Han trascurrido 30 días desde que las nuevas autoridades locales asumieron el mandato popular de regir los destinos de sus comunidades. Como es de esperarse, muchos han llenado las expectativas de sus electores, otros despiertan muchas dudas y algunos desde ya proyectan decepción entre sus votantes.
Algunos mandatarios parecen que estuvieran en el lugar equivocado, que su elección fue un golpe de suerte, un rechazo o castigo de los electores a las viejas maquinarias y clase política que por años ha gobernados sus territorios, no obstante, el ungido no tiene una hoja de ruta clara y concisa sobre la gestión que desempeñará, por ello, acude a figuras distractoras para desviar la atención del pueblo y tratar de ocultar su desconocimiento de la cosa pública.
Otros todavía no han asimilado el triunfo y la gran responsabilidad asignada, parecería que todavía estuvieran en campaña, en su actuar y gestión predominan las propuestas, pero no materializa o inicia un derrotero permitiendo con ello cimentar las bases que contribuyan a establecer políticas que vayan en beneficio de las comunidades.
La inmensa mayoría demuestran su capacidad, vocación de servicio y ganas de servirle a su comunidad, trabajan desde el primer día en la organización de su gabinete, en la elaboración del Plan de Desarrollo, herramienta de gestión para promover el desarrollo social de su territorio, sentando las bases para superar las necesidades básicas insatisfechas de su gente, mejorar su calidad de vida y brindarle bienestar a su pueblo.
La gestión de estos mandatarios locales apenas inicia, algunos encontraron unas administraciones organizadas y su proceso de empalme fue exitoso, otros no, lo cual muchos toman como excusa para justificar su comienzo nefasto y contrario a las expectativas de un pueblo ávido de una excelente gestión que permita que el desarrollo y progreso llegue a sus comunidades.
Los mandatarios deben asumir con eficiencia y eficacia el compromiso adquirido con su pueblo, pero sobre todo debe ser consciente de sus capacidades para afrontar la responsabilidad de dirigir los destinos de su territorio, es mejor admitir su negligencia en el manejo de la administración pública y dimitir, que condenar una comunidad a un cuatrienio nefasto, de desgreño administrativo, político y económico, que en vez de mejorar la vida de sus habitantes, los conlleve a empeorar sus condiciones, sumiéndolos en el olvido, la pobreza y mayores necesidades insatisfechas.
Los territorios requieren de mandatarios con vocación de servicio, diligentes, conocedores de sus funciones, respetuosos de las leyes y que asuman su gestión con transparencia y honorabilidad, que encaminen su gestión en beneficio de su pueblo, permitiéndoles adelantar inversiones y realizar obras de gran impacto social, que permitan un desarrollo sostenible y una mejor calidad de vida a sus gobernados.
Solo de esta manera podremos soñar con un mejor futuro, donde la educación, salud, vivienda, servicios públicos, vías de acceso, entre otros, puedan florecer y encaminar a nuestras comunidades a mejor puerto, fundado en el respeto de la dignidad humana, en el trabajo y la solidaridad de las personas, donde prevalezca el interés general.
Es decisión de los mandatarios de asumir a cabalidad sus funciones, así mismo de las comunidades de avalar a los buenos administradores y castigar a los que no lo son, para ello, pueden utilizar las herramientas que nos brinda los mecanismos de participación ciudadana y revocar su mandato evitando con ello una hecatombe administrativa, política y social.