Crecí viendo a la policía en mi figura paterna directa. Crecí viendo como la policía cumplía un papel ejemplar. Crecí viendo a la policía como una institución que respeta y se hace respetar honestamente. Es verdad, es así, de esa forma crecí y no me arrepiento de haber conocido esa cara de la moneda, pues mi familia hizo bien en mostrarme todos los lados buenos y realistas de la organización: los horrores que pasan, sus dificultades, los problemas que afrontan, sus costumbres; me hicieron ver en primera fila la vida del que está detrás del uniforme verde y las personas que ama. Sin embargo, hoy desconozco lo que una vez vi, o mejor dicho, empiezo a conocer de verdad todo lo que realmente han llegado a ser.
Puedo entender muchas cosas. Puedo entender que dentro del manzanero hay unas frutas podridas. Que en esa multitud de agentes no todos estén por vocación. Que es un trabajo y que su modus operandi sea obedecer sí o sí. Todo eso lo considero siempre en los ejemplos que manchan a la institución y generan la infamia que tanto los describe. Pero toda esa podredumbre, esos intereses inhumanos y esa forma de trabajar es igual que el coronavirus: mientras algunos se enferman, contagian y matan, otros son asintomáticos y solo miran, callan y hacen la vista gorda. Y sí, comparo a la Policía Nacional con un virus, con el mismísimo COVID-19, porque ya son las muertes que causan lo que los identifica. ¿Cuándo empezará a decrecer la curva de asesinatos?
Soy hijo de un policía, estudié en colegios para hijos de policías, me enseñaron profesores uniformados, recibí los privilegios de la institución, fui atendido en las policlínicas. Pero, aunque pude vivir en carne y hueso todo lo que rodea a un agente, hoy por hoy como universitario público no puedo mirar hacia otro lado y hacer como si nada hubiera pasado. No puedo ignorar su abuso de poder y sus malas formas de actuar. No puedo defender acérrimamente el verde del uniforme que ahora se mancha de rojo. No puedo creer en su lema, porque ahora esas palabras cobran un sentido macabro: Dios (porque nos envían con él) y patria (porque es a la que matan).
Es así como llego a mi rabia, mi impotencia, mi tristeza y mi indignación de lo que acontece en la actualidad. Es así como miro los hechos y por más que busque no encontraré justificación alguna. Es así como, aun cuando crecí admirando la profesión, vivo criticando y aborreciendo sus masacres, su brutalidad, su corrupción y su escaso sentido humano y moral. Me molesta decirlo, porque conozco muy bien lo que es ser policía, y sé que el dicho “los buenos somos más” calza en la institución; sin embargo entiendo que el rojo oscurece más que la transparencia de los que son mayoría… una mayoría que a la hora de la verdad se están volviendo asintomáticos.
Aquí entonces lo que hay que aplicar es la intolerancia al exceso de la fuerza, al valor tan volátil hacia la vida ajena, el odio a la ahora de actuar y al cumplir por cumplir. Los policías no son burros que solo con látigo obedecen, son personas racionales que piensan, opinan y reflexionan. Pero, si aun así hacen lo que hacen, entonces tienen bien merecida la infamia. Ojalá la justicia sea lo único que se pueda defender sin escudos hechos con señales de tránsito y pueda podar la maleza que ahora marchita al manzanero. Porque así como refuto a la policía, quiero que la institución sea reformada, ya que tienen mucho más que ofrecer que violencia, opresión, sangre y plomo… o eso espero.