No me pidan jamás que tome un arma: yo sólo sé cantar. Bueno, también sé amar, condición que precede a la esencia de mi canto. Y sé además del valor de la entrega, y el de la lealtad.
Si se aproxima la bota asesina con su insolente fusil, pondré una flor para conquistar la amenaza de su cañón. Y a todo aquel que me escupa su odio, su miedo, lo desarmaré con la paz de mi sonrisa.
No me pidan que tome un arma, no insistan. Yo nací para cantar. Tú que me escuchas, no desprecies mi canto porque es poderoso, y es el arma más letal contra la gavilla asesina.
Es el canto del amor la antítesis del miedo, pues jamás el miedo derrotó al amor. Es el odio hijo del miedo, como es mi canto hijo del amor
Venga usted conmigo, usted que no quiere cantar. Les voy a enseñar, en primer lugar, a afinar la voz de la verdad. Y luego vendrá mi canto nuevo que iluminará la oscuridad.
No es un héroe el dueño de la metralla. No es una heroína la engreída violencia. Es un héroe, una heroína la pureza de mi canto.
Y si me arrastran al pelotón de fusilamiento haré todo lo posible por dilatar la vida, pero incluso después de que llegue la muerte el criminal escuchará mi melodía.
Aprende, hermano, a silenciar la cobardía del soldado, la vileza del policía con la digna serenidad de una limpia sonrisa.
Y en constancia de la inocencia de mi canto, silenciaré también el estruendo bajo de su proyectil con el te amo final de mi alegría.
No me pidan que dispare un arma, yo solo sé cantar.