Y, ¿si todos confesamos?
Opinión

Y, ¿si todos confesamos?

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septiembre 22, 2014
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Asistir en Colombia a cualquier debate público o privado es acercarse siempre a nuestra incapacidad de dialogar con respeto por los argumentos del contrario. Si habla un político de derechas es normal verlo tildar al contrario de criminal o terrorista. Si habla un político de izquierdas el otro es un ladrón, asesino, paramilitar, etc. Si habla alguien de centro, los de derecha e izquierda son unos radicales que necesitan ser redimidos por los hombres sabios de los partidos de nuevas tendencias.

A esta gritería suele sumarse la actitud falsamente neutra de los medios de comunicación y la indolencia de gran parte de la población que siempre repite lo que gritan los políticos sin desmenuzarlo o que suele callar por pereza de ejercer la responsabilidad que tenemos como ciudadanos. Es desolador ver el odio como única bandera, ver la incapacidad que arrastramos los colombianos de hacernos responsables de nuestros actos y, los peor de todo, ver la perversa tendencia que tenemos de intentar conseguir ventajas personales de debates en los cuales lo importante es el bienestar y el progreso de la sociedad.

Viendo tanto egoísmo y tanto caos, me preguntó qué pasaría si, en lugar de dedicarnos a juzgar al otro, hiciéramos conciencia de las fallas propias y nos preguntáramos en que ha contribuido cada uno para que en lugar de sentirnos orgullosos de nuestra historia solo veamos un largo rastro de sangre y para que, en lugar de vivir en paz y cuidándonos los unos a los otros, vivamos siempre llenos de miedos y de desconfianza.

Si nuestros políticos, expresidentes incluidos, fueran capaces de contar la verdad, de decir que han sido ideólogos y facilitadores de la alianza entre la mafia, los militares y los grupos de autodefensa que dejó muerte en cada rincón de Colombia la historia empezaría a aclararse. Si la izquierda fuera capaz de aceptar que dio y sigue dando cobertura ideológica, logística y política a un proyecto guerrillero que ha terminado por ser sanguinario y devastador con la población que pretendía defender, la situación podría empezar a resolverse.

¿Qué pasaría si la prensa aceptara cuanto ha callado, ocultado y tergiversado. Si lo intelectuales y artistas se preguntaran en qué han fallado para que en Colombia hasta el menor de los sueños y la más sencilla de las ideas haya que defenderlas con la vida. Qué pasaría si cada ciudadano aceptara que ha sido indolente ante muchos crímenes porque pensaba que estos le convenían o porque pensaba que esas muertes o injusticias no lo afectaban u ocurrían muy lejos?

La verdad, es que no importa lo que ha hecho el otro, importa lo que he hecho yo. Si pensáramos de verdad que es lo que nos toca confesar a cada uno podríamos darle espacio al otro para que hiciera un ejercicio igual y podríamos encontrar un espacio de verdadero diálogo. Tal vez, si fuéramos capaces de asumir las responsabilidades propias y a partir de allí, dar un lugar sensato al pasado, podríamos empezar a entendernos, a perdonarnos y, lo más importante, empezar a construir un país mejor. Un país de verdad.

 

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