Una estudiante más atacada por unos malandros en Táchira motivó a sus compañeros a salir a protestar por la inseguridad reinante. Se portaron mal, quemaron llantas, rompieron vidrios, tiraron piedra, nada distinto a lo que hacen en otras partes, pero…
Esta chispa incendió la pradera venezolana.
Los protestantes se multiplicaron por varias regiones del país. No sólo la inseguridad los motivó. También la escasez de los productos básicos, la carestía, la mordaza, la indignación de cada día verse peor.
El gobierno no lo entendió –o no quiso entenderlo- y con su paranoia acostumbrada o fabricada, ya uno no sabe qué pensar, denunció que estaba frente a un golpe de Estado, que Alvaro Uribe, paramilitares, el imperio, una confabulación global estaba detrás de todo.
Entonces invocó su derecho a defenderse y llegaron las primeras dos víctimas, luego otras más y así ya se acercan a las veinte, mientras los detenidos son muchos más, aparte de tender un cerco en torno a la información independiente.
Detuvo a un líder de la oposición, expulsó tres diplomáticos estadounidenses, denunció la llegada de paramilitares colombianos, señaló a un individuo del medio oriente como instrumento de la conspiración para poner carros bomba, en fin…
Pero…
Las protestas siguieron, las redes sociales reemplazaron los canales televisivos censurados, twitter se convirtió en el canal de comunicación, fotos, testimonios diarios, denuncia de torturas, mucho dolor en un país polarizado.
Ahí fue cuando sucedió lo impensado. Maduro, acorralado, le sonrió al maléfico imperio, le pidió que normalizaran relaciones diplomáticas y nombró su embajador, mientras citaba a una conferencia de paz con la oposición para apaciguar los ánimos.
¿Entonces? ¿Reconoce que no hay golpistas sino descontentos? Porque no se conversa con los que lo quieren tumbar a uno. Esto da la medida de que el gobierno siente que la situación se le está yendo de las manos y prefiere negociar.
Pero no es tan fácil. La situación económica es grave. Las aerolíneas quieren irse de Venezuela porque no les pagan, la inflación sigue disparada, el dólar negro vale diez veces más que el oficial, los supermercados siguen vacíos, la inseguridad cunde.
Hay varios caminos. Uno es que sigan las cosas como están. Otro es que Cabello y su círculo tome el mando real y dejen a Maduro formalmente, endureciendo la represión. Uno más es un auto golpe militar que aplaque los ánimos.
También está el de la renuncia de Maduro y un gobierno de transición, o el de un gobierno de unidad permitiéndole hacer parte a la oposición o un golpe de verdad que cite a elecciones en un tiempo razonable.
Claro, varios de estos caminos son el resultado de pensar con el deseo. Infortunadamente, aún hay chequera para gastar, los militares son los consentidos del régimen y Cabello es su hombre en el gobierno.
Dicen que la cadena se rompe por el eslabón más débil y aunque hay chavismo para rato, no se puede decir lo mismo de Maduro. Sea porque se le deje con un mando apenas formal o se le fuerce su renuncia, lo cierto es que tiene sus días contados.
Llegó el tiempo de Diosdado Cabello, un hombre astuto que sabe lo que quiere y cómo lo quiere. A través de él los militares tomarán por completo el control del país, desarmarán los círculos chavistas y apaciguarán la oposición por las buenas… o a las malas.
Se completará así el ciclo para instaurar la réplica del Estado cubano en Venezuela. Férreos en lo político, aunque no tanto en lo económico, y en esto China les sirve de ejemplo, con una ventaja que no tienen los Castro, el petróleo.
Sí, hay chavismo para rato, sólo que ahora se pondrá otra careta. Ya no habrá un payaso al frente, sino un lobo de verdad, así se vista con piel de oveja… negra.
