Y todos tan felices
Opinión

Y todos tan felices

La gente se imbeciliza viendo serie tras serie mientras las decisiones importantes para el bienestar de todos quedan en manos de unos pocos ricachones

Por:
marzo 17, 2024
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Estamos en uno de los peores momentos de calidad en la comunicación pública en el mundo. La desaparición del interés ciudadano por informarse ha sido remplazada por el consumo masivo de entretenimiento. La gente se imbeciliza viendo serie tras serie en una maratón sin contendores. Mientras tanto las decisiones importantes para el bienestar colectivo quedan en manos de unos pocos, casi siempre ricachones que creen ser genios por ser ricos, pero que en realidad producen ideas mediocres y mal aplicadas para el bienestar de la sociedad.

En general las ideas de esos ricos son chimbas, dañinas e inútiles. Lo son sencillamente porque su oficio no es pensar en cómo mejorar la sociedad sino en cómo ser más ricos. Sus cabezas no están diseñadas para hacer el bien colectivo sino para ganar dinero. Ellos saben cómo hacer lucrar sus ideas, y aunque sean fachas se aplican con el beneplácito de gobernantes que no se atreven a contradecirlos a controlarlos o a regular sus actividades por peligrosas que sean para el resto de la humanidad. El poder del dinero asusta al poder político.

Miles de plataformas permiten la libre navegación de contenidos inimaginables desde los móviles, a costos irrisorios. Millones de ciudadanos en todo el mundo pueden acceder a lo que creen que desean, aunque solo acceden a lo que quienes controlan el tráfico de contenidos en las plataformas consideran que debe circular. En ese proceso se destruye -entre otros contenidos- la calidad de la información que la sociedad necesita para tomar mejores decisiones colectivas. Lo que equivale a exaltar la ignorancia.

También destruyen la capacidad de crear en la medida en que asfixian a los creadores al no reconocer el valor social que generan. Las plataformas se apropian de la producción intelectual de millones de artistas, científicos y pensadores. Sin pagar nada o muy poco por producir música, o un estudio e, o una novela, cobran mensualidades para que el ciudadano disfrute con entera libertad de esas producciones ajenas. El dilema social está en que, si bien ponen a disposición de la humanidad contenidos que de otra manera estarían reducido a círculos estrechos y privilegiados, ahora están a disposición de todos, pero al no reconocer el valor a los autores, están acabando con el mecanismo que estimula y permite producir nuevos valores, artes, conocimiento.

Sin que les haya costado nada (o muy poco) a las plataformas, y sin que les retribuya a los creadores de manera justa su talento, los dueños de las plataformas se nutren de la producción intelectual ajena. Y a la vista del estado.  El ciudadano solo se da cuenta del beneficio a corto plazo que recibe para él. Ya no tiene que comprar acetatos ni k7 ni CD cada vez que quiere escuchar algo en casa. Ni comprar los estudios ni los textos de investigaciones. Lo tiene todo en su bolsillo, a un clic y 9 dólares al mes. Y no sabe que al creador no le llega de vuelta casi nada para continuar su labor, que es lo que genera riqueza social.

Es al estado al que le corresponde regular esa relación para que sea justa y no se acabe el arte ni la ciencia y estas sigan al servicio de la humanidad, al igual que le corresponde hacerlo para que la información de calidad no desaparezca convertida en entretenimiento. La tecnología no puede servir solo para hacernos igual de estúpidos a todos, ni más inútiles cada día, sino para hacernos mejores seres humanos.

El ideal para los nuevos dueños del mundo es producir arte, música, libros, series y ciencia con IA.  Así evitarían lidiar con artistas, científicos y creadores en general, que según los genios de las plataformas tienen la manía de creer que se les debe pagar por su creación. En el terreno de la información también lograrían que se deje de discutir cómo resolver problemas como el hambre, la guerra, o las epidemias. ¿Para qué pensar en estos temas cuando se pueden resolver el tema sin que las mayorías se enteren de las arbitrariedades que se cometen para exterminar a una nación que le estorba a otra?


¿Para qué pensar en estos temas cuando se pueden resolver el tema sin que las mayorías se enteren de las arbitrariedades que se cometen para exterminar a una nación que le estorba a otra?


Las plataformas copan el tiempo libre de los ciudadanos con series repetitivas, insulsas, forzadas; con personajes clichés, guiones inconsistentes y tramas obtusas. Crean un mundo de ficción, de aventuras ajenas, de dramas imposibles y sin lecciones, donde lo real no tiene cabida. Estas imágenes en movimiento son las que copan hoy la mente del ciudadano. No hay news en el streaming. ¿Para qué pensar sobre lo que pasa en el mundo? ¿De qué sirve saber que en Gaza millones de palestinos son bombardeados si ningún ciudadano es capaz de suspender el ataque?

Es mejor ver como una chica común y corriente de clase media de repente se convierte en una mujer Furia, sin ningún entrenamiento ni razón válida. Pasa a ser una extraordinaria vengadora, a la que le brotan las mejores armas automáticas de la nada, con una puntería 100/100 que le permite acabar con todos los malvados que en fila india se turnan para acribillarla sin lograr el milagro. Ellos fallan todos los disparos, ella acierta cada uno. El equipo de guionistas no la deja desperdiciar ni una bala como si salieran del presupuesto de los contribuyentes. Y Gaza ahí, como diría Garzón.

Uno no sabe quién es el malo ni el bueno en esas series, porque estas categorías simplistas y moralistas al fin dejaron de existir. Ahora todo ser humano de ficción está compuesto de cientos de matices (en las series) que hacen imposible clasificarlo para mandarlo a los hornos crematorios de Mancuso, o a rezar en las faldas del Papa en Roma o a hacer colas para lograr el acceso al servicio de salud público que Petro va a imponer. Tampoco se sabe qué persiguen esas heroínas, aunque casi siempre la felicidad se asocia a lo que se compra con dinero. En todo caso unos mueren ensopados en salsa roja y otros viven sin lograr gastar el dinero que ganaron por ser buenos. Y pasan los días y las horas. Y los capítulos y los episodios y las temporadas. Y la ciudadanía ahí, como diría Garzón. Mientras la mayoría de los humanos consumen su tiempo de vida observando series estupidizantes (no news in streaming) en el mundo real pasan desapercibidos los esfuerzos de las minorías que aun estudian los temas, las que se ocupan de investigar, las que leen y los que son capaces de redactar más de 80 caracteres coherentes y sin faltas de ortografía, desarrollando tesis que si se aplicaran en la sociedad mejoraría su funcionamiento.

Ramón Jimeno

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