso.