¿Y si paramos cada año durante diez días?

¿Y si paramos cada año durante diez días?

Este sería el compromiso ideal de una civilización que se enfrenta a los agudos picos del desastre ecológico

Por: Samuel Astor Bahos
julio 21, 2020
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¿Y si paramos cada año durante diez días?

Después de todo lo que ha pasado en estos meses, es claro que estamos presenciando la peor crisis del siglo. Los retos que se tienen por delante permanecen como llamados de atención en medio de miles de vidas perdidas y la recesión económica mundial que golpeará más duramente a Suramérica. Ante tal panorama, será oportuno promover iniciativas para restablecer el equilibrio con el ambiente. Por ejemplo, ahora que sabemos que es necesario en términos de supervivencia preservar las fuentes de salud humana, podríamos pensar en ampliar el tiempo de celebración del Día de la Tierra, ya que un solo día (22 de abril) solo alcanza para dejar de trabajar y compartir algún post que sensibilice sobre cuidar la tierra.

¿Pero qué tal si promoviéramos mundialmente los días de la tierra? Es decir, que en esa tercera semana de abril se cuenten diez días de confinamiento obligatorio tal y como nos lo ha enseñado esta enfermedad contagiosa para permitir el descanso del planeta. Ahí sí que sería un sacrificio real de ayuda para el mundo y para todas las demás formas de vida. Si cada año nuestra especie parara durante diez días en fábricas y empresas, en toda labor o actividad social durante una semana y media, los resultados serían notables en la recuperación de los ecosistemas y el saneamiento de los hábitats silvestres. ¿Por qué no? Si sabemos que es necesario invertir en saneamiento y agua y en energías no contaminantes que suponen una transición, ¿por qué habríamos de tomar como descabellado donar diez días a la recuperación del planeta?

Veámoslo así, no serían diez días destinados al ocio de sociedades que requieren ser productivas, sino un tiempo de sensibilidad real para con nuestro mundo tan importante como promover sistemas alimentarios sanos y sostenibles, la construcción de ciudades tanto limpias como habitables o desfinanciar la contaminación. En ese tiempo el trabajo liviano remoto podría mantener la inercia laboral justo como ahora se está haciendo en muchos países. Es claro que no es tan fácil cerrar aeropuertos y lugares turísticos por ese tiempo, pero también es cierto que las ciudadanías estarían dispuestas a acoger una medida estricta siempre que se vislumbre la transparencia de la decisión a corto, mediano y largo plazo. De manera que con voluntad política sí es posible.

Diez días en los que todos los países impulsen el aislamiento aprendido por la pandemia del COVID-19 para participar colectivamente en la recuperación del entorno, la protección de la vida, los recursos naturales y el saneamiento poblacional. Medidas a favor de la diversidad como estas nos comprometerían en perspectiva de tener un aire respirable y una perpetuación del hábitat.

Para generar un gran cambio habrá que hacer primero cambios pequeños, por eso esta celebración ayudaría a cuidar, aliviar y liberar. Serían días en los que la polución se detendría para reducir gases y frenar el efecto invernadero; para que los delfines se acerquen en símbolo de recuperación natural a las playas de Santa Marta y en otras latitudes; para que animales silvestres sean avistados en zonas urbanas: zorros, liebres, erizos, cangrejos, rapaces entre otros.

Todo el bien que le hemos hecho al planeta por este tiempo, no puede perderse; si bien la presencia enfática del reciclaje debe permanecer, es preciso ir más allá, tomar decisiones a futuro, promover ideas con una connotación pacifista y saludable; sostenible para con todos los seres vivos, no desde la ventajosa ruina del progresismo económico. Diez días de recogimiento para darle vida al planeta serían el compromiso ideal de una civilización que se enfrenta a los agudos picos del desastre ecológico. Ahora sabemos que enfermamos porque el planeta enferma primero; es mucho lo que podemos hacer si todos donamos ese tiempo.

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