A pocos días de un nuevo 12 de octubre, tenemos en varios países de nuestra América hispánica a la mayoría de las instituciones públicas y oficiales preparándose para celebrarlo, a pesar de que desde hace mucho tiempo se sabe con certeza que esta es una fecha que no se debe ni se tiene que celebrar (ni como el descubrimiento de América ni tampoco como el día de la raza como tal), ya que desde hace mucho tiempo vienen saliendo a la palestra pública conocimientos fidedignos de acontecimientos de otra historia, la real, una muy distinta a la que nos han venido enseñando en las escuelas y colegios en el mundo hispanoamericano.
El día de la raza fue inicialmente una propuesta que nació directamente de dirigentes españoles, buscando darles realce a sucesos que bajo la visión de ellos debían remarcarse. En 1913 un exministro español, Faustino Rodríguez San-Pedro, ejerciendo la presidencia de una asociación de carácter civil que existía en aquellos tiempos, la Unión Ibero-Americana, lanzó la propuesta, la cual inmediatamente fue recibiendo el apoyo y el aval de manera paulatina y escalonada en los diferentes países de esta parte del mundo, ya que es un acontecimiento que de hecho también se celebra en países que no necesariamente hablan español, como Bahamas, Haití, Belice y Estados Unidos.
En Colombia, específicamente, terminó siendo declarado fiesta nacional por la Ley 35 de 1939, y se traslada automáticamente al lunes siguiente cuando coincide con un fin de semana, sábado o domingo, a raíz de la Ley 51 del 22 de diciembre de 1983, conocida localmente como la ley Emiliani, en honor del dirigente político conservador Raimundo Emiliani Román, quien fue el que hizo semejante propuesta.
Entrando en la discusión directa del tema, es más que claro a la luz de la verdadera historia que mantener una celebración que está basada en hechos falsos es todo un despropósito, cuando hoy tenemos demasiadas certezas que indican que con la llegada de Colón y de los europeos en general al continente americano no ocurrió ningún descubrimiento sobre un territorio que ya estaba habitado, y que lo que sucedió no fue nada distinto a un asalto a mansalva y a una carnicería inhumana contra todos los pueblos originarios y contra sus culturas de suyo establecidas.
En la medida que más se escarba en los recuerdos sucede que la historia verdadera destapa y lanza otro tipo de acontecimientos, muy distintos y hasta espeluznantes, con respecto a lo que realmente ocurrió con la mayoría de pueblos ancestrales, desde el norte de América hasta la Patagonia. De allí que seguir manteniendo la mascarada de una alegre celebración sea toda una pantomima que no merece ninguna atención ni consideración por parte de sociedades que deben reconocerse para empezar a recorrer caminos muy diferentes a los hasta ahora transitados.
Estamos en un momento clave para despertares de conciencias públicas y sociales, con los que se les deba y pueda rendir tributos a las culturas agredidas y borradas de nuestras memorias colectivas. En consecuencia, es de una gran preponderancia emocional e intelectual visibilizar a las culturas navajas, sioux, cheyenne, aztecas, mayas, muiscas, chibchas, caribes, incas y mapuches, por solo nombrar unas cuantas de las tantas que terminaron siendo desaparecidas con la espada, el garrote y el embate de una sed de ambición y de violencia ejercida por otras culturas que llegaron a invadir sin ninguna consideración a las sociedades que en esas tiempos ya eran las dueñas y habitantes de estos territorios, y que las dirigencias políticas y económicas actuales, actuando como directos descendientes de esos monstruos no cesan ni se cansan de agredir.
No más héroes ficticios cuando en realidad eran asesinos, no más a una memoria selectiva y maquillada de personajes como Cortés, Pizarro, Jiménez, Belalcázar, Vasco Núñez, Federmann y tantos otros pillos que hoy se exponen en estatuas y monumentos por todas nuestras ciudades y países sin sentido de pertenencia ni de origen.
Es algo similar a lo que viene sucediendo con los ciudadanos y habitantes de países explotados sin conmiseración, mientras continúan siendo despojados de sus derechos y beneficios sociales, por unas dirigencias corruptas y violentas, estamos ante la presencia de una época de toma de conciencia general, en la que las sociedades no pueden permitir que las vuelvan a silenciar.