Con esta sentencia lapidaria como casi todo lo macondiano comenzó Gabriel García Márquez su columna de prensa el 24 de diciembre de 1980 titulada: Estas navidades siniestras. Y se despacha con una diatriba que 43 años después no ha hecho más que incrementarse.
Hay tantas campañas y campanas, alumbrados y atontados, comercio, bullicio, alboroto, falsas felicidades y consumismo frenético, que pareciera no quedar tiempo para celebrar el nacimiento del Niño Jesús. Ya se ha sido bastante y con mucha razón que es una época de espiritualidad, pero las evidencias confirman que es una manifestación de consumismo sinigual en esta cultura del sometimiento al dinero y al crecimiento económico de las organizaciones.
Los alumbrados en cada uno de los mil ciento y pico (no hay cifra consolidada) de los municipios de Colombia dan para todo: En Bogotá, el alumbrado tiene tantos bombillos como habitantes la ciudad y está diseminado por toda la capital para no incrementar los colapsos viales; en Cali, concentrado en el Bulevar del río, se lleva los aplausos pero no alcanza para iluminar la imagen del alcalde y es tal el gentío que se convierte en un calvario ir a recorrerlo; en Medellín, el alumbrado más antiguo y moderno del país, rompe el regionalismo paisa y rinde homenaje a los 100 años de Disney; y en Puerto Tejada, las arcas del municipio están tan raspadas que no hubo plata para el mismo por lo que la población sacó de más de su bolsillo para no quedarse en tinieblas en esta Navidad y adornar al menos su parque principal.
Angustiosa es la corrupción que desatan los alumbrados, tanto como ese afán de dinero para quedar bien con todos por encima de todo. Es un mercado rotatorio y las grandes ciudades los venden a pequeños poblados y ahí está el negocio socio. A estas alturas ya llevamos dos meses de Navidad.
El show de luces de Navidad lo tiene el Jardín Botánico y hace honor a su nombre: Majestuoso
Aún no se habían descolgado las calabazas del Halloween, todavía en el ambiente estaba el aroma de los rebotes infantiles ocasionados por el excesivo consumo de azúcar y colorantes; y los almacenes, y los medios, y los gobiernos, comienzan a preparar el festín: cuelgan guirnaldas y elevan los precios, se encienden las luces y con ellas las cajas registradoras y el incremento en los servicios públicos. La Navidad –y éste no es ningún descubrimiento– comienza en noviembre o antes. Y más grave aún, se prolonga la hasta la primera quincena de enero.
En diciembre también crece el número de pacientes –extranjeros o colombianos que viven en el exterior– que aprovechan la temporada para someterse a las mal llamadas ‘cirugías estéticas', lo que en esencia no es grave, se pueden hacer en cualquier época del año desde que haya salud y plata, pero también se incrementan los casos de muerte y daños irreversibles.
En Estados Unidos –que se hacen estudios de todo y valen un ojo de la cara–, se estableció que una cirugía estética es la manifestación voluntaria de someterse a un dolor similar al producido por una golpiza a manos de un boxeador peso pesado por espacio de dos horas, pero con anestesia. Es el precio de la vanidad para arrancar bien el año: es decir, aceptado.
En Cali ya huele a Feria, a pólvora y a esa especie de almizcle que arroja la mezcla de trago, babas, humo y sudor. Si quiera que no hay cagajón y bestias sobre los caballos en la cabalgata. Y las mismas orquestas y artistas internacionales. Los taurinos capotean una fiesta en declive de una sociedad que llora por animales y voltea la cara indiferente por sus semejantes.
La economía se mueve, tanto como las caderas y los cachos y las prótesis de silicona en la plaza de toros y las discotecas. Y las orquestas de Cali, relegadas. Los de los miuras se unen a cuernos de renos o de alces, de menos casta, pero de más costo, tal vez. Estos animales junto con la nieve, dicen que de la buena; y Papá Noel, nos confirman que la Navidad no es sólo una agresión económica, es también un embate cultural. ¡Por Dios!
En estas navidades dejamos de decirle bimbo al pizco, ahora lo llamamos pavo y relleno, desplazó nuestras cenas navideñas. Dejamos de hacer y vivir lo nuestro para copiar y consumir lo foráneo. Qué exclusivo sería un pesebre nacional con cafetalitos y sembradíos de coca y marihuana; con derrumbes e inundaciones, con puentes mal hechos, con retrasos en las obras; con un congresito lleno de miquitos y opositores defendiendo poderosos y contratistas; con soldaditos y guerrilleritos de plomo, con paraquitos disfrazados de aguilitas negras y dialoguitos de paz en cualquier parte; con todo lo que somos. Un San Andresito sin el marcito que perdimos en La Haya o una Shakirita españolizada pagándole a la Dian. Un Jamesito cantando villancicos y no reguetón de corrido o una Cartagenita con puticas infantiles. Algo así.
Pero no, hay poco de lo nuestro y mucho de lo de cada año. Se preparan con más ahínco e insistencia estrategias de mercadeo en las industrias de licores y en los bancos de sangre. Médicos y enfermeras tienen por estos días tanto trabajo como meseros y comerciantes. Se incrementa la accidentalidad y el cántico: beben y beben y vuelven a beber.
Hasta la procreación se incrementa, en Cali la tasa de natalidad se dispara en septiembre, en un fenómeno conocido como: los hijos de la Feria. Los moteles no darán abasto y la profusión de frituras verdaderos arrepentimientos. Muy pocos visitarán las iglesias en medio de las parrandas y las carnestolendas de fin de año, por lo que los curas en sus homilías rogarán por los fieles extraviados del camino del Señor y, sobre todo, por los infieles extraviados de la señora.
Haga el deber de acordarse de Dios en Navidad. Crea o no en Él. Al fin y al cabo todas son prácticas culturales. Imposiciones convertidas en tradición. Con diciembre y la Navidad no llega el amor, que si es sincero y sensato deberá estar presente siempre, o por lo menos latente.
Es época de dar y recibir, dicen; de compartir, de diseñar planes, cambios y propósitos. Sí, esa época se llama vida. Y ese cambio, una hoja de calendario. El mundo no se acaba y tampoco el tiempo para decir te quiero, y si hay que hacer el ridículo con el consabido te amo, pues también, el año tiene muchos días y la vida muchos años. Pero todos aprovechan para parrandear y armar despelote. Ojalá haya algo de amor y paz.